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Estado de emergencia

Temporales, incendios, nevadas históricas, catástrofes naturales, desastres retransmitidos en directo... ¿Vivimos en "modo alerta"? Sociólogos, psicólogos y filósofos responden

Estado de emergencia

Las tormentas tienen nombre. En cuanto cesan, se vaticina una gran sequía, que además de problemas de suministro acarrea riesgo de incendios. La amenaza yihadista nos sitúa en estado de máxima excepción. La cadena alimentaria se ve invadida por productos adulterados. Las autoridades retiran una partida de zapatos fabricados en China que pueden deformar los pies. Los tiroteos son transmitidos casi en directo, y podemos ver cómo los pistoleros se acercan a nuestra casa...

El ser humano del siglo XXI vive en un permanente estado de alerta. La más reciente ha estado protagonizada por algo tan habitual en enero como es la nieve. En los últimos días, los miles de personas atrapadas por la nieve en algunas autopistas españolas han abierto un debate encaminado a buscar a los culpables de estas situaciones: los que han de avisar o los que han de tomar precauciones. En la montaña asturiana, un grupo de jóvenes, ya consagrados como "los mayorinos del Angliru", que buscaban emociones fuertes en la nieve con su 4x4, han reeditado el eterno debate entre libertad y responsabilidad, con los servicios de emergencias y el famoso código 112 como supuesta red salvadora.

Los hombres y mujeres están superinformados, dotados de la tecnología que les permite conocer de antemano y vivir con gran intensidad todo tipo de catástrofes. La experiencia virtual es percibida con más intensidad que la realidad misma. Sufrimos miedos, incluso nos sumergimos en los riesgos y entonces buscamos quien nos proteja. Y emerge así el Estado, con todos sus poderosos brazos salvadores.

Esta nueva vida en estado de emergencia requiere un análisis detenido, y LA NUEVA ESPAÑA ha recurrido a un sociólogo, un filósofo y dos psicólogos para empezar a desbrozar el itinerario intelectual. Iniciaremos este recorrido con una breve aseveración de cada uno de ellos. "Vivimos en la inquietud, no en alerta", asevera Armando Menéndez Viso, profesor titular de Filosofía de la Universidad de Oviedo, y director del Departamento de Filosofía de la institución académica. "Los complejos sistemas científico-tecnológicos nos protegen y, paradójicamente, nos hacen más frágiles", subraya Rodolfo Gutiérrez, catedrático de Sociología de la Universidad de Oviedo. "Al mismo tiempo que somos alertados, se nos desresponsabiliza de toda capacidad de influir sobre el medio", señalan los psicólogos asturianos Esther Blanco y Andrés Calvo. El enorme tamaño conceptual de este debate hace aconsejable ir por partes.

Un mundo seguro

La experiencia reciente nos dice que, apenas termina una situación de alarma, ya comienza la siguiente. Sin embargo, "ninguna época ha sido tan segura como la actual, al menos en Occidente", afirman Andrés Calvo y Esther Blanco, quienes agregan: "Somos alertados constantemente de peligros que nos acechan". Rodolfo Gutiérrez se muestra de acuerdo con este diagnóstico: "Aunque suene paradójico, las sociedades contemporáneas están mucho más protegidas de las catástrofes, pero son también más sensibles al riesgo". El catedrático de Sociología acude a la expresión "sociedades de riesgo", acuñada por el sociólogo Ulrich Beck. Todo está envuelto en una ambivalencia, apunta Gutiérrez: "El desarrollo científico y tecnológico domina la naturaleza y protege de las catástrofes, pero es, a su vez, causa de nuevos y crecientes riesgos".

Alerta o inquietud

Éste es el binomio que pone sobre la mesa Armando Menéndez Viso. Su diagnóstico apunta a que, en realidad, los hombres y mujeres de hoy circulan por la vida con una cierta parsimonia que incluso raya el atolondramiento. Y lo ilustra con un breve elenco de escenas cotidianas: "La gente no atiende a los semáforos: 'papá, que ya está verde', y el padre mirando el móvil; es impuntual; cuando llega, tarda en situarse: en una clase, en un cine, en un concierto, se necesita que transcurra por lo menos un cuarto de hora antes de que el auditorio se centre; falta a una consulta médica; avisa a un cliente de que no va a acudir a su cita cuando la hora de ésta ya ha pasado...". El filósofo considera que "la propia manera de anunciar el tiempo (alerta por lluvia, alerta por viento, alerta por nieve, alerta por calor, alerta por bajas temperaturas...) es un síntoma de que, efectivamente, no prestamos atención fácilmente". De ahí su conclusión, ya citada, de que "vivimos en la inquietud, no en alerta". Los psicólogos Calvo y Blanco van por un camino parecido, aunque lo expresan de otro modo: "Viajamos todos en modo alerta sin recursos internos de sosiego y autodirección".

Vivir, una tarea compleja

Falta quietud interior, falta sosiego. ¿Por qué? Entre otras razones, porque vivir, el mero hecho de discurrir por la vida, se ha vuelto una tarea complicada que Rodolfo Gutiérrez disecciona con cierto detalle: "En una sociedad tan basada en el desarrollo científico-técnico, también muy compleja y muy global en su estructura, la condición de 'buen ciudadano' se hace mucho más compleja y exigente", indica. Se impone la necesidad de "aprender continuamente", precisa el sociólogo. Aprender a "hacer vida saludable, cuidar el medio ambiente, proteger la vida privada, trabajar eficientemente, organizar una vida familiar, participar en la vida pública... Demasiadas cosas. Hay una sobrecarga de roles".

