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El "tercer concejo" está ahí fuera, llamando la atención

La Asturias de la diáspora, con una potencia demográfica que dentro de la región sólo superarían Oviedo y Gijón, contempla con escepticismo la opción del retorno, pero urge a cambio la activación de estrategias que permitan aprovechar su patrimonio de experiencia y conocimiento

Compromiso Asturias XXI, su red creciente de más de un millar de asturianos por el mundo y su vocación de ser motor de ideas para mejorar el futuro de la región celebran esta próxima semana sus primeros diez años de vida. Las pruebas de su vitalidad son millar largo de profesionales en 57 países y sus iniciativas de recopilación de experiencias e ideas para la reflexión sobre el porvenir de Asturias. La organización, impulsada por el ovetense Diego Canga -jefe de gabinete del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani- y presidida ahora por el empresario Carlos García-Mauriño, tiene en marcha su programa de "mentoring" o asesoramiento de veteranos emigrantes a jóvenes que buscan su oportunidad y en proyecto un plan de apoyo a expatriados que quieran regresar al Principado. El viernes, en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo, el aniversario se celebra con la jornada "Diez años reuniendo talento emigrado", un foro de debate con una amplia nómina de destacados ponentes.

Da a veces la impresión de que es la tierra de uno la que se aleja con los años. Cuando la pregunta sea por qué se han ido, o sobre todo por qué no vuelven, un puñado de asturianos expatriados de la última oleada emigrante ofrecerá una reflexión semejante a ésta. No aparece el camino de vuelta. Alberto Canteli es ovetense, lleva veinte de sus 44 años fuera de Asturias, los últimos nueve en Dubai como alto directivo de una multinacional de la comunicación, y ha llegado a esa conclusión de que viaja en dirección única, en ocasiones a su pesar, mirando a casa por el retrovisor. "La vuelta es un sueño que está siempre presente", sí, casi tanto como la convicción de que "cuanto más se desarrolla uno personal y profesionalmente, más grande es la distancia que le separa". Le pasó a la langreana Rebeca Llames, que no lleva tanto tiempo en el extranjero, apenas desde 2015, y que se fue con una excedencia de su trabajo en España y sin perspectiva laboral concreta, pero que al año de llegar a Alemania ya intuía que su país no podría igualar la oferta. Ya se quería quedar. Lleva tres años en Ingolstadt, vive a miles de kilómetros de Alberto pero formula exactamente igual la respuesta. Piensa a la vez que "la idea de volver está siempre presente" y que "las oportunidades no han sido hasta ahora suficientemente atractivas".

Una vez allí, queda claro que volver no es fácil. Luis Delgado, sin embargo, ha vuelto. Después de doce años en Madrid, y de apadrinar en la capital un colectivo de desplazados -Asma, Asturianos en Madrid-, regresó hace cinco. Fue más por motivos personales que por oportunidad profesional, pero aquí también encontró su hueco laboral. Ha tomado el camino del "emprendimiento global" en Asturias con su propio negocio autóctono de desarrollo de videojuegos y aporta su propio ejemplo en carne propia para poder dar con una de las claves del retorno y decir que hoy "pongo en práctica desde aquí lo que antes planteaba desde allí, que los asturianos emigrados debían ser un patrimonio para la región". Él ha vuelto físicamente, pero puede que no haga falta. "Asturias no se puede desvincular de esa cantidad de gente", hay muchas formas de traerla de vuelta y el patrimonio acumulado en la Asturias emigrada, que tiene un volumen extraordinariamente superior al de su declinante nivel demográfico interior, está pidiendo una fórmula de retorno que a lo mejor no tiene por qué tener la dimensión física de un regreso masivo, de un camino de vuelta que si bien ha de ser siempre una prioridad se adelanta como un objetivo como mínimo complejo. O eso dicen algunos que lo han visto de cerca.

Todo el que tuvo un tío en Buenos Aires y un abuelo en Cuba un tiene un sobrino en Berlín, o una hija en Londres, o ha volado él mismo a buscar un nido en árbol ajeno. No se emigra igual, no es lo mismo, hay muchas formas distintas de marcharse además de muchas maneras de volver, pero sigue habiendo otra Asturias ahí fuera. El calibre de la potencia de la versión emigrante la dan tres trazos estadísticos que cuentan 131.757 asturianos inscritos en el extranjero. Dice el recuento que no han dejado de expandirse y que juntos serían el tercer concejo de Asturias sólo por detrás de Gijón y Oviedo, también que multiplican por más de cuatro los números de regiones de nivel demográfico similar, como Extremadura o Baleares, y que se aproximan a los guarismos de la Comunidad Valenciana, con cinco veces más habitantes que Asturias. En una tasa sui generis, ahí fuera viven 128 asturianos por cada millar de residentes en el Principado: la media estatal supera a duras penas los 53 y sólo Galicia rebasa a Asturias por el vigor de su colonia de expatriados en relación a su dimensión demográfica. Esta Asturias de la población en retirada aún es una potencia exportadora de talento.

