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"Llegué a gastar 3.000 euros en las apuestas deportivas con el móvil"

La resaca del juego on-line deja deudas con las que se pagaría un piso, pero los ludópatas advierten del "tsunami" de chicos jóvenes enganchados a arriesgar su dinero en internet

"Llegué a gastar 3.000 euros en las apuestas deportivas con el móvil"

"Dejé la carrera y me metí a trabajar en seguros. Ganaba bastante dinero, pero me lo pulía todo. ¿Fue porque me sentía frustrado? ¿Por qué me sentía solo? No lo sé. Sólo sé que al final sólo jugaba para recuperar todo lo que había perdido", asegura un joven ovetense de 27 años, miembro de Ludópatas Asociados en Rehabilitación (Larpa), uno de los ejemplos de la epidemia silenciosa de juego on-line que está arrasando a la juventud asturiana.

Caer en esta adicción es tan fácil como tener un smartphone y acceder a las múltiples plataformas de juego on-line que se pueden encontrar en la red. En el caso de este joven ovetense, llamémosle Carlos, lo que le atrapó fueron las llamadas "apuestas deportivas". "Empiezas con diez euros tratando de acertar el resultado de un partido de Champions y acabas apostando a una partida de ping-pong, a lo que sea", asegura.

La bola creció tanto que se acabó metiendo en microcréditos de esos que se ofertan en televisión. "Llegué a hacer chorradas, como robar dinero en casa, para hacer frente a las deudas", añade. Primero pasó por la fase inicial "de ganancias", la "luna de miel" de todo ludópata con el juego, en la que se crea el vínculo. Luego la llamada fase de pérdidas, en la que todo se descontrola, se buscan fuentes de financiación desesperadamente y aún se cree que uno tiene la sartén por el mango y puede salir por él mismo del pozo. En el caso de Carlos, posiblemente no llegase a la llamada fase de desesperación, en la que el jugador acaricia la idea del delito e incluso el suicidio, ante la falta de recursos para salir de la situación. "Siempre se pasa por la cabeza algo así, pero al final no tienes ni valor ni ganas de quitarte de en medio", señala.

Hace medio año, decidió tener un cara a cara con su madre y poner las cartas sobre la mesa. Fue su mejor decisión. Ya no podía más. "Mira, mamá, le dije, debo tanto dinero (en su caso 7.000 euros). Decirlo en casa es lo que más tranquilo te deja. Llevaba tres años callando y fue una liberación", asegura. Tuvo por supuesto el apoyo de su familia y su pareja, pero admite que fue a terapia "de las orejas", porque no veía que la necesitase.

Fue acudir a Larpa y ver el cielo abierto. "Dices: ¡qué coño, pero si hay gente con problemas más graves que los míos!", asegura. Lo que realmente le duele a este joven es la cantidad de tiempo perdido y "no haber sido transparente con la gente que quieres, las mentiras que has tenido que soltar". Ahora, se ha marcado como lema de vida la sinceridad. "Lo cuento todo, sé que jamás va a ser peor que lo que ya he contado", dice.

Es el nuevo tipo de jugador. "Con un móvil, una tarjeta de crédito y un DNI se te abre todo un mundo", dice Carlos. Ya no se trata del juego vergonzante de las tragaperras, a la vista de todo el mundo y en un contexto de consumo de alcohol. El juego on-line se alimenta del anonimato, como la pornografía. Pero los efectos son igual de devastadores, porque el jugador puede llegar a perder la noción del tiempo y la medida de las pérdidas. Y lo peor es que a este tipo de juego pueden acceder incluso los menores de edad. Lo que se avecina es un tsunami. "No hay más que pasar delante de una salón de juegos o una casa de apuestas. Los menores falsifican los documentos y se hacen pasar por personas mayores de edad, o aprovechan al amigo de la pandilla que ya tiene 18 años para que apueste por ellos", indica el psicólogo Iván López Hernández, quien asegura que en las últimas semanas están sufriendo una avalancha de ludópatas cada vez más jóvenes. No existen suficientes medios para controlar este acceso de los menores al juego on-line, como ha señalado alguna vez el presidente de Larpa, Máximo Gutiérrez Muélledes, quien asegura que la mitad de los adictos al juego se inicia antes de los 18 años. Los chicos ahora sueñan con ser profesionales del póquer on-line.

"No os imagináis lo que viene detrás. Cuando pasas al lado de un grupo de chavales les ves jugando al póquer en el móvil", asegura un gijonés que también echó la vida por la borda por culpa del juego on-line. "Apostaba a todo, fútbol, ping-pong, tenis, dardos... Por lo general podía gastar 100 euros, pero había días de mil, dos mil, tres mil euros... Todavía hay días que me acuesto llorando, ha pasado un año desde que dejé de jugar, pero aún no puedo perdonarme", asegura este gijonés, pongamos que se llama Damián -todos los ludópatas viven su enfermedad, o su desgracia, como una vergüenza difícilmente soportable a la luz pública-, que estuvo enganchado durante seis años al juego on-line, esa modalidad que permite jugarse los cuartos a cosas tan peregrinas como acertar cuántos córneres se jugarán en un partido o cómo quedará un set de un partido de tenis. "En algunas plataformas se ofertan hasta 250 apuestas de este tipo", asegura este conocedor del juego on-line. Estos canales juegan duro, con una publicidad muy agresiva y un bono gratuito para comenzar a jugar, una circunstancia que las autoridades se están planteando eliminar por lo que tiene de incitación al juego.

