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CARLOS CASANUEVA VARAS | Empresario astur-mexicano

"Sufrí la cultura del mayorazgo, pero luchar contra ello me benefició"

"El antiespañolismo exacerbado que sufrí en mi juventud se debía a que éramos ricos y ahora hemos sido sustituidos en ese odio por los estadounidenses"

El empresario astur-mexicano Carlos Casanueva, en el hotel Reconquista de Oviedo. IRMA COLLÍN

-Nací en Ciudad de México el 1 de noviembre de 1937. Mi familia es asturiana por los cuatro costados, de Villaviciosa, Arriondas, Panes y Peñamellera, y llevamos en México entre 120 y 130 años. Lo que yo haya llegado a ser se lo debo a mi abuelo paterno.

- ¿Quién era?

-José Manuel Casanueva Blanco, un superhombre que llegó a los 13 años a Cuba. Por error, quien había quedado en recogerlo no se presentó y durmió en los muelles y descargó azúcar hasta que apareció el señorín. Ingresó en el Ejército español y en los primeros escarceos de la independencia cubana cayó preso. A los soldados les dieron la opción de fusilarlos o que se fueran en dos meses. Sus padres, no sé por qué, tenían campos de tabaco en Pinar del Río (Vuelta Abajo) y habían estudiado que en México había una tierra igual para el sembrado de tabaco de puro en Valle Nacional, Oaxaca, y allí se fue y sembró. Llegó a tener 3.000 hectáreas de tabaco, plátano, engordaba ganador.

- Le fue muy bien...

-Hasta que llegó el agrarismo en México e invadieron ranchos. A él no se lo quitaron porque mi padre lo vendió antes. La obsesión de mi abuelo era volver a Oviedo, y lo hizo, pero a los 5 años regresó a México porque no soportaba la nostalgia. Mis abuelos eran muy asturianos. El cariño por Asturias se lo debo a mi abuela, Felicitas García Escandón. Mi abuelo materno, Carlos Varas, también llegó a Cuba y luego a Veracruz y nos enseñaba canciones asturianas.

- ¿A qué se dedicaba su familia?

-Mi padre era ferretero en el centro de la ciudad y asociado con sus hermanos, abrieron varias más. Con los años, se separaron.

- Estaban frente al barrio chino.

-Era un barrio de clase media. Crecí en un ambiente próspero, aunque cerca de la tienda de mi padre estaba un mercado de abastos de ambiente dificilito.

- ¿Cómo fue su padre con usted?

-Un gran padre. Le debemos la continuidad de la asturianidad. Había dos equipos de fútbol españoles, el España y el Asturias. Mi padre era directivo del Asturias y uno de los socios de número más bajo del Real Oviedo. Cuando estaba en Primera División oíamos los resultados por la radio. Luego nos llevaba al Centro Asturiano, venía mi madre, comíamos allí y respiré siempre ser asturiano orgullosísimo de ser mexicano.

- ¿Cómo era ser "gachupín", el término despectivo para los españoles?

-Difícil. Remé 12 años, en los 40 y 50, en el club España y el antiespañolismo estaba exacerbado. En las regatas nos tiraban piedras y nos insultaban. Cuando representé a México en 1958 uno me gritó "mueran los gachupines", pero cuando le aclararon que era la selección nacional pasó a gritar "Viva México".

- ¿Por qué los odiaban?

-Porque éramos ricos. Ahora se sustituyó el odio por los estadounidenses. Por el gachupinismo, la colonia española estaba muy metida en sus clubes, guetos de lujo, pero guetos.

- ¿Conocía gente de fuera de los clubes?

-Claro. Y chicas también. Los gachupines planchábamos porque nos veían con admiración.

- ¿Planchó mucho?

-Bastante.

- Volvamos atrás, ¿cómo llegó al remo?

-Era muy flaco -decían que me podía bañar en el caño de una escopeta- y el médico de mi padre me aconsejó que nadara y remara. De ahí me quedan mis mejores amigos.

- ¿Cómo era su madre, Sara Varas?

-Muy buena madre pero muy dura, y eso fue muy bueno. Tenía un gran corazón, pero no lo enseñaba. Mi problema fue el mayorazgo. Padecí no ser el mayor. Mi padre repartió las acciones entre él y mi hermano José Manuel, para quien eran los regalos.

- ¿Cómo llevó usted eso?

-Siempre he sido optimista porque he tenido que luchar contra todo y contra todos y eso, más que perjudicar, me benefició.

- ¿Cómo se llevó con su hermano?

