La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Las reservas de la Biosfera asturianas, una oportunidad pendiente

a red de espacios auspiciados por la Unesco, que cumple 18 años en la región, no ha satisfecho su objetivo de ofrecer modelos de desarrollo sostenible

Un claro en el bosque de Peloño, corazón de la reserva de la Biosfera de Ponga. MIKI LÓPEZ

Las reservas de la Biosfera asturianas alcanzan la mayoría de edad. Hace dieciocho años que se declararon las primeras: Muniellos y Somiedo (la efeméride se conmemora en noviembre). Y qué mejor regalo de cumpleaños que sumar otro espacio, el séptimo, a esta selecta lista: el Parque Natural de Ponga, incorporado a la red el pasado mes de julio. De este modo, todos los parques naturales disfrutan ahora de este sello de calidad: Somiedo (2000), Redes (2001), Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias (2003, como ampliación de Muniellos) y Las Ubiñas-La Mesa (2012). Completan la nómina regional el Parque Nacional de los Picos de Europa (2003) y Río Eo, Oscos y Terras de Burón (2007), compartida con Galicia, el primer espacio que recibió esta calificación sin contar con una protección previa.

Cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) aprobó el nombramiento de Muniellos y Somiedo, éste se festejó como un importante reconocimiento que situaba Asturias en el mapamundi de la conservación y que prometía buenas oportunidades de desarrollo socioeconómico. A día de hoy, la figura suena, tiene una imagen positiva y se emplea como reclamo turístico y comercial. Pero ahí termina su aportación. No se ha sabido convertir ninguna de las reservas de la Biosfera asturianas en el modelo de desarrollo sostenible que se supone que han de ser y para lo cual reúnen, a priori, buenas cualidades: ésa es una razón básica para que un espacio sea elegido, junto con su representatividad paisajística o biogeográfica y sus valores culturales y etnográficos. Conviene en este punto hacer un inciso aclaratorio: el programa Hombre y Biosfera (MaB, por sus siglas en inglés) nació en 1971 con el propósito de sentar las bases científicas para el uso racional de los recursos de la Biosfera (el conjunto que forman los seres vivos con el medio en el cual se desarrollan). Y el principal instrumento para expresar esa idea de una forma práctica es la red mundial de Reservas de la Biosfera, que se inició en el año 1976 y que en 2001 fue reconocida con el premio "Príncipe de Asturias" de la Concordia.

Toda reserva de la Biosfera debe aspirar a cumplir tres objetivos esenciales: conservar los paisajes, los ecosistemas, las especies y la diversidad genética; promover un desarrollo sostenible, y fomentar el conocimiento científico, la educación y la formación en relación con los objetivos anteriores. En pocas palabras, se ponen al mismo nivel la conservación de lo natural, el bienestar socioeconómico y la preservación de los valores culturales, y se otorga un papel activo en la gestión a las comunidades locales. A la postre, se pretende que las reservas de la Biosfera sean capaces de generar modelos eficaces y exportables de desarrollo sostenible. Viene a ser el mismo objetivo de los parques naturales, una coincidencia que ha favorecido la deriva de las reservas de la Biosfera, a las que no se ha dotado de planes de acción específicos: se ha considerado que eran suficientes los órganos y los instrumentos de gestión preexistentes (salvo en Río Eo, Oscos y Terras de Burón). De igual modo, se ha copiado la zonificación de los parques, lo cual ha provocado problemas.

Ese es el escenario al que se incorpora Ponga, con disensiones en el gobierno local y con el precedente de su rechazo al parque natural, paradójico frente a la celebración municipal de la reserva de la Biosfera. El territorio pongueto es otra pieza del mosaico de hábitats que representan los parques naturales asturianos, un sector de la cordillera Cantábrica caracterizado por su abrupta y fragosa orografía, y por su extensa cubierta forestal (hayedo, principalmente), cuyo núcleo es el monte de Peloño. La red de reservas de la Biosfera no suma espacios sin más, sino que selecciona unidades paisajísticas o biogeográficas representativas (dos conceptos complementarios, referidos, respectivamente, a la impronta humana y a las condiciones naturales del territorio derivadas del clima y la geografía). A este respecto, desde que se propuso la candidatura de Redes para entrar en la red MaB se tuvo en mente una idea que no ha llegado a completarse, aunque la declaración de Ponga avanza en esa dirección: una gran reserva de la Biosfera de la cordillera Cantábrica. El biólogo Javier Castroviejo luchó por este proyecto, “un concepto novedoso en Europa”, durante su etapa al frente del comité español del programa Hombre y Biosfera.

Cuando menos, tanto Castroviejo como otros expertos han reclamado un criterio de gestión coordinado entre las reservas de una misma unidad territorial, pues en la actualidad lo que se hace en Fuentes del Narcea no tiene nada que ver con lo que se hace en Laciana, ni lo de Somiedo con lo de Babia, pese a su estrecha y obvia vecindad.

Por otro lado, las primeras reacciones a la reserva de Ponga se han focalizado en dos puntos: carreteras y turismo. El mismo error en el que han caído las reservas precedentes, tomando esta figura por una mera fuente de subvenciones y un reclamo para atraer visitantes. Y lo son. Pero son mucho más que eso, deben serlo para cumplir su papel.

Las reservas de la Biosfera tienen el cometido de servir como laboratorio y escenario demostrativo de estrategias, en principio de desarrollo local sostenible, pero también otras con miras más elevadas, abordando problemas globales como el cambio climático. Muniellos es un ejemplo paradigmático del valor científico de estos espacios, pues su evolución natural durante casi medio siglo, tras una larga etapa de explotación que, sin embargo, no dejó grandes cicatrices, lo convierte en un lugar privilegiado para la observación y el estudio de los procesos biológicos y de cómo influye en ellos el cambio del clima. También son lugares en los que preservar el legado humano en el paisaje, como las brañas somedanas, con unas arquitecturas y unas estructuras productivas (el sistema de uso rotativo, estacional, de los pastos a diferentes altitudes) que no solo merecen conservarse como valor cultural sino que pueden aportar enseñanzas sobre la adaptación humana al medio, sobre la organización de las sociedades tradicionales, sobre el aprovechamiento sostenible de los recursos, sobre el desarrollo endógeno... Sobre una convivencia con la naturaleza que tanto la ruptura generacional como las nuevas prácticas agropecuarias han echado a perder, olvidando saberes, quehaceres, deberes y herencias.

Hay muchas asignaturas pendientes en las reservas de la Biosfera. Tantas como oportunidades. Pueden ser una figura idónea para darle un futuro a la Asturias rural.

Compartir el artículo

stats