El recurso a los ansiolíticos

La complejidad del simple hecho de vivir se traduce en inseguridad. Y también en fobias, obsesiones, hipocondrías, somatizaciones. El equilibrio mental se resiente. "La angustia, la ansiedad sin desencadenante claro, constituyen una demanda de salud mental de estrepitosa prevalencia en el mundo occidental", enfatizan Esther Blanco y Andrés Calvo, quienes añaden que España "encabeza la lista de países europeos con mayor consumo de ansiolíticos".

Sacudirse la responsabilidad

Vivir se complica, y la reacción natural de individuo consiste en "trasladar la responsabilidad de todo a los sistemas técnicos y a los gobiernos: que consigan riesgo cero en seguridad física, que nos eduquen en valores, que nos den buenos trabajos, que se acabe la violencia... La sobrecarga de roles individuales se traslada a sobrecarga colectiva", afirma Rodolfo Gutiérrez. Un traslado de responsabilidad unas veces razonable, otras veces excesiva. Aquí surgen, en ocasiones con abundantes motivos, la Dirección General de Tráfico, que no avisó a tiempo de que tal carretera estaba impracticable; la Agencia Estatal de Meteorología, que no advirtió de las inclemencias que venían; el 112, que no acudió a tiempo al rescate; los servicios secretos, que no identificaron los riesgos que acarreaba tal o cual célula terrorista... Todas estas advertencias, indica Armando Menéndez Viso abonando su tesis de partida, pierden efectividad cuando lo que predomina es un estado de inquietud en el que "no se puede estar alerta". "Se está irascible, irritable, distraído, pero no en tensión", agrega el profesor de Filosofía de la Universidad de Oviedo.

"Entrenadores" personales

Nos hallamos, en última instancia, ante "la utilización del 'otro' como base segura que nos permita una libertad falsamente constituida", apostillan los psicólogos Calvo y Blanco, muy críticos con algunas tendencias dominantes en la psicología contemporánea que, a su juicio, conspiran contra la capacitación del individuo "como agente independiente y responsable". Proliferan entonces los terapeutas y las terapias conductistas, los "coachs" y asesores emocionales, los instructores, entrenadores, consejeros... "Todos ellos encaminados a un fin: a la consecución de objetivos 'personales' que aniquilan la subjetividad del ser humano", aseveran Esther Blanco y Andrés Calvo.

La fuerza de las emociones...

Estamos en una sociedad hiperconectada, en la que el bombardeo de mensajes que recibe el individuo le insensibiliza, viene a sostener Rodolfo Gutiérrez. El sociólogo entronca así, de algún modo, con la tesis del atolondramiento esgrimida por Armando Menéndez. "Cuesta mucho atraer la atención de los públicos", indica Gutiérrez. Como reacción, los medios de comunicación "seleccionan y presentan mensajes e imágenes de contenido emocional más que cognitivo: acciones banales, chuscas, morbosas, excesivas; imágenes amables, grotescas, risibles o repugnantes", agrega Rodolfo Gutiérrez. "Se trata no de informar, sino de emocionar, de provocar una inmediata simpatía o antipatía más que de informar", apostilla.

... Y la tentación de huir

La búsqueda de emociones se suma al consumo de elementos de evasión, ahora más disponibles que nunca. "Lo que queremos al encender la televisión, conectar el Whatsapp o abrir nuestro Facebook es normalmente evadirnos un rato, enajenarnos, salir de nuestra desazón", diagnostica Armando Menéndez. En este intento de fuga de una realidad compleja, "nos ayudan las imágenes de nevadas, de rompeolas o historias como las de los 'mayorinos del Angliru'". Mientras tanto, "la responsabilidad individual, el esfuerzo, la intimidad, la profundidad, los compromisos no están de moda", afirman Andrés Calvo y Esther Blanco.

Posibles salidas

Ciertamente, la vida se complica, la realidad se hace inmanejable, pero el ser humano tiene capacidades ocultas, poderes innatos, una potentísima capacidad de resiliencia que sólo sale a flote en situaciones precisamente de emergencia. El camino del equilibrio pasa por "la mentalización, entendida como aquella capacidad para comprender a los demás y comprenderse uno mismo", concluyen los psicólogos Blanco y Calvo, quienes añaden que la pócima mágica para recuperar la salud individual y colectiva "parece tener como ingrediente básico la capacidad del ser humano para reconocer sus propias emociones, pensamientos, deseos, necesidades e intenciones". Armando Menéndez sostiene que el objetivo de fondo no debe ser la evasión, sino "salir de la inquietud, concentrarnos, obrar, movernos..."; sustituir la inquietud por "la tensión positiva de la atleta que está a punto de tomar la salida, del actor que va a salir a escena, de la cirujana que está operando, del operario que está suspendido reparando un puente, de la conductora de autobús que está circulando...". Rodolfo Gutiérrez apuesta por promover "una educación encaminada a formar personas responsables de sus actos, en lugar de individuos felizones y que sólo piensan en sus derechos".

Entre tanto, la vida -más sencilla para unos, más compleja para otros- continúa. Lo previsible es que sigamos ocupados en la compleja tarea de gestionar alertas, alarmas y estados de excepción; en la búsqueda del equilibrio en esa eterna tensión entre la libertad de acometer iniciativas de riesgo y la responsabilidad que nos hace "mayorinos" a la hora de asumir sus consecuencias.

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