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La pregunta inevitable: ¿pero qué estoy haciendo yo aquí?

Pensar en el futuro, saldar cuentas vitales, contestar a preguntas pendientes y unas vacaciones de gorra, entre los ocho motivos (más uno) que activan al peregrino

El Camino de Santiago nos pone a prueba y el ser humano está programado para aceptar los retos. Aseguran los que han vivido la experiencia que a lo largo del Camino hay dos momentos inevitables. Uno lo marcan las lágrimas, en cualquiera de sus variantes: dolor, cansancio, emoción, alegría. También un lloro de desahogo, difuso y reparador, que tiene que ver con la soledad, con el paisaje, con la libertad del entorno para dejarse llevar por las emociones.

El segundo momento incluye una pregunta: ¿qué estoy haciendo aquí? Tiene que ver con el hecho de que al Camino no va nadie obligado y también porque la experiencia está llena de aristas: el cuerpo que pide auxilio, las incertidumbres en la ruta, los bajones periódicos a lo largo de una sucesión prolongada de esfuerzos, las crisis de convivencia cuando la aventura se realiza en compañía...

Con lágrimas y dudas hay que avanzar. El que quiera una experiencia tranquila que se vaya a la playa. Esa prueba de fuego, llena de dificultades, pero también de momentos mágicos, necesita una motivación. Todos en el Camino la tienen, por muy prosaica que ésta sea. Y quizá el 90% de los peregrinos están incluidos en los ocho grandes perfiles que se explican a continuación.

Motivaciones complementarias a las que el caminante (o el ciclista) acude según situación y ánimo. El peregrino perfecto sería aquel capaz de activar esos ocho motivos.

01 El reencuentro con uno mismo

Nos conocemos poco. Sabemos nuestros datos y nuestra biografía de la misma forma que lo sabe el Ministerio de Hacienda, pero hasta ahí llegamos. Es normal en una sociedad en la que casi nunca estamos solos, rodeados de ruido, con escasas oportunidades para la reflexión. Enfrentarse a uno mismo no es fácil porque nos arriesgamos a gustarnos poco. Pero la aventura de pensar, y de pensar en soledad, es fascinante. Es una de las grandes coincidencias de los peregrinos a Santiago. Pensar en nosotros mismos es pensar en lo que fuimos e hicimos; también en lo que no fuimos y no conseguimos lograr. Lo más importante es pensar en el futuro, ordenarlo en la medida en que se deje. Hacer planes en el Camino. Y cumplirlos, a ser posible.

02 Conocer gente, el atractivo de la solidaridad

No se trata de pensar en el Camino como un lugar de solitarios, aunque la soledad sea un peaje (y a la vez un regalo) que nos brinda la experiencia jacobea, que suele dejar amigos para (casi) siempre y hasta amores. El Camino nos iguala, justo lo que no hace esta sociedad estratificada en la que nos movemos. Y esa igualdad -que viene marcada por la vulnerabilidad general- permite acciones solidarias impensadas en la jungla del asfalto. Hay pocas satisfacciones más intensas que la de ayudar a quien lo necesita, y esto por encima de credos e ideologías. Y hay pocos gustazos mayores que el de escuchar sin mirar el reloj. ­Corremos el riesgo de toparnos con un pelmazo, cierto, pero mejor aguantarlo a campo abierto que no es un ascensor.

03 La promesa religiosa

El Camino de Santiago nace a partir de una pulsión religiosa, a la estela de un apóstol que probablemente nunca pisó tierra de lo que hoy es España. Cuestión de tradición y fe, dos motores que han movido la máquina de la Historia. Los albergueros suelen coincidir en que hay muchos más peregrinos de los que pensamos que afrontan la experiencia por una motivación fundamentalmente religiosa. Compostela como lugar santo en el Finisterre de un continente con profundas raíces cristianas. Dicen que el estímulo religioso aporta un plus de fuerza al caminante. La ruta está jalonada de cientos de iglesias, ermitas, catedrales y cruceros que recuerdan los orígenes. La naturaleza ayuda al viaje interior; para el otro, también son beneficiosas las tiritas.

