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Ola de calor a perpetuidad

Este año 2018 va camino de convertirse en el más cálido desde que existen registros; el sofocante verano que ha vivido el norte de Europa es el anticipo de las altas temperaturas que traerá el futuro

Ola de calor a perpetuidad

Los 60.000 habitantes de la ciudad finlandesa de Romanievi viven del turismo gracias a su manto blanco. No es fácil llegar hasta allí, pero miles de turistas lo intentan y lo consiguen cada año para disfrutar de la nieve, las auroras boreales y comprar souvenirs de la localidad donde "vive" Papá Noel. El buen hombre va camino de tener que cambiar su indumentaria por algo más fresquito.

El Círculo Polar Ártico es uno de los grandes paralelos del planeta Tierra. Al Norte de él hay hielo y frío, pero en realidad lo que se conoce como Polo Norte es una parte, y no la principal, de ese Círculo Polar, que engloba territorio de Canadá, Estados Unidos (Alaska), Islandia (apenas unas islas), Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, sin olvidar el enorme trozo terrestre de Groenlandia, bajo la jurisdicción administrativa de Dinamarca.

Al norte del Círculo Polar Ártico, concretamente en algunas localidades suecas, se han superado en julio los 30 grados. Meses antes, en Cape Morris (al norte de Groenlandia) se alcanzaron los seis grados en la segunda quincena de febrero. En ambos casos, puestos aquí como ejemplos de que algo grande y grave se cuece con la climatología, se trata de temperaturas inauditas.

Lo sabremos dentro de apenas 135 días, pero todo hace indicar que este año 2018 puede convertirse en el cuarto más caluroso a nivel global desde que existen datos meteorológicos. Eso no es lo más grave: los tres años que le ganan en calor son precisamente los tres inmediatamente anteriores, con 2016 como récord absoluto. Todo ello tiene un nombre: calentamiento global.

Cada uno de los datos anteriores recogidos en este reportaje puede tener un punto de anécdota. Todos juntos marcan tendencia. Y la tendencia mete miedo. José Luis Acuña, catedrático del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo, no se sorprende de lo que está sucediendo: "Son datos que coinciden con las predicciones de los modelos del cambio climático". Y aconseja fijarse más en la estadística que en los casos extremos y llamativos.

Hace apenas dos décadas los días en que las aguas costeras asturianas alcanzaban los veinte grados de temperatura se podían contar con los dedos de una mano. "Ahora mismo", dice Acuña, "esos días han aumentado de forma muy significativa, probablemente por encima de los veinte al año".

Los ecosistemas marinos son especialmente vulnerables. "Se están produciendo desplazamientos en la distribución de las especies. Los ecosistemas se reajustan o sufren daños irreversibles". En la costa cantábrica, por ejemplo, los bosques de macroalgas están desapareciendo. Con ellas se irán algunas especies de marisco que las tienen por alimento. En el lado contrario, peces que no se solían ver por las aguas del Cantábrico han llegado a ellas y hasta los podemos encontrar en los mostradores de algunas pescaderías.

"Los cambios se están produciendo a una velocidad sin precedentes en la historia de la Tierra, pero podemos hacer algo todavía. Hay que conseguir que de todos los escenarios posibles al final nos quedemos con el más suave".

¿Y cuáles son esos escenarios? El menos malo supone un aumento de dos grados en las temperaturas medias del planeta a finales del siglo. El peor, si llegamos allí, pone a muchas áreas al borde de la supervivencia, con un aumento medio de ocho grados sobre las temperaturas actuales.

Hay dos consecuencias catastróficas en el horizonte. Una es la posible fusión del suelo congelado en el Ártico, que está compuesto por materia orgánica. Si se funde, se activa la descomposición de esa materia, lo que provocaría el efecto gas invernadero, más calor, más fusión? "Es un proceso desbocado", resume José Luis Acuña.

La otra consecuencia es la posibilidad de interrupción de la circulación oceánica profunda. En concreto, la corriente del Golfo. "Es una corriente que sirve para redistribuir el calor, transporta ese calor hacia el Ártico, donde el agua se enfría y se hunde". Si la corriente del Golfo se interrumpe, Europa tiritaría y la zona ecuatorial se sobrecalentaría. Y cuando se rompe el equilibrio, estamos perdidos. Acuña avisa: "Ya hay datos inequívocos que nos dicen que esa circulación oceánica profunda se está desacelerando".

El catedrático jubilado de Ecología de la Universidad de Oviedo Ricardo Anadón distingue entre lo meteorológico (sorpresivo este verano) y lo climático, que tiene más hondura. "Europa se ha visto afectada por una situación estacionaria, una atmósfera muy bloqueada que provocó borrascas, aire frío, muchas tormentas y rachas de muchísimo calor".

Como anécdota, Anadón cuenta que semanas atrás, en un viaje por Alemania, se topó con una pareja sueca atónita. No sólo por el calor alemán sino porque en su país llevaban un mes con temperaturas que superaban los treinta grados. "El pico más alto de Suecia se convirtió en el segundo más alto porque perdió la nieve que siempre tenía en la cumbre y, con ella, unos cuantos metros".

Ricardo Anadón no duda de que "el cambio climático prosigue y seguimos batiendo récords de CO2 en la atmósfera. Está claro que las medidas que se tomaron son insuficientes y que hay países como India y algunos del Sudeste Asiático que han aumentado sus emisiones". Hay un efecto dominó, que el catedrático de Ecología explica con un ejemplo: "Las altas temperaturas y la sequía están provocando una reducción en la producción rusa de trigo de entre el 20% y el 30% de la producción normal". Una merma que puede traer el aumento del precio de los cereales en todo el mundo.

Los fenómenos climáticos extremos se cronifican. En 1976 el mundo vivió una intensa ola de calor, singular porque se extendió por distintas zonas del planeta. Especialmente: Europa occidental, Rusia central, el Oeste de los Estados Unidos, el océano Índico y determinadas áreas de la costa centroamericana del Pacífico. Cuarenta y dos años más tarde, en 2018, la ola de calor que vive el planeta Tierra (no sólo es cosa de Europa y mucho menos de Andalucía) ha extendido sus poderes hasta el punto de que la pregunta es ¿dónde no se ha registrado?

Y esa pregunta tiene contestación: costa Este sudamericana, Rusia occidental, costa Noroeste de los Estados Unidos y parte de la costa Noreste africana. Los demás, a freírse. Cada año, el cinco por ciento de los europeos tiene que afrontar un evento climático extremo.

La Agencia Ambiental Europea marca el futuro paisaje. Es lo que nos espera: disminución de la cobertura de nieve, mayor periodicidad de las olas de calor, precipitaciones más intensas con riesgo de inundaciones, periodos extremos de sequía y migración de especies. Las sequías suponen menos producciones agrarias y más riesgo de incendios forestales, además de la pérdida de biodiversidad terrestre y marina.

Las aguas del Mediterráneo llegaron este verano a los 30 grados. Es una temperatura impensable en el Cantábrico, al menos de momento. José Luis Acuña y Ricardo Anadón ven muy posible que en el Cantábrico se alcancen semejantes registros. Las temperaturas muy cálidas en las aguas de la costa asturiana este verano tienen que ver, entre otras cosas, con el escaso protagonismo de los Nordestes, que son vientos que arrastran las aguas superficiales hacia fuera y permiten aflorar las aguas profundas, que son mucho más frías. Al contrario, los Noroestes ejercen justo el efecto opuesto.

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