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Asturianos en Venezuela: miseria en el reino de la riqueza petrolera

"Faltan la comida y las medicinas, tampoco hay divisas y vivimos con cortes de luz constantes", dicen los emigrantes del Principado en el país latino

José Escalera, en un café de Maracaibo. ÁNGEL GONZÁLEZ

A Venezuela, allá por 1960, llegaron muchos inmigrantes asturianos en busca de las oportunidades que ofrecía un país emergente gracias al petróleo. Actualmente, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) hay 5.803, aunque la cifra seguramente sea superior, pues la estadística sólo incluye a los inscritos en el registro. Su día a día no va más allá de la supervivencia. Todos destacan la falta de divisas, comida y medicinas, las largas colas para obtenerlas y los altos precios debido a una inflación disparada. También coinciden en destacar que el ascenso al poder de Hugo Chávez fue el punto de no retorno, desde el cual sus ilusiones en el país latinoamericano, rico en petróleo, se truncaron para siempre. Aunque algunos como el riosellano José Luis Martínez no abandonan la fe en un futuro mejor: "La esperanza es lo último que se pierde", asevera.

Para los asturianos en Venezuela, una vez amanece comienza una batalla, la de llegar a la noche superando sus necesidades vitales. "Escasean los alimentos y las medicinas. Hay un bloqueo importante por parte de los Estados Unidos, que impide que tengamos libertad de movimiento de divisas. Las importaciones han caído al mínimo, carecemos de muchas cosas esenciales", explica José Escalera, natural de San Esteban de Pravia. En Maracaibo, donde viven tanto Escalera como Martínez, "hay cortes de luz constantes, a veces durante más de la mitad del día", aseguran. Esto complica la actividad empresarial de ambos, el primero dueño de una asesoría y el segundo de una empresa de venta de equipos industriales. "En las últimas fechas me entraron a robar, se llevaron cantidad de electrodomésticos y hasta una piragua", comenta Martínez.

Los que están allí de misioneros tampoco se libran de la situación: "Esto está en la carraplana, estamos con colas para el banco, no se puede comprar nada porque no hay efectivo. Tampoco tenemos comida. La gente vive pasando mucha hambre y robando. A mí me dieron dinero en España, pero no me sirve de nada porque no hay efectivo para cambiarlo", relata Clara García, misionera de Teverga que a sus 86 años lleva ya 60 en el país.

Los consultados por LA NUEVA ESPAÑA llevan entre 40 y 65 años en el país. Todos ellos, a excepción de la misionera, fueron con sus padres. La mayoría de ellos vivieron los últimos retazos de la dictadura del militar José Pérez Jiménez. Con la llegada de un sistema democrático bipartidista, "parecía un momento óptimo para el crecimiento y así fue hasta que llegó Chávez", coinciden tanto los asturianos que actualmente se encuentran en Venezuela, como Ricardo Huerta, un cabraliego que volvió al Principado en 2003, y el felguerino José Ramón Noceda, que trabajó durante varios años para Duro Felguera en el país latino antes de irse a Perú.

Sorprende, a tenor de la riqueza petrolera del país, que uno de los problemas actuales que se encuentran los que viven allí sea la falta de gasolina. "En todas las manzanas donde hay un surtidor hay colas de coches que les dan la vuelta", cuenta José Escalera. Y es que tras la entrada al poder de los revolucionarios de izquierdas la economía se centró puramente en el potencial petrolero (el barril llegó a alcanzar los 120 dólares de valor). "Todo ese dinero se utilizó para seguir haciendo un gobierno populista que se encargaba de regalar muchas cosas sin reservar para las vacas flacas. Además de la apropiación indebida que hicieron. Llegó la crisis, coincidió con un momento de deuda externa más elevada que los beneficios que entraban, y no había reservas económicas", explica Escalera.

Esto explica la deriva del sistema, puramente subsidiario, amparado por un Estado gigante, en el que la población dependía de los productos regulados por el Gobierno (más baratos) y de un cambio benevolente de su moneda, el bolívar fuerte. "Hay mucha demanda de los productos regulados, de los que cada vez hay menos, porque tienen un coste más barato. Al ser subvencionados, cuando se ponen a la venta hay colas importantes y algunos son casi imposibles de conseguir", señala Escalera.

"No se consiguen los productos básicos, las tenemos que comprar por bachaqueros (contrabandistas), que los venden informalmente a unos precios muy superiores. Cuando vas a un supermercado la mayoría de las estanterías están vacías y sólo te dejan comprar uno o dos productos", añade Miguel Rendueles, un gijonés que lleva 49 años en Maracaibo.

Como consecuencia el hambre se ha extendido, y la gente vive en condiciones cada vez más complicadas. Los asturianos, que a pesar de las dificultades siguen contando con un cierto respaldo económico, ya sea gracias a sus ahorros, amistades, o al dinero que les mandan desde casa intentan ayudar a los locales que peor lo están pasando. "Unos amigos tenían un familiar enfermo y necesitaban pollo, que es prácticamente imposible de conseguir en estos momentos. Acudí a otros amigos que tienen un supermercado y se lo regalé", recuerda José Luis Martínez.

Rendueles incluso ha montado una fundación con un grupo de jóvenes para tratar de ayudar: "Vemos bastante gente comiendo de la basura y eso nos parte el alma. Estamos tratando de aliviarles esta situación. Sufren un deterioro muy grande de su condición física", lamenta el gijonés. "Aunque vivamos una situación lamentable, tampoco podemos quejarnos mucho porque el gobierno nos tiene muy controlados a través del Ejército", argumenta Escalera.

Muchos han huido del país para tratar de dejar atrás la pobreza y el hambre. Ricardo Huerta retornó a Asturias hace ya 15 años y no piensa volver "hasta que la situación cambie y como mucho de vacaciones". El movimiento migratorio se orienta principalmente hacia otros países de Latinoamérica, especialmente Colombia y Perú. Precisamente en Perú trabaja José Ramón Noceda, que se casó con una venezolana cuando estuvo allí con la Duro, y ahora ve llegar a compatriotas de su esposa cada día. "Yo estoy trabajando en Perú en una refinería antigua y aquí están entrando por oleadas. Encuentras muchísimos, se ponen a vender arepas (tortas de maíz) en la puerta del hospital y la refinería, son gente muy humilde y luchadora", destaca Noceda.

Los asturianos que siguen allí, no se plantean de momento la vuelta, por la necesidad de continuar con sus empresas "y no dejar tirada a la gente que tenemos empleada", coinciden Martínez y Escalera. Sólo Rendueles valora este escenario para dar a sus hijos un futuro: "Hasta hace poco no me lo había planteado, tengo trillizos de 19 años. Estamos pensando en hasta cuándo podemos mantener esta situación o si visualizamos el futuro fuera. La experiencia que tenemos nos puede servir en un país que nos reciba, y en España seríamos legales", sentencia Rendueles. Mientras, Escalera, Martínez y García esperarán a que la situación dé un vuelco y retornen las esperanzas con las que, de niños, llegaron a Venezuela.

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