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Triple aniversario en Covadonga | El parque nacional /2

Cumbres de biodiversidad

Los Picos de Europa reúnen una excepcional riqueza de flora y fauna, aunque han perdido varias especies y otras pueden desaparecer en próximas décadas

La presencia de 1.471 especies de flora, con un porcentaje importante de endemismos cantábricos o pirenaico-cantábricos, y más de 200 de fauna vertebrada (los invertebrados carecen de un catálogo siquiera aproximado, aunque las 124 especies de mariposas, una cifra elevada en el contexto ibérico, dan una idea) definen el Parque Nacional de los Picos de Europa como un espacio de excepcional biodiversidad en España. Esta riqueza tiene su razón de ser en dos circunstancias: la situación geográfica del sistema montañoso, en términos de latitud y de proximidad al mar, y la variedad orográfica, responsable de la formación de microclimas, que aportan variedad y singularidad a las condiciones de vida, lo cual, a su vez, se traduce en riqueza de organismos. Proteger esa biodiversidad es el fin primordial para el que fue creado y al que sirve el parque nacional.

No obstante, el espacio protegido llegó tarde para algunas especies y no ha evitado que otras hayan desaparecido o que estén a punto de hacerlo. El ausente más ilustre es la subespecie noroccidental de la cabra montés, el mueyu, extinguida hacia 1892 y erradicada de los Picos unas cuatro décadas antes; Vilar Ferrán alude en 1921 a que "todavía viven algunos vecinos que recuerdan haberlo visto" y cita una supuesta observación de Casiano del Prado en 1853, que sería el último testimonio de su presencia. El mueyu fue perseguido por su carne y por sus cuernos, empleados en la fabricación artesanal de bocinas y de "frascos de pólvora", tal como detalla el "Diccionario Geográfico-histórico de Asturias" de Martínez Marina. Esta obra sitúa a la cabra montés en toda la cordillera Cantábrica y, dentro de los Picos de Europa, "en particular en los concejos de Amieva y Cabrales", una afirmación basada en las referencias que aportan los respectivos diccionarios de Sebastián Miñano y Madoz, así como en un testimonio del párroco de Llas. Según precisa, "ocupaba los despeñaderos más inaccesibles", una prevención que no le sirvió para escapar de las armas de fuego (sí se sobrepuso a ellas, en cambio, el rebeco, que heredó el "trono" de dueño y señor de los riscos), para disgusto de Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, promotor de la designación del Parque Nacional, que trató de reintroducirlo: poco después de la declaración del espacio protegido se liberaron varios ejemplares de cabra montés traídos de Gredos, pero fue un fracaso. Más adelante, entre 1957 y 1962, se soltaron otras 20 cabras de las sierras de Gredos y Cazorla, pero tampoco se asentaron, aunque siempre se ha especulado con la posibilidad de que alguna sobreviviera y hay referencias, e incluso algunas fotografías, de supuestos descendientes producto de la hibridación con cabras domésticas.

Ya en el siglo XXI también ha habido pérdida de especies: el águila perdicera ha dejado de sobrevolar estas montañas, al menos de forma regular, y su desaparición como reproductora parece anterior: la última pareja documentada en Asturias anidó a finales de los años setenta en Peñameñllera Alta, mientras que en León habría resistido una década más, en la zona de Sajambre. Esta tendencia concuerda con la fuerte disminución experimentada por esta rapaz desde 1999, cifrada en un 80 por ciento en el conjunto del norte peninsular.

La extinción del mueyu obedece a una presión cinegética legal desaparecida (aunque la caza se mantiene como "privilegio" en la vertiente leonesa), mientras que el águila perdicera sufre el azote del furtivismo, junto con las colisiones con tendidos eléctricos y la transformación del hábitat, más por la influencia que ejerce sobre sus presas que por perjuicio directo. Este último factor, la pérdida de territorio habitable, es uno de los muchos que se barajan para explicar por qué el urogallo cantábrico, que fuera orgulloso galán de los bosques de estas montañas, se ha visto reducido a un paria, un fantasma: los cantaderos (leks o lugares de cortejo) de los Picos de Europa han quedado desiertos y apenas sobreviven algunos ejemplares, sin la menor posibilidad de perpetuar su estirpe ni su especie. Pierden hábitat (y acusan la invasión humana del que persiste); suman competidores y depredadores; sufren los cambios del clima, que castigan especialmente a los pollos, con un índice de supervivencia ínfimo... Demasiadas adversidades, que ni siquiera el Parque Nacional ha podido frenar.

