La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De la única diversión conocida para campesinos al tipismo para turistas y al botellón para jóvenes

La romería era la única diversión conocida en un mundo en el que no estaba delimitado el tiempo del trabajo y el de ocio, ya que ni siquiera existía el tiempo libre. Jovellanos decía a finales del siglo XVIII en su "Carta sobre las romerías de Asturias" que "si se quitan al pueblo estas recreaciones en que libra todo su consuelo, ¿cómo podrá sufrir el peso de un trabajo tan rudo, tan continuo y tan escasamente recompensado?".

La transformación de las fiestas rurales está muy bien detallada en el libro "Aquellos maravillosos baños. Historia del turismo en Asturias (1840-1940)", del historiador Juan Carlos de la Madrid, del que se ha exprimido la mayoría de las ideas que siguen

Las fiestas por antonomasia; las romerías, se concentraban en verano, desde San Juan hasta mediados de octubre, cuando también era más denso el trabajo campesino. El trabajo y la fiesta eran el día y la noche, aparecía uno cuando desaparecía el otro, pero formaban un todo.

El protocolo de la romería se iniciaba en la víspera, cuando se izaba la foguera, en torno a la que se entonaban cantos del país. El día grande, el del santo o la Virgen, se iniciaba con la alborada de tambor, gaita y cohetes, que llevaban a los lugareños hasta la misa mayor, generalmente cantada, después de la que, para sufragar los festejos, se subastaba el ramo, orlado de roscas de pan. La comida era un banquete excepcional de familia e invitados y la tarde se dedicaba a la romería, el baile y el jolgorio propiamente dicho.

Una de las funciones de la romería, en entornos tan cerrados como la sociedad tradicional asturiana, era que los mozos se pudieran conocer. Ellos, gallasperos, y armados con el palo, acaban casi siempre en paliza. El 12 de enero de 1775, el regente de la Audiencia de Oviedo ya había dictado una providencia para que "ninguna persona de cualquier estado, sexo o condición que asista a la romería lleve palo o bargano u otra arma ofensiva, pena de cuatro ducados y quince días de cárcel por la primera vez; por la segunda, pena doblada, y por la tercera se dará cuenta a la sala para tomarle La providencia...".

A partir de mediados del XIX, los ritmos ya no los marcaba la cosecha, sino la sirena de las fábricas y el crecimiento de las ciudades. La llegada del XX trajo el veraneo y, luego, el turismo empezó a colonizar el centro y la costa y los festejos tradicionales (y también músicas, bailes o vestimentas) se fueron transformando en recursos para "la atracción del forastero". Lo tradicional se convirtió en "típico".

El siglo XX transformó definitivamente las romerías. Se multiplicaron las fiestas, lo religioso se mezcló con lo profano y lo viejo (gaitero y "tamboritero") con lo nuevo (el organillo, la entrada del "agarrao" con el tango, la canción del verano con Rafsaella Carrà y Georgie Dann).

En el siglo XXI nada responde ni al mundo tradicional ni al tradicional transformado. La "fiesta de prau" masiva entre la juventud ha impuesto un nuevo protocolo de botellón y revolcón. Da igual el motivo.

Compartir el artículo

stats