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La sopa de plástico que mata a los albatros y llega hasta el plato de pescado en la mesa

El documentalista estadounidense Chris Jordan pone en primer plano el problema de la generación masiva de un residuo de serios efectos ambientales

Chris Jordan, con un pollo de albatros de Laysan en la isla de Midway, la especie y el escenario protagonistas de su largometraje.

La era del plástico ensucia, asfixia, envenena el planeta. El consumo masivo e indiscriminado de este material y su desecho, igualmente incesante, se han convertido en un problema ambiental universal y difícil de gestionar. Para hacerlo visible, el artista multimedia estadounidense Chris Jordan, que ha volcado su trabajo en la crítica al consumismo, ha realizado, en los últimos años, el documental "Albatross" (que terminó de editar en 2017, aunque no se estrenó hasta abril de este año): un largometraje de 97 minutos de duración que pone el foco en el océano, a donde cada año van a parar un promedio de ocho millones de toneladas de residuos plásticos (el volumen real varía entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas, según las estimaciones de Jenna Jambeck, profesora de Ingeniería de la Universidad de Georgia), y, en concreto, en una de las víctimas de esa contaminación: el albatros de Laysan, el millón de aves de esta especie que anidan en el atolón de Midway, en Hawai, en el Pacífico Norte.

El documental, que, por deseo expreso de su autor, se puede ver y descargar gratuitamente desde el 8 de junio en la web www.albatrossthefilm.com, se proyectó el 3 de julio en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, en un pase organizado por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), que estrenó el documental en España el 7 de junio y que prevé darle amplia difusión.

Jordan cuenta en su película la vida de los albatros de Laysan durante su estancia en Midway para criar; el resto del año vagan sin rumbo definido por el océano, buscando "oasis" ricos en alimento (el mar abierto es un gran desierto). Su vida... y su muerte: la que ocurre por causas naturales, por pura selección natural, y la mortandad que ocasionan los plásticos que los adultos engullen y con los que ceban a los pollos, obstruyendo y perforando su sistema digestivo, cuando no intoxicándolos. Unas 200 especies de vertebrados marinos (incluyendo aves, cetáceos, tortugas y peces) ingieren plásticos; el impacto en el conjunto del ecosistema aún se desconoce. La muerte de fauna solamente es la punta del iceberg, una señal de alarma.

Planteado el problema y puestas de relieve sus consecuencias, cabe hacer un inciso en el argumento de Jordan para explicar el porqué, es decir la razón de que algo tan poco apetecible como un trozo de plástico sea engullido como si fuera el más delicioso plato de sushi. Se solía explicar por confusión visual con las presas, aunque las similitudes son escasas (la explicación es más convincente para las tortugas marinas que comen medusas y otros organismos afines, asimilables a una bolsa de plástico a la deriva). No parece ser, pues, una cuestión de vista; la confusión procede del olfato. Las procelariformes, que agrupan albatros, pardelas y petreles, poseen este sentido muy desarrollado (una cualidad casi única entre las aves, en su mayoría carentes de sensibilidad olfativa) porque les sirve para localizar un alimento muy disperso en la inmensidad del océano (aún así, deben volar miles de kilómetros para llenar el buche). Concretamente, detectan el olor a sulfuro de dimetilo procedente del fitoplancton en descomposición; el compuesto bioquímico que produce el "olor a mar". Y se da la trágica circunstancia de que los plásticos flotantes se van cubriendo de microorganismos que lo segregan y en menos de un mes huelen exactamente igual que el alimento de los albatros. Éstos sobrevuelan la superficie del mar y van picando lo que su olfato identifica como presas (peces, calamares, crustáceos planctónicos... y plásticos camuflados con el mismo aroma de la comida real). Para los adultos, la ingesta de plástico es un problema relativo, ya que no les causa los daños internos que produce en los tiernos tejidos de los pollos y, además, son capaces de regurgitarlo. A los volantones les cuesta, pero también pueden hacerlo, aunque muchos no son capaces o lo hacen muy tarde. Para los pollos es una sentencia de muerte.

El drama de los albatros, contado con cercanía, con emoción, incluso con cierto misticismo, es un modo eficaz de comunicar el problema de la contaminación por plásticos y de sensibilizar acerca de sus consecuencias. Las pardelas paticlaras que anidan en Australia y Nueva Zelanda se ven afectadas de un modo similar (el 90 por ciento de los pollos ingiere plásticos) y también las que habitan en el Mediterráneo, incluida la pardela balear, en peligro crítico de extinción.

El gran problema del plástico es que está en todos lados, en el océano y en tierra, desde las grandes profundidades marinas hasta el Ártico. Y la peor parte no son las espectaculares e impactantes "islas de plástico" de las grandes zonas de convergencia de corrientes (la del Pacífico Norte, la primera que se descubrió, en 1988, tiene una superficie estimada superior al millón de kilómetros cuadrados), sino lo menos evidente, las diminutas partículas resultado de la degradación de estos residuos, los microplásticos. Y estos aún se ven y pueden rastrearse, pero tal vez el largo ciclo de descomposición de este material (entre 450 años y un horizonte no cuantificado) haya generado ya corpúsculos aún menores, nanoplásticos, invisibles y que no somos capaces de detectar, y, aún peor, que pueden a incorporarse a los tejidos. Los microplásticos se infiltran en las redes alimentarias, se almacenan en el sistema digestivo de los peces y terminan en el plato de pescado en nuestra mesa, pero no los ingerimos porque solo comemos el músculo. Los nanoplásticos sí plantearían ese riesgo.

Además de partículas, el plástico ha creado un nuevo tipo de mineral, en combinación con sedimentos, descubierto en 2014 en Hawai y bautizado como "plastiglomerado". El politólogo holandés Michiel Roscam Abbing lo recoge en en su "Atlas de la sopa de plástico del mundo", publicado este año y en el cual se traza, por primera vez, un mapa de las concentraciones de residuos plásticos en el planeta. "Los peligros de la producción y el uso indiscriminado de este material sintético nos perseguirán durante siglos", advierte Abbing, quien también indica que "los daños derivados del plástico superan sus beneficios", como argumento a tener en cuenta en el planteamiento de fondo del problema, cuya dimensión ha crecido exponencialmente en los últimos 15 años (en los cuales se acumula el 50 por ciento de la producción histórica de plásticos), con el agravante de que más del 40 por ciento de los plásticos que se fabrican (407 millones de toneladas en 2015) pasan a convertirse en residuos casi de inmediato. Alrededor de la mitad son envases y embalajes; por poner dos ejemplos ilustrativos, cada minuto se utiliza un millón de bolsas de plástico en el mundo y cada hora se desechan 2,5 millones de botellas de plástico solo en Estados Unidos. Más datos: los plásticos que están en el mar darían para colocar 15 bolsas de la compra llenas de ellos en cada metro de costa del planeta. Según estima Abbing, en cualquier playa del Reino Unido hay un promedio de 24 bastoncillos de los oídos por cada 100 metros. Al igual que muchos útiles, podrían fabricarse de otro material, pero saldrían más caros. Ese es el meollo de la "plastificación".

Hay alternativas y soluciones. Pero las primeras necesitan promoción y las segundas exigen acuerdos y tratados internacionales porque, explica Abbing, "la sopa de plástico supera las barreras nacionales y hay una laguna legal".

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