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Amores de verano

Algunas especies de la fauna asturiana, como el corzo, se saltan - el celo primaveral y dejan los apareamientos para el estío

Amores de verano

Los amores de verano -intensos, alocados y fugaces- han sido objeto de canciones, películas, narraciones... en definitiva, son todo un tópico de la estación o, más propiamente, del estado vacacional. Para la fauna se trata, simplemente, de un retraso estratégico del período de celo, que comúnmente tiene lugar en primavera. No hay muchos vertebrados que sigan este calendario; el ejemplo clásico es el corzo, atípico en este y otros aspectos de su estrategia reproductora con respecto a los otros cérvidos e, incluso, en relación al resto de artiodáctilos. Los corzos entran en celo en pleno estío, entre mediados de julio y finales de agosto. Es un celo discreto, que no tiene nada que ver con la berrea del ciervo ni con la ronca del gamo, "espectáculos de masas" con exhibiciones sonoras, arenas atestadas de machos contendientes y hembras expectantes, luchas... No hay nada de eso. Los machos se muestran muy agresivos durante este período, pero las justas, cuando se producen, son de tú a tú, discretas y sin público. Los sementales suelen defender un territorio y cubren a todas las hembras que entran en él, en lugar de salir a reclutarlas y formar harenes. Incluso es relativamente frecuente la monogamia. Esta modalidad de relaciones intra e intersexuales tiene mucho que ver con el hábitat forestal del corzo, donde, para evitar a los depredadores, resulta más conveniente vivir solo o en pequeños grupos que en grandes manadas, y se refleja en los caracteres secundarios de la especie, en el escaso desarollo de la cuerna. Como consecuencia de la elección de fechas, este pequeño cérvido presenta implantación diferida del blastocito, es decir que la gestación no comienza inmediatamente después de la fertilización del óvulo sino que queda en suspenso unos meses, hasta finales de diciembre o primeros de enero, con el fin de que los corcinos nazcan en la primavera avanzada, en el período más favorable para su desarrollo.

La marsopa común, un pequeño cetáceo de hábitat costero, también se aparea ahora, aunque tal vez haya un segundo celo, ya que se registran nacimientos tanto en primavera como en verano (la gestación dura entre 10 y 11 meses). Las cópulas de la lagartija de turbera llegan en las poblaciones de montaña hasta los primeros compases del verano (en zonas bajas suceden antes), aunque esta es más propiamente su temporada de puesta. Este reptil está adaptado a los climas fríos (solo por debajo de 4 ºC permanece totalmente inactivo), aunque, al mismo tiempo, selecciona las horas más cálidas del día para su actividad, que, de hecho, se inhibe en días muy nubosos.

A su vez, la luciérnaga necesita la noche, la oscuridad: su arma de seducción es un luz fría, verdosa o amarillenta, de generación enzimática, que emiten los machos como un faro para atraer a las hembras. Los adultos no tienen otro cometido que aparearse, así que no comen; sobreviven de las reservas heredadas de su estado larvario.

Los calamares comunes se aparean ahora, pero no solo ahora: no tienen un período de celo bien definido. Este proceso se superpone a su acercamiento a la costa, que tampoco es exclusivo de la temporada, sino que empieza ya en febrero, con los ejemplares más grandes, y se escalona por tamaño.

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