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Barrer para casa

"Los grandes museos prefieren hacer unos baños nuevos a restaurar sus pinturas"

"Los grandes museos prefieren hacer unos baños nuevos a restaurar sus pinturas"

Jahel Sanzsalazar Padrón, historiadora del Arte por la Sorbona, investigadora vinculada al Museo del Louvre de París y especializada en pintura flamenca del siglo XVII, ha pasado parte del verano en Tresali (Nava). Fue un intermedio estival en un cambio vital en el que se enamoró de la cercanía de los vecinos y del paisaje navetos. Deja París y acaba de instalarse en Amberes para seguir con su labor investigadora. Sanzsalazar, que durante una década estuvo vinculada al Instituto Moll de investigación en pintura flamenca, es una destacadísima experta en Van Dyck. Participó con su tío Matías Díaz Padrón, ex conservador jefe del Museo del Prado, en el catálogo sobre Van Dyck en España, editado por Editorial Prensa Ibérica, un volumen que recibió el premio de la Unión Europea al patrimonio cultural "Europa Nostra" 2014.

- Se va a Amberes, pero ¿sigue vinculada al Louvre?

-Sigo vinculada al Louvre como colaboradora científica. Estamos terminando el catálogo razonado de las pinturas de Van Dyck en el Louvre, en el que llevo trabajado unos tres años. A raíz de mi colaboración en el catálogo de Van Dyck en España, me solicitaron del Louvre para colaborar en otro proyecto, en una exposición sobre Rubens que se hizo en la nueva sede que tiene el Louvre en Lens. En este nuevo catálogo razonado estudiaremos unas 40 o 50 obras asociadas a Van Dyck y su entorno. No existe en la bibliografía en francés un trabajo semejante. Creo que puede servir para resolver algunos enigmas de la colección.

- Adelante alguno.

-Por ejemplo, el retrato del duque de Richmond, una obra de cuya autenticidad se venía dudando. Logramos demostrarla a través de una cosa tan tonta como la identificación del fruto que tiene en la mano el hombre retratado. Se venía diciendo que si era una naranja, un limón o una pera. También decían que era una manzana y la asociaban al juicio de Paris. Sin embargo, para mí estaba claro que era un membrillo. Encontré una serie de evidencias, referencias al membrillo como fruta que se asocia al matrimonio. Los antiguos griegos la tomaban antes de desposarse. Al membrillo se le atribuían una serie de cualidades, daba buen aliento y buenos pensamientos. Eso me permitió fechar el retrato con exactitud, coincidiendo con el estilo, en el año 1636, cuando el personaje, el duque de Richmond, se casa con la hija del duque de Buckingham. Es un retrato prenupcial.

- ¿Por qué le interesó la pintura flamenca?

-Siempre me atrajo, ya cuando estaba estudiando. Aunque primeramente me interesé por los Primitivos. La pintura flamenca me resultaba muy enigmática y, además, la calidad me asombraba. La capacidad de los flamencos para plasmar la materialidad de las cosas me parecía absolutamente fascinante. Es una pintura muy completa, muy atrayente, que cautiva a la vista.

- ¿Cuál es la esencia de Van Dyck?

-Yo diría que es la elegancia. Van Dyck tiene varias fases que son todas interesantes. Es un niño prodigio. Con tan sólo 13 años tenemos la primera obra fechada de él, sabemos con seguridad que la pintó con esa edad. Y es un retrato que te caes. De joven era impresionante, tiene un talento asombroso tanto para imitar el estilo de Rubens, que era su maestro, como para crear sus propias composiciones, con una capacidad no solamente técnica, sino también expresiva. Cuando ya adquiere una fama y se convierte en el pintor de corte de Inglaterra, se deja llevar un poco por una especie de facilidad. Crea una fórmula retratística muy característica para pintar a toda la sociedad inglesa del momento. Es muy suya, es capaz de sacar del personaje lo que tiene de más bello y magnificarlo. Les impone a todos una elegancia... Con esas manos tan características de dedos largos y delgados y estos gestos como medio desmayados, dotándoles de una distinción que es totalmente personal.

- ¿Hay otros pintores que le emocionen más que Van Dyck?

-Aunque no sea en mi campo de estudio, encuentro que, si comparamos la escuela holandesa y la escuela flamenca, Rembrandt es más profundo. A lo mejor te emociona más dentro del alma. Pero eso no es algo que se tenga en cuenta a la hora del estudio. Si tengo que trasladarme a ese momento personal, le diría que Rembrandt es más austero, más profundo, quizá me llega más hondo.

- ¿Hay una mirada sobre la realidad común a los pintores flamencos?

-Los flamencos se caracterizan porque han prestado la misma atención a los seres animados que a los inanimados. La pintura italiana no, se ha ocupado más de los grandes hechos heroicos. Los flamencos tratan las cosas como si todo fueran grandes hechos heroicos. Le van a dedicar a este mantelito o a este libro la misma atención que a una figura escultórica de un dios. Es la atención a lo cotidiano. Cualquier objeto, vivo o muerto, les ha merecido la misma atención que las cosas realmente memorables.

- ¿Estamos perdiendo la capacidad de decodificar la pintura del pasado?