-Mal. Me saca 4 años y medio. Pero siempre fui un niño alegre, de jugar y tener buenos amigos y buen estudiante, aunque para eso en México basta tener buena memoria.

- ¿Sabía qué le gustaba?

-Vender. Ideaba negocios desde niño. Desde los 10 años, al llegar las vacaciones, mi padre nos llevaba a trabajar con él un mes. El otro, íbamos a Veracruz con el abuelo.

- ¿Cómo fue su vida de adolescente?

-Muy tranquila. México era una ciudad pequeña, de 3 o 4 millones de habitantes. El fin de semana íbamos al club España, en Xochimilco, al lago y después de remar, al cine. De febrero a octubre dormíamos en el club porque nos levantaban a las cuatro y media de la mañana para entrenar. Fui un lector insaciable, primero de Salgari y Verne; luego, de historia y de biografías de gente valiosa.

- ¿Qué estudió?

-Mi padre me hizo estudiar para contador, tenedor de libros [perito mercantil]. Cuando acabé, fui en verano a Tampa (Florida, EE UU) donde vivían unos hermanos de mi madre a los que no conocía. Mi vida cambio totalmente.

- ¿Cómo fue eso?

-Tenía 16 años, sabía inglés y nunca había salido de casa. Mis tíos segundos tenían una hija, tres años mayor que yo, y me dieron un trato de hijo. Avelino González, de Grado, y su mujer, mi tía, Isabel Varas, eran obreros de una fábrica de tabacos: él hacía los más baratos, y mi tía, los más finos. Era 1954, todo el país era clase media y vivían mejor que nosotros. A los dos meses mi tío me dijo: "¿Quieres volver a México?". Le contesté que no. "Quédate. Estudia algo -elegí Mercadotecnia- trabaja en mi restaurante por las tardes, comes allí y te pago".

- ¿Cuánto influyo esa falta de mayorazgo?

-Fue el 90% de que me quedara. Quisieron adoptarme, pero les dije: "Mi familia está en México, mi país es México y vuelvo antes de arrepentirme". Durante años veraneamos en Florida y veo a mi prima todos los años.

- ¿Notó la diferencia de culturas?

-Claro, es un abismo. La cultura mexicana es infinitamente superior a la de los Estados Unidos. En la parte asturiana no: había romerías, llevaban gaiteros, todo igual.

- ¿Cómo regresó de Estados Unidos?

-Con mucha confianza en mí mismo. Fue un posgrado. Como me llevaba mal con mi hermano porque de pequeño, con una cachetada me dominaba, le busqué pleito y le gané. Remábamos juntos, pero nuestra relación era buena a secas.

- ¿Mejoró después?

-Sí. Mi hermano fue director de ventas de la siderúrgica más grande del país, pero, después, empezó a irle mal. Un día me invitó a desayunar y me dijo: "Dame trabajo porque estoy sin blanca". Tenía 60 años. Al día siguiente vino conmigo y siguió hasta que, hace cinco años, se retiró. En México, como estás arriba, estás abajo y si no haces leña...

-¿Le tocó ser muy hombre, a la manera clásica mexicana, alguna vez?

-Con 18 años, un 15 de septiembre, me metieron una puñalada, para robarme el coche y por gachupín. Sentí la sangre y creí que había vaciado, pero si no me lo quita la Policía, lo mato. Un sábado vi que iban a apuñalar a mi hermano en la tienda. No llegaba para parar al ladrón, cogí un gancho que sostenía una cortina, se lo lancé y se lo metí en un brazo. "Te voy a matar", me dijo. Pasadas seis semanas salía al banco, me salió con una pistola, me metió en un zaguán y repitió "te voy a matar". Le repliqué "pues apunta bien porque si no me matas a la primera, nos vamos los dos". "Bueno, bueno, ahí la dejamos". Y ahí la dejamos. Era corriente.

- Volvamos a su regreso de Tampa.

-Inicié un noviazgo de tres años con Ana María Pérez Arizti. Pérez, de Mier, y Arizti, de San Sebastián. Habíamos bailado una vez y supe que tenía 13 años, aparentaba más. Me gustó, pero pensé: "Es una chiquitina, pero si es para mí, será". La tenía cuidada y la dejé cinco años sin saber que ella me había escogido a mí. En otro baile del Club España nos reencontramos, ella con 17 años; yo, con 23. La invité al fin de año en el Centro Asturiano y nos hicimos novios.

Segunda entrega, mañana, lunes:

"Mi padre se arruinó a los 65 y yo quebré a la misma edad, pero me sacaron mis hijos"

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