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Salud

La amistad y la salud

Una red de relaciones sociales que nos ofrezca sensación de protección en caso de caída propicia una vida más saludable, larga y feliz

La amistad y la salud

Ya he contado más veces esta anécdota. En la clase de Sociología de la Salud en Johns Hopkins nos sentábamos alrededor de la mesa unos ocho estudiantes y el profesor Celentano. Aquel día especulaba sobre la influencia de las relaciones sociales en la salud. "Sería como tener una red que nos recogiera si caemos", se preguntaba. Creo que habíamos discutido el estudio Alameda County, uno de los primeros en investigar esos aspectos. En quién confiamos, cuántos amigos íntimos tenemos, preguntó. Y se nos quedó mirando esperando una respuesta. A su lado, una compañera que venía de la cooperación internacional y se había tomado ese año para mejorar su formación, se revolvió en la silla mientras murmuraba. Por fin dijo: dos. Para la siguiente no hubo ya dificultad: uno. Pronto llegaría mi turno y no sabía qué decir. Recordé a Borges cuando dice que la amistad, incluso la íntima, no necesita frecuencia, que él veía a su gran amigo Bioy tres o cuatro veces al año. En esos devaneos estaba cuando le tocó el turno a un tanzano. Sonrió y dijo: 245. Aquello interrumpió la clase.

Decimos que el ser humano es un animal social, que precisamente esa facultad o inclinación es el mejor seguro de supervivencia. Nacemos inválidos y mientras otros animales que también nacen necesitados de protección pronto desarrollan armas de defensa y ataque, nosotros permanecemos toda la vida vulnerables: no tenemos garras ni una boca fuerte, ni somos veloces para huir o ágiles para trepar. Nos refugiamos en la fuerza del grupo. Quizá por ello, los que tienen tendencia o capacidad para relacionarse viven más, si eso es cierto.

Hay animales más sociables que nosotros. Las hormigas y las abejas han desarrollado una estrategia de supervivencia de especie que intrigó mucho a Darwin, pues no se explicaba por qué las obreras, estériles, se sacrificaban por la reina. Ahora lo entendemos, o al menos tenemos una explicación biológica. Las reinas producen reinas idénticas genéticamente a ellas y obreras que comparten el 50% de sus genes. Es decir, cada vez que se crea una nueva reina, la obrera asegura la "supervivencia" de la mitad de sus genes, los mismo que depositamos nosotros en nuestros hijos: la mitad del padre y la mitad de la madre. Esas especies encontraron una fórmula para la supervivencia de la especie en la que la sociabilidad es fundamental. Pero otras especies no son nada sociables. Por ejemplo, las marmotas. Tal como han investigado mediante el seguimiento de individuos marcados con sistemas de señalización, aquellas que tenían más interacciones vivían hasta el 15% menos. No se explican por qué, quizá que los contactos faciliten la transmisión de enfermedades o que las distraiga de sus labores o quién sabe si es porque las despierta y tienen que gastar en alimentarse.

Y en los seres humanos, ¿tener más relaciones facilita una vida más larga y dichosa? Es una pregunta que se ha hecho varias veces mediante lo que llamamos estudios longitudinales: examinar las relaciones de cada persona y comprobar, a lo largo del tiempo, cuánto enferma o cuándo muere. Son modelos de investigación que tienen muchos problemas; el más importante, que cada uno elige cómo vivir y puede haber factores que precipiten esa elección y sean los que verdaderamente afectan. Otro problema, intrínseco a esta pregunta, es ¿qué es relación? Nos referimos a las íntimas, y qué es eso, valen las casuales, es importante la confianza, cuenta la frecuencia?

Con todas esas dudas y reservas, me inclino a pensar que las personas que tienen una red de relaciones de la que disfrutan y además sienten que las protegerá en caso de una caída o necesidad viven más felices y viven más años. Creo que no importa si en ese caso de necesidad todos fallan, porque es probable que otros con los que uno no contaba estén allí para ayudar. Lo que importa, como percibía el tanzano, es vivir en la seguridad de que hay 245 personas en las que confías, personas a las que de una forma u otra quieres. Pero las relaciones sociales también pueden ser dañinas, producir estrés o conducir a comportamientos poco saludables.

Los estudiosos de estos temas proponen que el desarrollo de relaciones sociales saludables sea un objetivo de la salud pública. Antes habría que demostrar fehacientemente cuáles son las saludables y cómo promoverlas. No es fácil. Mientras, uno puede cultivarlas. Volviendo a Borges, nos dice que en la amistad no se precisan confidencias, como en el amor. Otros dicen que son precisamente las confidencias lo que fortalece y mantiene la amistad. Quizás haya un espectro de amistades y en cada una florece una forma de relación. Unas precisan más asiduidad y pueden ser superficiales, otras compartir intimidades o sueños.

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