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Joaquín Sorolla gruñe cuando llueve en Asturias

"Pintar en el Nalón fue un ´tour de force´, una prueba para sí mismo para encontrar otros ambientes, otros lugares", dice el director del Bellas Artes

"Paisaje asturiano". Otra de las "Notas de color" pintadas por Joaquín Sorolla en Asturias. Estas obras retratan "la distancia de un paseo" desde su casa en el Nalón. Del Museo Sorolla.

Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, Madrid, 1923) pasó tres veranos en Asturias. En 1902, 1903 y 1904. "Vino a trabajar", explica Alfonso Palacio, el director del Museo de Bellas Artes de Asturias. El centro cultural guarda en sus entrañas trece lienzos del valenciano que compró en su momento el industrial y filántropo Pedro Masaveu. "Pintó mucho, casi todas las escenas las encontró en un espacio muy limitado desde su casa en La Arena, que es donde decidió vivir aquellas semanas", añade Palacio. Sorolla cogía los bártulos, caminaba y se detenía cuando encontraba aquello que le causaba impresión. Por ejemplo, un secadero de redes. "Por eso gruñe cuando no puede pintar, cuando no para de llover", apostilla Consuelo Luca de Tena, la directora del Museo Sorolla, la entidad que promueve las exposiciones "Notas de Asturias" y "Sorolla en su paraíso". Ambas completan "Pedro Masaveu. Pasión por Sorolla", una colección de 59 piezas del impresionista español por excelencia. Buena parte de ellas -de hecho, todas menos una- están en la cúpula del Centro Niemeyer hasta el próximo día de Reyes.

La documentación escrita sitúa a Sorolla el 16 de julio de 1902 en Avilés. Es posible que durmiera aquella noche en un hotel que estaba encima del histórico café Colón, en la calle de La Muralla. Había pasado por León, por Gijón. "De allí partió para La Arena", cuenta Palacio. El plan, en un principio, tenía que haberse desarrollado en El Pito, en Cudillero, en casa de los Selgas. "Cambió de idea por el empuje de Tomás García Sampedro, un amigo que había conocido en Roma", continúa el director del Bellas Artes. Este García Sampedro era asturiano, de Somao. Él y su profesor -Casto Plasencia- fueron los impulsores de la colonia artística de Muros de Nalón, un encuentro que se desarrolló entre 1884 y 1890, cuando murió Plasencia.

Sorolla tardó todavía doce años en viajar a la desembocadura del Nalón. Y es que el valenciano señero "fue un pintor viajero", subraya Palacio. Estuvo en Francia, en Italia, en Holanda. Por media España, tomando apuntes para atender los encargos de la Hispanic Society. O sea, que, aunque se pasó tres veranos en Asturias, no lo hizo como turista. De ahí, los mosqueos que pillaba cuando llovía.

Blanca Pons-Sorolla, la bisnieta del artista, cuenta que el impresionista "montaba tenderetes en las playas de Valencia". Era un tipo popular. "No pudo hacer lo mismo en San Sebastián", añade la investigadora. "La playa de la Concha era la de los Reyes", apostilla. "La huella que Asturias dejó en Sorolla está en una serie de pequeños apuntes que algunos críticos aseguran que son notas preparatorias para cuadros posteriores. No es cierto. Son, eso sí, obra de factura rápida, una intensa impresión", vislumbra Palacio. Unas cuantas de estas pinturas se pueden contemplar hasta principios de enero próximo en el Niemeyer.

"Cuando Sorolla viaja con su familia, tenemos un problema: no cuenta mucho", bromea Consuelo Luca de Tena. El pintor impresionista era un gran redactor de cartas, buena parte de ellas a su esposa, Clotilde. "En los años 1903 y 1904 apenas tenemos noticias de cómo le fue su verano asturiano", se lamenta Palacio, para, a continuación, convenir que su presencia en el Principado le permitió "descubrir un mundo muy distinto del valenciano, el que mejor conocía, el que controlaba a la perfección". Y esto es así porque a orillas del Mediterráneo "la luz es más estable y potente". Todo lo contrario que en Asturias, el paraíso natural también lo es de la lluvia. "Pintar en el Nalón fue un 'tour de force', una prueba para sí mismo para encontrar otros ambientes, otros lugares", explica Palacio. Y esos otros ambientes son La Arena, son San Esteban, son los hórreos, son las segadoras.

Consuelo Luca de Tena explica que todo esto se grabó en la mente de Sorolla porque el valenciano, antes, había quedado impresionado por la Institución Libre de Enseñanza, un proyecto pedagógico impulsado por Francisco Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate, cuyo objetivo era lograr ciudadanos fundados en el saber. "Lo que había antes era el historicismo, la recreación del pasado", añade la directora del Museo Sorolla. "Lo que hizo Sorolla fue inclinarse por la realidad verdadera", continúa. Y esa realidad fue la que veía cada vez que salía de casa, en aquellos veranos de trabajo, sol y lluvia, cuando Asturias comenzó a recobrar el protagonismo que había perdido después de la Ilustración.

Los paisajes asturianos que salieron de los pinceles de Sorolla, explica la directora de su museo madrileño, "parecen nostálgicos". La nostalgia del paraíso consumido por la industrialización. Era el tiempo en que las aguas del Nalón empezaban a bajar negras. Nostalgia, un retiro espiritual y un montón de imágenes que dejaron huella en el hombre que atrapó la luz "en todas las horas del día", dice Pons-Sorolla. Menos cuando llovía.

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