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Triple aniversario en Covadonga | El Reino de Asturias (y 3)

El significado de Covadonga

El relato de la batalla en las "Crónicas asturianas" está lleno de exageraciones y de inexactitudes históricas fácilmente constatables

El significado de Covadonga

Pelayo es el personaje principal y en quien se centra todo el protagonismo de la resistencia a la invasión musulmana. Covadonga es el escenario donde tuvo lugar el primer enfrentamiento con resultado positivo para su causa.

La batalla de Covadonga es, en la "Crónica de Alfonso III", en sus dos versiones, el episodio al que más extensión y trascendencia se le concede. Su relato cobra, además, un aire muy dramático, que se palpa en el diálogo que sostienen antes de la batalla el rey Pelayo y el obispo Oppa, un parlamento cargado de ideología. Cerrado éste y entablado el combate, sigue la narración de los prodigios producidos en su curso, con el sorprendente efecto de que los proyectiles y saetas lanzados por los musulmanes contra los cristianos, rebotaban en la cueva y ocasionaban tremendas bajas a los atacantes. Hecho milagroso, tras el cual la "Crónica" sitúa la intervención divina, que estaba con Pelayo y los suyos.

La "Crónica de Alfonso III" cuenta que, para detener al rebelde Pelayo, habían entrado en Asturias 187.000 hombres de armas. Esa masa fabulosa de guerreros se presentó ante la cueva de Covadonga, donde en el curso del combate perecieron 124.000 de los musulmanes. Los 63.000 restantes, sigue el relato, subieron "a la cima del monte Auseva, y por el cortado del monte que el pueblo llama Amuesa, descendieron precipitadamente al territorio de la Liébana. Pero ni siquiera esos escaparon a la venganza del Señor; pues cuando marchaban por la cima del monte, el cual está situado sobre la ribera del río Deva, junto al predio que se llama Cosgaya, ocurrió, por evidente sentencia del Señor, que una parte del mismo monte, revolviéndose desde sus fundamentos, lanzó al río a los 63.000 musulmanes de modo asombroso, y los sepultó a todos". Y añade: "No juzguéis este milagro vano o fabuloso, antes bien recordad que el que anegó en el mar Rojo a los egipcios que perseguían a Israel, este mismo sepultó bajo la inmensa mole del monte a estos árabes que perseguían a la Iglesia del Señor". El paralelo bíblico queda aquí bien explicitado. Las propias cifras de combatientes manejadas en la "Crónica", como ha señalado Javier Zabalo, son de inspiración bíblica.

Opinan algunos de los investigadores que se han ocupado de este episodio de Covadonga que la gesta debió de formar parte de la tradición oral hasta plasmarse en un texto redactado con anterioridad a la confección de la "Crónica de Alfonso III", a la que fue incorporado sin más, de ahí su carácter anómalo en cuanto al resto del texto de la misma, en extensión, carácter y hasta lenguaje. Ramón Menéndez Pidal aventuró que pudo haber un cantar épico que realzaba la figura de Pelayo y magnificaba la victoria lograda en Covadonga, cuyas magnitudes reales estuvieron muy lejos de ese choque de un gran ejército musulmán compuesto de 187.000 guerreros.

En las "Crónicas asturianas", el relato de Covadonga quedó plasmado como la gesta primigenia que dio origen al Reino de Asturias, y en las historias y crónicas posteriores siguió teniendo un espacio privilegiado. La denominada "Historia Silense", del siglo XII, retoma lo dicho en la "Crónica de Alfonso III" e incorpora otros detalles. Es interesante la descripción que hace de la cueva de Covadonga: "Hay en Asturias un valle que tiene por nombre Cangas, sobre el que surge dominante el gran monte Auseva, en cuya base cierta roca, fortificada por la naturaleza y no por obra artificiosa, extendiéndose sobre el vacío, cierra una cueva del todo inexpugnable a toda maquinación de los enemigos, pues siendo en medio cóncava, caben allí casi mil hombres, para cuya protección no se necesita de artificio alguno". Continúa relatando que allí se refugió Pelayo, al que califica de espatario del rey Rodrigo, el cual "fue designado por el Señor para expulsar a los bárbaros, ayudado por algunos guerreros godos, unidos a la comunidad de los ástures, todos en uno constituyen príncipe a Pelayo".