04 Un rito de paso

En el Camino perdemos el miedo a desnudarnos, en el sentido más metafórico del término. Y tras el encuentro casual y el protocolo inevitable surge la vida, la historia de cada cual, el porqué del peregrinar. Y aquí sí que la lista es interminable. Hay quien camina por luto, para cerrar heridas; hay quien tiene la necesidad de resetearse tras una experiencia traumática, una separación, la pérdida de un puesto de trabajo... Caminar para reinventarse, sabedores de que al final de la ruta la persona que vuelve no es la misma que la que partió. Con toda seguridad, es un poco más sabia. El Camino, que es buen consejero, sirve también para tomar decisiones vitales de calado, esas que nos pueden cambiar la vida.

05 Deporte y aventura

Gente que se marca el reto del Camino como lo hace con la maratón de Nueva York. Hay quien utiliza la Ruta Jacobea para ponerse en forma (y por lo general la ruta le puede) o quien demuestra sobre el ­terreno que está que se sale (los menos). Cada cual hace lo que puede y en formatos bien diferentes: pequeños pelotones de ciclistas, grupos de caminantes de los que unos tiran y los otros aguantan (o no) el ritmo, peregrinos solitarios o en pareja que se plantean la experiencia como una práctica deportiva al aire libre. Aviso a los candidatos: se suda menos en los gimnasios. Pero no se pasa tan bien.

06 Unas vacaciones desconectadas

A lo largo del Camino, sobre todo en algunos tramos, la soledad puede pesar, pero la “culpa” la tenemos nosotros, urbanitas ultraconectados y siempre rodeados de gente a la que le sacamos poco partido esencial. Una semana -o dos- sin televisión, sin procés, sin fútbol, sin radio, sin internet ni redes sociales, sin Trump ni Putin y, por supuesto, sin móvil. No se trata de dejarlo en casa, sino de usarlo con cuentagotas y, a ser posible, tenerlo apagado a lo largo de la jornada. Por la noche, una llamada para comprobar -y confirmar- que todo está en orden. Un 20% del tiempo que nos pasamos despiertos lo hacemos con el móvil en la mano, porcentaje que bien puede ser considerado una insensatez. Unas vacaciones desconectadas: ¿de verdad podría conseguirlo?

07 Descanso low-cost

El Camino de Santiago hay que vivirlo en austeridad, pero hay quien lo aborda sin un euro en el bolsillo. Y tampoco es eso. El del caminante menesteroso, que era la mayoría en tiempos medievales, conforma hoy un perfil incómodo que en cierto modo se aprovecha de la solidaridad de la ruta. Es una motivación más o menos frívola y no siempre bien vista en el entorno de los albergues. A pie de Camino es difícil negar un café o un pincho a alguien que lo pide y asegura no disponer de dinero, pero se ­corre el riesgo del abuso. El Camino de Santiago es siempre un ejercicio de supervivencia (dicen que la prueba de fuego de convivencia de toda pareja es compartir la caminata). Lanzarse a la ruta sin dinero es un riesgo excesivo. Quince o veinte euros diarios por persona dan de sobra para hacer el Camino completo.

08 Un baño de naturaleza

Es una de las motivaciones más recurridas por los peregrinos. Encerrados todo el año en mamotretos de cemento, en artilugios móviles (coches, buses, metros, aviones...), apartamentos exiguos u oficinas mal ventiladas, la Naturaleza genera en nosotros una llamada atávica. Claro que la naturaleza también es barro y mosquitos, cuestas y maleza desbocada, calambres y sudores, calor y tormenta imprevista. Pero a quien no se le haya olvidado que la Naturaleza está ahí para disfrutar de ella, el Camino de Santiago (y las etapas asturianas por demás) es un regalo del cielo, con una enseñanza que nos viene de perlas: sirve para recordarnos lo poco y pequeño que somos. Una buena ocasión para ponernos en nuestro lugar.

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