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NERY GONZÁLEZ VALLINA | Exdecana del Ilustre Colegio de Procuradores de Gijón

"Sin procuradores los abogados las pasarían moradas"

"Cuando le conté a mi madre que me marchaba de la Residencia de Cabueñes me dijo: 'Algo hiciste, echáronte por algo y no me lo quieres contar'"

Nery González Vallina, sentada en un banco del parque de Isabel la Católica, en Gijón. ÁNGEL GONZÁLEZ

Nery González Vallina es una mujer de carácter. De mucho carácter. Rehízo su vida dos veces: la primera, con 28 años, cuando perdió a su marido a causa de un accidente, y, años después, cuando decidió abandonar su puesto de auxiliar de enfermería en el Hospital de Cabueñes para comenzar en el mundo de los tribunales como procuradora. Durante ocho años fue la decana del Ilustre Colegio de Procuradores de Gijón (de 1990 a 1998). A finales de 2013 el Gobierno de España le concedió la cruz distinguida de primera clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort por sus destacados servicios al mundo del Derecho en su etapa como decana y en los tres años que fue vocal en el Consejo General de los Procuradores de los Tribunales.

Retirada laboralmente desde 2014, Nery González Vallina vive en Gijón, en un ático de la avenida de Torcuato Fernández-Miranda y Hevia con vistas al parque de Isabel la Católica. Mujer muy vital, para ella el retiro laboral no significa quedarse quieta. Todo lo contrario. Ya queda dicho que es una mujer de mucho carácter, como no podía ser de otra forma. Es "una muyer de la Cuenca", de la del Nalón, nacida en El Entrego, en el concejo de San Martín del Rey Aurelio, hija de una entreguina y de un paisano de La Hueria de Carrocera que falleció de tuberculosis cuando Nery González Vallina tenía un año y medio.

"Mi madre se llamaba Consuelo Vallina, una mujer guapísima, y mi padre Alfredo González Rojo, un socialista histórico de La Hueria de Carrocera pero que no estaba significado en nada. Lo que pasó cuando estalló la Guerra Civil es que trabajaba en una cooperativa de la UGT o algo así y al empezar la represión alguien lo denunció y lo llevaron a la cárcel con una pena de cadena perpetua. Mi padre, que tocaba el laúd, era una persona muy frágil de salud y en la cárcel contrajo la tuberculosis, así que lo mandaron a morir a casa. Murió con 40 años y no me acuerdo de él. Yo tenía un año y medio y, según me contó mi madre, tampoco me dejaban acercarme por miedo a que me contagiara la enfermedad".

Cuando los padres de Nery González Vallina se casaron eran viudos los dos. "Mi madre no tenía hijos y mi padre tenía dos, uno que se murió muy pronto y una hija, mi hermana Mari Paz, que es ocho años mayor que yo y a la que adoro, fue como mi madre". Tras los primeros años de la infancia viviendo en El Entrego, a los 9, gracias a una beca, fue a estudiar interna al colegio Patronato de San José, en Gijón. "Fue un choque para una niña de pueblo y allí estuve hasta los 14. Era un Gijón muy distinto al de ahora. Por ejemplo, desde una de las aulas se veía la mar y se nos iba la vista mirando la playa. Me marché de vacaciones y dije que no quería volver, me sentía muy encerrada y fuera de la familia". En el Patronato de San José comenzó el Bachillerato, que no terminó entonces. Lo acabó años después, con la Reválida, ya viuda, en el Instituto Padre Feijoo de La Calzada "en las clases nocturnas de María Elvira Muñiz".

Volvió a El Entrego, a casa de su madre, y estudió taquigrafía, mecanografía "y otras cosas". Se casó con 19 años "con un rapaz de El Entrego" y por el trabajo de él, en una empresa de construcciones metálicas, vivió en Gijón y una temporada en Torrelavega. "Teníamos piso en Gijón y cuando enviudé empecé a buscarme la vida, no podía quedarme llorando miserias encerrada en casa como una viuda de las de antes".

En la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social José Gómez Sabugo. Viuda, sin hijos y con 28 años, Nery González Vallina no se quedó "llorando en casa". A través de una cuñada de su hermana, que trabajaba de ATS en Oviedo, le buscaron un trabajo en el Ambulatorio Puerta de la Villa de Gijón, donde estuvo dos años. Pero al año de inaugurarse la Residencia Sanitaria de la Seguridad Social José Gómez Sabugo (el actual Hospital Universitario de Cabueñes), el 7 de agosto de 1968, se presentó a unos oposiciones para acceder a su plantilla como auxiliar de enfermería. "Había hecho unos cursos en la Gota de Leche de puericultura que me valieron para los exámenes, me presenté y aprobé. Allí estuve diez años. El hospital estaba entonces en precario, faltaba ropa para los niños, explotaban al personal, no pagaban las noches como trabajo extraordinario... Trabajábamos muchísimas horas y siempre debíamos horas a la Seguridad Social, algo increíble. Pero en Cabueñes lo mejor es que éramos poca gente, casi una familia, y si alguno tenía ingresado algún familiar allí íbamos todos de visita".