"Por lo demás, cuando trasciende el rumor de la fortaleza de aquel sitio, y más a las claras suena en los oídos de los bárbaros haciéndose público, Târiq, conmovido de furor, reúne por todas partes inmenso ejército de ismaelitas, y constituyendo jefe sobre él a Alkama, su compañero, envía también con ellos a Oppa, obispo toledano, que ya se había entregado a los bárbaros, a fin de prender a Pelayo". Las cifras que transmite el "Silense" son las mismas que las de la "Crónica de Alfonso III", tomadas de un episodio de la Biblia. El rey asirio Senaquerib se disponía a atacar Jerusalén con un ejército de 185.000 hombres. Pero, tal y como había anunciado el profeta Isaías al rey Ezequías de Judá, "aquella misma noche salió el ángel del Señor e hirió en el campamento asirio a 185.000 hombres. Por la mañana, al despertar, los encontraron ya cadáveres. Entonces Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y se volvió a Nínive". 185.000 asirios muertos ante Jerusalén, 187.000 musulmanes en Covadonga. Como expresa Javier Zabalo, "el cronista hispano parece dar a entender que en el reino de Oviedo se están repitiendo los antiguos portentos, pero en un grado incluso algo superior".

El relato de Covadonga en las "Crónicas asturianas" está lleno de exageraciones y de inexactitudes históricas fácilmente constatables. Pero un relato épico-religioso no tiene por qué ser veraz y, cuando se escribieron estas "Crónicas", había un deliberado propósito de hacer de la batalla de Covadonga el comienzo de la reacción cristiana y goda frente al poder del Islam que se había impuesto en España tras el desastre de la batalla de Guadalete.

El hispanista francés Lucien Barrau-Dihigo publicó en 1921 una "Historia política del reino asturiano (718-910)" en la que hizo uno de los análisis más lúcidos de cuántos se han publicado sobre la batalla de Covadonga. Destaca en el mismo cómo la intervención divina aparece omnipresente en todo el relato, tanto en la "Rotense" como en la "Sebastianense".

Barrau-Dihigo ha puesto de relieve cómo los principales protagonistas por parte musulmana en la batalla habida en Covadonga habrían tenido también un papel fundamental en la invasión de la península Ibérica y en la derrota del ejército godo de Rodrigo. Târiq, que envía el ejército desde Córdoba, había sido el vencedor en la batalla de Guadalete; Alkama, el general que mandaba el ejército en Covadonga, fue, según las "Crónicas", compañero de Târiq en la conquista; lo mismo se dice de Munnuza, uno de los cuatro generales que mandaban el ejército invasor; y Oppa, hijo de Witiza, uno de los más directos culpables de la perdición de España.

Alkama es muerto en la batalla, Oppa fue hecho prisionero, y Munnuza, tras enterarse de la catástrofe sufrida por los suyos en Covadonga, huyó apresuradamente de Gijón y perseguido por los ástures, dice la "Sebastianense", "dieron con él en el lugar Olaliense [y] acabaron con él y con su ejército por la espada, de manera que no quedara ni uno de los musulmanes dentro de los puertos del Pirineo".

Hemos señalado que además de exageraciones, había errores históricos fácilmente constatables. Así, Târiq nunca fue gobernador de España, de la que marchó poco después de su conquista. Alkama puede ser en realidad un reflejo del walí Al-Samh, muerto a las puertas de Toulouse en 721. El Munnuza gijonés puede ser un trasunto de Mûsâ, el gobernador de Ifrîqiya y señor de Târiq, trastocado su nombre para no crear confusión con otro Mûsâ contemporáneo de Alfonso III, rey en la Zaragoza de los Banû Qasî, o paralelo quizá de otro Munnuza, también beréber, que protagonizó en 731 una historia de amor con la hija del duque aquitano Eudes, y una rebelión que acabó trágicamente para él. Oppa, el obispo real o imaginario de Sevilla, se convierte en uno de los hijos de Witiza, aunque el personaje histórico de este nombre fue en realidad hermano de ese rey visigodo. El cambio se explica porque a los hijos de Witiza se culpa en las "Crónicas asturianas" de la traición que había facilitado la conquista de la Península por los árabes.

Tales deslices por parte del autor de la "Crónica de Alfonso III" quizá no se deban a ignorancia, sino a un deliberado empeño por hacer intervenir en Covadonga a los principales actores de la invasión árabe de España. Ésta había sido interpretada desde un principio como un castigo divino, por los pecados cometidos por los reyes Witiza y Rodrigo. Dice la "Rotense", que enterado el rey Rodrigo de la invasión árabe, salió a su encuentro con su ejército para luchar contra ellos. "Pero, aplastados por la muchedumbre de sus pecados y traicionados por el fraude de los hijos de Witiza, fueron puestos en fuga [...]. Y como abandonaron al Señor, para no servirle en justicia y en verdad, fueron abandonados por el Señor, de manera que no habitaran la tierra deseada".