Damián trata de reunir los restos del naufragio, reconstruir lo queda de una vida arrasada por el juego on-line. Se quedó con dinero del trabajo, perdió un empleo de los que se conservan toda la vida, en una empresa señera de la región, gastó su dinero, el de sus hijos... Hasta 140.000 euros de deuda llegó a acumular. "Estuve jugando fuerte desde 2011 hasta el año pasado, en que inicié la terapia para superar mi adicción", confiesa. Antes de aquello había jugado mucho al mus, peor sin dinero, había hecho alguna apuesta, pero sin mayores consecuencias. Una dura circunstancia familiar que le obligó a pasar por hospitales durante una decena de meses fue lo que asegura que le empujó a jugar. "Era una persona muy sociable, pero pasé a un aislamiento social muy grande", relata. En su caso, el juego se convirtió en una vía de escape a la dura situación que estaba viviendo. "El primer error fue no contárselo a mi mujer. Tenía miedo, fui un cobarde", añade.

Convirtió una apuesta de 300 euros en 16.000. Pudo haberse plantado allí, pagar las deudas, romper el círculo. No sacó el dinero de la página, siguió jugando. "No tienes noción del dinero que estás ganando o perdiendo", dice. Las deudas fueron acumulándose y, cuando fundió el dinero de la familia, comenzó a pedir ayuda a amigos, a desviar dinero de su empresa. Por la noche, en la cama, cuando se aproximaba el día uno en el que vencían las deudas, pensaba cómo iba a apagar. Tuvo la oportunidad de romper el círculo vicioso. Confesó a su mujer que tenía unas deudas por importe de 40.000 euros. Pero escondió el resto, unos 50.000 euros. "Tratando de arreglarlo, dupliqué la deuda, hasta 100.000", rememora. En el trabajo se descubrió el pastel y cayó con todo el equipo. "Mi mujer no acaba de entenderlo y jamás creo que me lo perdone. La pérdida de confianza es imposible de recuperar. Me ve con un móvil en la mano y se queda con la mosca detrás de la oreja", señala. Y es que el juego destruye las familias. "Si de algo me arrepiento es de la pérdida de tiempo, y del mal que causé a la familia. Lo pagaba en casa cada vez que perdía", afirma.

Toda esta carga de derrota le pesa como una losa. Y ve con dolor cómo los más jóvenes se adentran en un mundo muy peligroso. "En Gijón hay un circuito de bares -locales de lo más anodino- donde se juega de forma maratoniana, desde el cierre oficial hasta la apertura por la tarde. Allí puedes ver a universitarios que se juegan sus cuartos y tratan de engañar a los que van más cocidos", asegura.

El juego deja un panorama de vidas profesionales destrozadas y familias dolidas, machacadas. Sin el apoyo de las parejas y los hijos, la recuperación de un jugador sería casi imposible. Pero queda un poso de amargura. El marido de Ilu cobraba unos mil euros al mes, pero comenzó a gastarse los 200 que tenían que guardar para imprevistos. Cuando quiso darse cuenta, descubrió movimientos que le hicieron ver que su marido estaba jugando. Lo suyo no era el juego on-line, sino las tragaperras, pero el destrozo en una familia sin muchos medios puede ser devastador. "Él empezó a jugar a los 15 años, con la pandilla de amigos. Después, una vez casados, lo fue incrementando, hasta que se le fue de las manos", señala. "Me engañó, me sentí defraudada. Hubo fases en las que el matrimonio no iba bien, venía de mala leche y lo pagaba conmigo y las crías. Yo me sentí desplazada y las niñas nunca estuvieron con su padre, hasta que hace tres años decidió dejar de jugar", asegura. El poso de desconfianza aún sigue. "No me fío de él al cien por cien", confiesa. Otra mujer que quiso dar una segunda oportunidad a su pareja es Mayte. "Me dejó sin nada", dice. Su segundo marido, director comercial que cobraba 4.000 euros al mes, un hombre de mundo, se dejaban miles en el bingo. "Un día llegó temblando, muy nervioso, blanco como la cera, y me confesó lo que había hecho con el dinero. Me daban ganas de matarlo. Aquel hombre no me parecía mi pareja. Las primeras sesiones de terapia me las pasaba llorando. Ahora comprendo que es una enfermedad, que no pueden salir, que ellos no se van a perdonar nunca", cuenta. Aun así ha perdonado.

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