El volumen de la pulsión emigrante del Principado queda en evidencia cuando se comprueba que la decimocuarta comunidad española por población sube a la octava en la clasificación de las que tienen más inscritos fuera de España. Los residentes en el territorio representan el 2,25 por ciento del país, y bajando, pero los expatriados asturianos son el 5,3 por ciento del total de españoles emigrados, y subiendo. Y si es cierto que los números se han disparado desde que la ley de Memoria Histórica de 2007 facilita la nacionalidad española a los hijos y a algunos nietos de emigrantes, o que por ese motivo la mayor parte de los que figuran en el censo extranjero -100.335- son descendientes de expatriados que ya han nacido fuera, también lo es que Asturias seguiría siendo la octava región por potencial desplazado aunque de los que viven fuera sólo se contabilicen los 29.020 asturianos de nacimiento. Cribando el censo, dejando solos a los nativos, la Asturias del exterior aún sería la segunda potencia nacional en términos relativos, todavía sería el séptimo municipio más poblado de la región, no todavía un Mieres, sí un concejo mayor que Castrillón. El recuento detallado oficial más actualizado, deficiente en cuanto a la pormenorización por edades y formación académica del expatriado, concluye además que más de cuatro de cada diez emigrantes que salieron de Asturias en 2016 estaban en la flor de la productividad laboral, tenían entre 25 y 39 años. El último año contabilizado de salidas da un total de 1.906, aunque aquí todavía pesa una mayoría de extranjeros que vuelven a sus orígenes por las secuelas de la crisis. A cambio, los retornos a Asturias acaban de alcanzar su máximo histórico con 1.140 en el último dato actualizado, pero el dato todavía no compensa. Toda esta ensalada de números está pidiendo un aliño. Todo esto tiene una entidad que aconseja su aprovechamiento.

Es ahí donde dice Jonás Fernández, eurodiputado del PSOE y economista, él mismo emigrante discontinuo desde 2002, que "objetivamente, tratar de conseguir el retorno de profesionales que quieran volver debe ser una prioridad, pero yo pensaría en instrumentos alternativos para aprovechar el valor que los emigrantes pueden tener para Asturias incluso sin que se produzca ese traslado físico". Organizados, de entrada, están. El trabajo de la cohesión está hecho. La asociación Compromiso Asturias XXI es una extensísima red que supera los 1.100 asturianos repartidos por 57 países de los cinco continentes y este mes cumple diez años de conexión internacional a gran escala y de búsqueda de ideas y colaboraciones de futuro, de un retorno de conocimiento capaz de hacer más fuerte a la región. He ahí un ejemplo de eso que Jonás Fernández quiere que sea el establecimiento de "instrumentos para rentabilizar el talento que Asturias tiene fuera" y que probablemente sea en el corto plazo una estrategia más productiva que una tentativa como las emprendidas para un retorno que se ve al menos "complicado". No hace falta recordar que el último programa de recuperación de talento expatriado emprendido desde la Administración regional se cerró sin una sola solicitud.

A vista de emigrante retornado, Luis Delgado dirá que importa mantener el contacto, que la Asturias interior ha de aprovechar la potencia de la Asturias de la diáspora sabiendo que "es básico saber que el asturiano que está fuera siempre mira hacia Asturias y que tenemos que lograr que desde aquí también se mire hacia fuera". Pero en un mundo sin fronteras, que no va a poder detener la huida ni tal vez atraer masivamente el retorno, la idea es conseguir "que se vea el exterior como una salida natural y al asturiano que está fuera como un elemento interesante para la economía asturiana". Tampoco hace falta acordarse del empresario astur-mexicano Antonio Suárez y de sus encargos de barcos atuneros en Gijón para calibrar la resistencia del vínculo emocional cuando se habla de negocios. "Hay decisiones que además de fundadas en el análisis económico pueden tener un soporte guiado por el cariño a tu tierra", remata. "Estoy convencido de que algunas determinaciones importantes para la región han estado marcadas por el vínculo con Asturias que tenía la persona que las tomaba".

Son las reglas nuevas de un mundo diferente donde el movimiento es inevitable, y ya no se emigra igual. Profundizando a la búsqueda del origen del fenómeno, Alberto Canteli identifica en Asturias un desajuste entre el tipo de profesionales que forma y la clase de empleos que pide su tejido productivo. En el fondo, según la versión de Jonás Fernández, puede que no haya tanto un problema de formación, porque ahí fuera encaja la gente preparada aquí dentro, como una disfunción "de tamaño". Del tamaño de la economía asturiana desde que la reconversión industrial la jibarizó, aporta el economista. A la luz de su tesis, el crecimiento económico y demográfico de la hinchazón industrial del siglo XX dejaba, tras la caída del sector, "dos opciones". Cabía una estilo Margaret Thatcher, de cierre de empresas y éxodo inmediato de población, o la más española "política de mantenimiento de habitantes inactivos mediante una estrategia de rentas". La opción aparentemente menos traumática, la segunda, también tiene consecuencias: deja de entrada a la población en casa, pero a cambio aplaza las salidas a las generaciones siguientes. Los que pierden su empleo de inmediato ya no se van, "pero como la economía tiene aún un tamaño no adaptado al de la población que sostiene", el ajuste se desplaza hacia delante en el tiempo. Mejor: "Socialmente, no es lo mismo expulsar a universitarios jóvenes y bien formados que a gente con 45 años que viene de trabajar en un lavadero de Hunosa".

Sea como fuere, las circunstancias del entorno definen también, o sobre todo, el tipo de huida. No se van con la misma alegría los milennials que los nacidos en los setenta, los impulsados por la crisis que aquellos otros que todavía podían permitirse una dosis de aventura o de ambición profesional al hacer las maletas. "Nunca fue fácil", "no nos íbamos con cinco ofertas sobre la mesa", recuerda Jonás Fernández en representación de los que partieron con el cambio de siglo, pero "esa perspectiva de que cada vez íbamos a tener más oportunidades, o de que mi vida iba a ser mejor que la de mis padres, tal vez no la ha conocido la gente que viene detrás". La crisis ha ennegrecido la esperanza, a esa generación le falta el "legado de optimismo sobre el futuro". Les ha costado más. Se van más expulsados, si cabe la expresión, más urgidos por la necesidad, con menos dosis de aquella perspectiva de poder cambiar de empleo para mejorar cada cierto tiempo que él veía en el Madrid de sus primeros años, cuando "en tres o cuatro años podías pasar a ganar el doble".

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