Todo el relato sobre Covadonga hay que entenderlo en clave de "juicio de Dios", y dentro del concepto de la Historia que se tenía en esos tiempos de la Edad Media, impregnados de las ideas de San Agustín (354-430) sobre la comprensión de los hechos humanos. Tras toda acción humana se encuentra la providencia de Dios, como señor de la misma, de ahí que el papel de la Historia sea adivinar en ella la presencia de Dios y su acción sobre las intenciones de los hombres.

La misma idea de "juicio divino" está contenida y expresada con meridiana claridad en el llamado "testamentum" o donación realizada por el rey Alfonso II a la iglesia de San Salvador de Oviedo el 16 de noviembre del año 812, más de setenta años antes de que se escribieran las llamadas "Crónicas asturianas". Este documento tiene un preámbulo histórico en el que se fecha correctamente la invasión musulmana, el año 711, y no el de 714 que recogen luego las citadas "Crónicas", y una manifestación clarísima de cómo Dios castigó a los godos por sus pecados, salvando a Pelayo, elegido para que lograse la recuperación del reino y de la iglesia:

"Y puesto que Tú eres Rey de reyes, regidor de lo divino al igual que de lo humano, y amante de la justicia antes del comienzo de los tiempos, en verdad desde el comienzo de ellos distribuyes reyes, leyes y juicios a los pueblos de la tierra para alcanzar la justicia.

"Por don tuyo la victoria de los godos brilló no menos clara en España entre los reinos de diversas gentes. Mas, puesto que te ofendió su arrogante jactancia, en la era 749 [año 711], perdió [el pueblo godo] la gloria del reino, junto con el rey Rodrigo, pues merecidamente sufrió la espada árabe.

"De esta peste libraste con tu diestra, Cristo, a tu siervo Pelayo, el cual fue elevado al rango de príncipe y, luchando victoriosamente, abatió a los enemigos y defendió, vencedor, al pueblo cristiano y ástur, dándoles gloria".

Resume este breve texto todo lo dicho sobre el sentido providencial que tuvo la elección de Pelayo y su victoria en Covadonga. Tal creencia no se transmite sólo en las crónicas escritas al amparo del poder real asturiano y para legitimar la monarquía surgida en Covadonga. Fue creencia común en la historiografía de los otros reinos medievales. Como escribe Alexander Pierre Bronisch, en la primera parte de la "Crónica de Alfonso III" está contenido "un programa político e ideológico de la nueva monarquía asturiana, aceptado más tarde también por el reino pamplonés, posteriormente también en la zona pirenaica y en el reino de Aragón [...]. Este programa sería válido durante siglos y se convirtió de esta manera en uno de los mitos más longevos en la historia del Occidente". No sólo los textos históricos, también la literatura épica se hace eco del mismo. Así, en el "Poema de Fernán González", escrito en el siglo XIII para cantar las glorias del héroe nacional castellano, se presenta al rey Pelayo como el elegido por Dios para liberar al pueblo cristiano del castigo de los musulmanes:

"Somos mucho errados e contra Ti pecamos,

pero cristianos somos e la tu ley aguardamos,

El tu nombre tenemos, por tuyos nos llamamos,

Tu merced atendemos, otra nos non esperamos.

Duraron en esta vida al Criador rogando,

Del llorar de sus ojos nunca se escapando,

Siempre, días e noches, su cuita recontando,

Oyóles Jesucristo a quien estaban llamando.

Díjoles por el ángel que a Pelayo buscasen,

Que le alzasen por rey e todos a él [a]catasen,

En mamparar la tierra todos le ayudasen

Ca él les darín ayuda porque le amparasen

Buscaron a Pelayo como les fué mandado,

Falláronlo en la cueva, fambriento e lacerado;

Besáronle las manos e diéronle el reinado;

[...]

Toviéronse con él los pueblos por guaridos;

Sopieron estas nuevas los pueblos descreídos,

Para venir sobre ellos todos fueron movidos.

Do sopieron que era, venieronlo a buscar;

Comenzáronle luego la peña de lidiar,

Alli quiso don Cristo un gran miraglo mostrar;

Bien creo que lo oístes alguna vez mostrar.

Saetas e cuadrillos, cuantas al rey tiraban,

A él nin a sus gentes ningunas non llegaban;

Tan iradas como iban, tan iradas se tornaban,

Sinon a ellos mismos, a otros non mataban.

Cuando vieron los moros a tan fiera fazaña

Que sus armas mataban a su misma compaña,

Descercaron la cueva, salieron de la montaña,

Tenían que les había el Criador muy gran saña.

Este rey don Pelayo, siervo del Criador,

Guardó tan bien la tierra que non pudo mejor...".

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