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Lo que el peregrino no suele ver

El Camino Primitivo se interna en el Suroccidente, hacia Grandas de Salime, donde la España - atlántica se encuentra con el mundo mediterráneo

Lo que el peregrino no suele ver

El Camino de Santiago está de moda. Por fe, por deporte, por desafío personal, por buscarse a uno mismo, por encontrarse con otros, por disfrutar del paisaje y su historia... hay muchas razones que mueven a los caminantes a emprender la marcha. Sin embargo, pocos peregrinos (en la acepción generalista del término, sin la connotación religiosa) reparan en la naturaleza con la que entran en contacto durante la mayor parte del trayecto más allá del escenario, la postal, el paisaje bonito para dejarse llevar por los sentidos y/o hacerse un selfie. Si se fijaran, descubrirían que la ruta religiosa, histórica, turística, es también un "corredor verde" que conecta entre sí algunos de los espacios naturales más sobresalientes de Asturias (parte de ellos con un importante trasfondo histórico y cultural que los vincula al Camino) y que contiene una variada representación de la flora y la fauna cantábricas.

El Camino del Norte, que discurre más o menos paralelo a la costa, comienza en Asturias, por el Este, en un humedal fronterizo con Cantabria y poco valorado, la ría de Tinamayor, cuyo propio nombre la relaciona con el cercano monasterio cisterciense de Tina, en la rocosa costa de Pimiango (Ribadedeva), fundado entre los siglos VII y VIII, y actualmente en estado ruinoso. Tinamayor es un estuario recogido y muy alterado, pero, a pesar de su pequeño tamaño y de su transformación, conserva un carrizal de buen tamaño (para los estándares asturianos) y, asociadas a este hábitat, interesantes poblaciones de aves palustres, en particular de carricero común, en cría, y de escribano palustre, en invierno. Más al Oeste, la geomorfología cobra protagonismo, especialmente en días de temporal, y ofrece espectáculo: los bufones de Santiuste y de Vidiago, en Llanes, son una expresión de la fuerza erosiva del agua de la lluvia y la escorrentía, que ha excavado conductos en la roca caliza, y de la violenta interacción entre el mar y el borde costero, de modo que el ímpetu del oleaje invade esas oquedades y provoca el bramido que da nombre a estas formaciones y el surgimiento de chorros de agua vaporizada en la rasa de los acantilados, como si se tratara del surtidor de un rorcual o una ballena (que algún peregrino vería siglos atrás en lontananza y que hoy pueden seguir disfrutando los caminantes, pues su ruta migratoria se mantiene, ahora observada con asombro en lugar de codicia).

El paso por la coqueta ría de Niembru, donde la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores se deja acariciar por las mareas, puede deparar el encuentro con el martín pescador común, un diminuto relámpago azul turquesa y naranja que se mueve a ras de agua y al que, con suerte y/o paciencia, se puede sorprender también apostado en alguna caña sobre el agua, que utiliza como trampolín para abalanzarse, en un raudo picado, sobre algún alevín y, con extraordinaria eficacia, apresarlo y llevárselo al buche.

Volverá a aparecer, seguramente, el martín pescador en el río Sebrayu o en el porréu (terreno ganado a la marisma con fines agropecuarios) situado en su desembocadura, en la margen derecha de la ría de Villaviciosa, una de las joyas indiscutibles de la naturaleza asturiana, que el Camino bordea y atisba. No ofrece ahora su mejor cara, la del bullicio de aves acuáticas, en esplendor en invierno y en los períodos de paso, pero sí es una buena fecha para conocer su variada vegetación de marisma, organizada en bandas paralelas determinadas por la tolerancia de las diferentes plantas a la salinidad.

Siguiendo el trazado principal, el Camino se acerca a Oviedo atravesando Sariego y Siero, y pasa muy cerca del pequeño pero valiosísimo bosque de Meres, parte de un complejo palaciego y reminiscencia de las masas forestales que cubrían las tierras bajas, en el que viven algunas de sus especies características, como el lirón gris y el trepador azul, junto con otras propias de los ambientes de campiña que lo circundan.

Al paso por la capital asturiana, el peregrino tiene la posibilidad de derivar su ruta al llamado Camino Primitivo o del interior, que se interna en el Suroccidente para cruzar a Galicia en lo más profundo del valle del Navia. Es una alternativa muy sugerente para el naturalista porque esta cuenca trae influencias mediterráneas a la región, perceptibles en la vegetación y en la fauna. Pero no nos desviemos aún. La ruta del Norte continúa hacia Avilés, pasando junto al humedal de La Furta y el embalse de Trasona, ambos en Corvera, el primero creado exprofeso para atraer aves acuáticas y el otro de origen industrial. Llegados a la costa, el avance hacia el Oeste acerca al caminante a la playa de Salinas, que alberga unas singulares, aunque muy deterioradas, comunidades dunares de madroño, laurel, aligustre, aliso, abedul celtibérico y salgueras cenicientas; lo lleva después a cruzar la ría del Nalón, cuyo interés natural ha pasado desapercibido hasta tiempos muy recientes, y lo acerca, ya en Cudillero, a la turbera de Las Dueñas, la más extensa de las que se han conservado en la zona litoral de Asturias, con una completa representación de la flora propia de estos medios, originados en la lenta descomposición de materia orgánica en superficies proclives a la retención de agua.

La playa de Cueva y la ensenada de Canero, en Valdés, salida del río Esva al Cantábrico, son otro jalón destacable en esta ruta naturalista hacia Santiago, por su propia belleza paisajística y por la fauna que las puebla permanente o estacionalmente: nutrias, limícolas, gaviotas y aves marinas. La ría de Navia, muy transformada al cabo de rellenos, canalizaciones y otras intervenciones, ofrece cobijo a diversas especies de aves acuáticas. El camino cruza, por fin, la frontera por la ría del Eo, el mayor de los estuarios de la región y punto clave para la invernada de una amplia nómina de aves acuáticas, con particular protagonismo de las anátidas y, en las últimas temporadas, del águila pescadora.

Si el caminante decide desviarse en Oviedo hacia la ruta interior, la del Suroccidente, se asomará a los meandros del Nora, donde el paisaje es el gran protagonista, sin olvidar los bosquetes de sauce blanco, muy escasos en Asturias. A su paso por el alto de La Espina, entre Salas y Tineo, podrá oír el crotoreo de la pareja de cigüeña blanca que anida en la zona y verlas en su nido, volando o alimentándose en los prados. Alejándose hacia el suroeste, el Camino pasa junto al tejo de Lago, un notable ejemplo de "tejo de iglesia", y cruza el Navia en Grandas de Salime para saltar a Galicia, una zona que parece ajena a Asturias, pues hay madroño, lagarto ocelado y curruca carrasqueña; puro mediterráneo.

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