La otra cara de la moneda son las especies que en su día desaparecieron pero que han retornado, bien por su propia cuenta, bien con ayuda humana. El primer caso es el del lobo ibérico, que siempre se mantuvo en la vertiente sur de los Picos, pero que estuvo ausente de la parte norte, la asturiana, más o menos entre los años cuarenta (se refiere una última camada retirada en Cabrales hacia 1950) y los ochenta, y donde aún tardó en asentar de nuevo una población reproductora. Ese vacío explica la "laguna" en la memoria colectiva de los pastores, el "aquí nunca hubo lobos" que tan a menudo se trae a colación en la "guerra del lobo". Víctimas colaterales de esa "guerra" fueron en su día el quebrantahuesos y el oso pardo, y ninguno de ellos está libre aún de la lacra del veneno que se coloca ilegalmente en el monte para el lobo. El quebrantahuesos fue desterrado de los Picos a base de veneno y disparos hacia mediados del siglo XX, aunque en la década de los setenta comenzaron a llegar potenciales colonizadores pirenaicos, finalmente establecidos con ayuda: un proyecto de reintroducción liderado por la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ).

El rey vagabundo

El oso pardo ha permanecido largo tiempo alejado del Parque Nacional y aún hoy es raro dentro del espacio protegido, donde se mueve principalmente por la vertiente sur. Solo ocasionalmente cruza la frontera asturiana. La subpoblación oriental, a la que pertenecen los osos de los Picos de Europa, se distribuye por la montaña palentina y las zonas limítrofes de Cantabria (Liébana), y por la montaña oriental leonesa (Riaño y Valdeón), y, en conjunto, podría superar los 40 ejemplares, según estimaciones de la Fundación Oso Pardo (FOP). La situación de este núcleo ha mejorado en el siglo XXI (conforme a la tendencia positiva de la especie, en la que se han invertido grandes esfuerzos en conservación y cuantiosos recursos desde los años ochenta del siglo pasado), pero continúa siendo demasiado pequeño y arrastra una baja variabilidad genética. Si bien se aprecia una tendencia a la recuperación, pareja al reciente restablecimiento del contacto entre los osos occidentales y orientales, esos factores comprometen su supervivencia y su estabilidad en el Parque Nacional. El rey tal vez no logre abandonar la condición de vagabundo a la que se vio abocado en el sector oriental de la cordillera Cantábrica.

El regreso de "Bambi"

Otro retornado "auxiliado" ha sido el ciervo, exterminado en la comarca de los Picos de Europa a finales del siglo XIX y en Asturias en el primer decenio del siglo XX (los últimos se abatieron en Degaña). Perseguido por su carne y por su cuerna, que se empleaba en la elaboración de mangos de herramientas y de piezas de carros, los ciervos del Oriente quedaron acantonados en Cabrales y en las Peñamelleras. Su regreso ha sido producto de una serie de sueltas (entre 1957 y 1965) y de la propia capacidad de reproducción y recolonización de la especie, que prospera a poco que las condiciones sean favorables.

El ave que se va con el frío

El futuro que dibuja el cambio climático apunta nuevas variaciones en la situación y en la propia presencia o ausencia de una serie de especies que hoy forman parte de las comunidades biológicas del Parque Nacional. El gorrión alpino, uno de los elementos más característicos de la fauna de alta montaña de Europa (en España está presente también en los Pirineos), es un claro candidato a la desaparición dentro de este siglo, en concreto, en el período 2041-2070, según la evolución prevista bajo los escenarios climáticos disponibles. Se encuentra estrechamente ligado a las altas cumbres (en el Tíbet supera los 5.300 metros de altitud), de manera que en invierno rara vez desciende por debajo de 1.800 metros y, en época de cría, se sitúa por encima de los 2.200, pues depende de los neveros (nieves perpetuas) para obtener gran parte de su alimento, que en los meses fríos busca en las estaciones de esquí, cuya proliferación -lesiva en general para los ecosistemas de montaña- parece haber contribuido, en cambio, a su expansión e incremento demográfico en Europa. El "gorrión de las nieves" ha encajado bien la humanización de la montaña, pero no podrá con el calentamiento de las cumbres, que irá recortando progresivamente su hábitat en altura. Se irá irremediablemente con los heleros, con el frío.

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