Tras una década en el hospital y con la plaza fija por oposición, Nery González Vallina cambió radicalmente de profesión. "En Cabueñes empecé en prematuros y luego pasé a quirófano, y si lo que veía en prematuros me desmoralizaba, lo que veía en quirófanos era peor. Había muy buenos médicos, pero había cosas que te marcaban. Recuerdo una tarde que llegó una preciosidad de chaval, de 15 o 16 años, que se había pegado un golpe con una moto, y ver salir al chaval del quirófano muerto... Y luego decirle a la familia que había muerto, no podía con ello, y como eso montones de cosas más. Y también me parecía que la enfermería y la medicina estaban mal pagadas. Me acuerdo de lo que era ir a trabajar en agosto a las tres de la tarde, cuando todo el mundo iba a la playa, y en verano, cuando más accidentes hay y ves los casos más crudos, que eran a diario. Por otra parte, empecé a estudiar Graduado Social y comenzó a gustarme el Derecho y a tener muy buenas notas. Me gustaba muchísimo y, además, me daba clases el abogado Adolfo Venta. De ahí me motivé para hacerme procuradora. Fue un cambio tan radical que cuando le comenté a mi madre que me marchaba de la Residencia de Cabueñes me dijo: 'Algo hiciste, echáronte por algo y no me lo quieres contar'".

En el mundo de los tribunales. En 1980 terminó los estudios y se colegió "en un mundo completamente distinto, nada tiene que ver la enfermería con la Administración de Justicia, pero me fue bien, tenía fama de persona seria y responsable. Y a los diez años llegué al Decanato, donde estuve ocho".

-¿Cuál es la función de un procurador?

-Es quien hace el trabajo que se mueve en los Juzgados, la conexión entre el cliente y el abogado, quien se preocupa de los plazos, de la administración del pleito, quien maneja el dinero del pleito. Es un trabajo muy serio, el procedimiento procesal está en manos del procurador. Sin los procuradores los abogados las pasarían moradas.

En 1981 se aprobó la ley de Divorcio "y aquello fue una avalancha, aunque bastante menos que lo que la gente pensaba. Entonces estábamos también en el turno de oficio, donde te 'trallabas' muchísimo, pero cuando empiezas no tienes muchos asuntos. Por eso les debo muchísimo a los Silva. Yo era muy amiga de Pedro de Silva y de su primera mujer y un día le pregunté algo y me dijo que fuera por el despacho 'para que sepas lo que es una providencia, una sentencia, un auto...'. Me dejaban un despacho que no utilizaba nadie y me sacaban un montón de procedimientos, de tal manera que un día se marcharon todos y me dejaron encerrada. Se olvidaron de que estaba allí. Me acordé de que había señorina que limpiaba los despachos y que vivía al lado, con una puerta que se comunicaba, así que toqué y me abrió. Al día siguiente se morían de la risa".

-¿Qué cualidades tiene que tener un buen procurador?

-Muy ordenado y muy responsable. Mantener muy buenas relaciones con los funcionarios de los Juzgados y ser muy estricto con el dinero de los clientes, a veces pasan por tus manos grandes cantidades de dinero por indemnizaciones muy grandes. Pero, sobre todo, ser muy ordenado, llevar las cosas muy bien, cuidar que no se te pase un plazo, tener la delicadeza del día antes de un juicio llamar al abogado, con tiempo suficiente, para recordarle que tiene el juicio. Eso se valoraba muchísimo.

En los tribunales también "se ven miserias humanas, claro, pero te afectan mucho menos que lo que se puede ver en la sanidad. Por ejemplo, en los divorcios veías a un constructor que no había manera de pillarle nada para pagarle a su mujer la manutención. La sanidad era la salud y la vida de las personas, y la justicia era dinero, la mayoría de las veces. Me tocó una época muy buena, en la que había una relación fenomenal entre jueces, funcionarios, abogados y procuradores. Hacíamos unas cenas... Había una secretaria de Juzgado que decía 'hace mucho que no hacemos una fiesta del corchu', como las llamaba ella. Íbamos de cena y allí nos juntábamos todos, abogados, procuradores, funcionarios, todo el mundo, pero eso se acabó.

-¿La Justicia es lenta?

-Sí. Pero aquí, en Gijón, funciona con una lentitud que se puede tolerar. Hay abogados que son el demonio y utilizan todas las artimañas legales para hacer que un juicio tarde años en solventarse. Cuando hablabas con alguien de Madrid y decías que presentabas un pleito en la oficina del registro y que al día siguiente ya estaba registrado y con la primera providencia, abrían los ojos como platos, en Madrid tardaban meses.

En el Decanato. Tras una década de ejercicio profesional Nery González Vallina accedió, por elección, al Decanato del Ilustre Colegio de Procuradores de Gijón. Era el año 1990. Pero "el decano de entonces del Colegio de Abogados no estaba nada contento, era todavía una época en la que el machismo estaba más acentuado que ahora. En Oviedo hubo elecciones al Decanato y se había presentado María Eugenia Hidalgo, que valía un montón, pero como era mujer no la quisieron. Pero me presenté y gané con una diferencia tremenda. Entonces ya había muchas mujeres procuradoras y abogadas, pero en el Colegio de Abogados aún mantenían eso de que el decano tenía que ser un hombre. En cambio, cuando dejé el Decanato los abogados me hicieron un homenaje (en el mes de julio de 1998, en un restaurante de Castiello de Bernueces). Cogí el Colegio de Procuradores sin un duro; cuando llegué teníamos un déficit de trescientas mil pesetas. Cuando me marché quedó un montón de dinero en la cuenta".

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