-Por supuesto. Eso es notable en la iconografía religiosa. Evidentemente, hoy en día ya no se tiene una educación religiosa y antes alguien veía un San Jerónimo y lo reconocía inmediatamente porque tiene su sombrero rojo y un león, sus atributos. Hoy ven la paloma del Espíritu Santo y te dicen: "¿Ese pájaro qué es?". La pintura religiosa era la pintura para los iletrados, los que no eran capaces de leer la Biblia pero podían reconocer todas esas imágenes y símbolos que formaban parte de la cultura colectiva. No hacía falta ser muy versado. Hoy en día, al perder toda esa parte que nos daba la educación religiosa, te encuentras con que la iconografía más básica ya no se reconoce.

- Como experta en arte pero también como aficionada, ¿qué le parece ese desfile multitudinario de público en las exposiciones de los grandes museos?

-No mido el éxito de un museo según su caja registradora. Sé que esto no será muy bienvenido, pero no me parece que ése sea el éxito de un museo. El éxito se mide por las investigaciones que se llevan a cabo y el avance en el conocimiento. El problema de muchos museos que ya están instalados en su fama es que se consideran como una empresa que tiene que tener beneficios. Exactamente igual que cualquier otra empresa. Una cola de cinco mil personas no me parece un avance, aunque en términos económicos puede serlo. El problema es que esa entrada de caja no se traduce en más medios para investigar, para restaurar, para las cosas que realmente alimentan el museo. Veo que ese dinero no está para lo que tiene que estar. Una obligación primordial de los museos es conservar las obras, y eso no se está haciendo como se debería. Así, dentro de unos años, no tendremos museos. Si la conservación de las obras no se pone como prioridad, el patrimonio se destruirá con el paso del tiempo. Porque se ha puesto el interés en generar exposiciones mediáticas de cosas conocidas, y menos en estudiar las propias colecciones. No sé cómo se las arreglaban los museos en el pasado, cuando eran una cosa marginal y no una atracción turística. Hoy se han multiplicado los ingresos, pero escasean los medios para las cosas fundamentales. Los museos gigantescos tienen una avalancha de gente diaria y, al final, si tienen 10 euros o 10.000 euros prefieren hacer unos baños públicos nuevos para los visitantes en vez de restaurar determinada pintura. Los presupuestos para la restauración son muy bajos. En cambio se emplean sumas millonarias en temas secundarios, como hacer estudios de mercado para cambiar el logo.

- ¿Qué opina del proceso de franquiciado el Louvre? El Louvre en Dubai.

-Llega un momento en que se convierte en una marca de prestigio: la marca Louvre se usa como Prada, como cualquier otra. Pero, por otro lado, la iniciativa tiene un impacto muy positivo. Que el mundo oriental o el mundo árabe se interese por el arte occidental supone también una abertura cultural y de mentes y de interés hacia nosotros que es muy alentadora.

- ¿El arte contemporáneo le interesa?

-Tengo que decir que me interesa poco. Tengo cierto contacto con el arte contemporáneo, pero no lo puedo medir por el mismo baremo que el arte antiguo porque entonces se me cae.

- ¿Por qué?

-Soy bastante crítica con el arte contemporáneo. Me parece que la mayoría de las veces pierde interés visualmente. Encuentro que a la mayor parte de los artistas contemporáneos, salvo alguna excepción, les falta mucho oficio. Hoy la pintura contemporánea es más conceptual, pero yo necesito que una obra me atrape la vista. Luego ya voy a indagar yo más, y puede resultar interesante, pero si ese primer contacto visual no tiene efecto me parece que se trata de filosofía, de sociología, o de cualquier otra ciencia. Ideas tenemos todos, yo también las tengo, pero yo no soy artista. La diferencia entre el artista y el filósofo, o un profesor de cualquier disciplina, es que el artista sabe ejecutarlo con sus manos, sabe plasmar con sus manos esa idea que puede ser más o menos genial.

- Usted no se traga entonces que el urinario de Duchamp sea una obra de arte.

-El urinario de Duchamp, en un momento dado de la evolución del arte, me parece una ocurrencia, que es la categoría a la que yo elevo la mayoría de las creaciones contemporáneas. Una ocurrencia.

- Pero hay expertos que proclaman que ese urinario lo cambió todo.

-Efectivamente lo cambió todo, pero me parece que... Lo siento, soy un poco reaccionaria en eso (ríe)... Pero es que llevan ya más de cien años con la misma cantinela, eso para empezar. Hoy el arte contemporáneo se mira en términos de novedad y resulta que llevan cien años dándonos más de lo mismo. Nos estamos tragando lo mismo desde hace cien años. No me vendas algo nuevo, hazme algo bueno, que yo vea el dibujo y el saber hacer que está detrás de esa idea genial que has tenido. Llevamos con la ocurrencia ya demasiado tiempo.

- ¿No hay ningún artista contemporáneo que salve?

-Por ejemplo, Bacon me parece un artista genial. También es alguien que hace referencia continua a los maestros antiguos y realmente coge la tradición para sobrepasarla y llevarla más allá. En ese sentido me parece muy interesante, tiene fuerza expresiva y técnica.

- Los que no somos especialistas como usted, ¿somos víctimas de los expertos que nos dicen que algunas manchas que valen millones son arte?

-Siempre pongo como ejemplo el cuento del traje del emperador: sólo un niño se atreve a decir que el emperador está desnudo porque la tela que supuestamente le cubría sólo podía ser vista por "los inteligentes". Me parece que esto está pasando en muchas cosas. En la nueva cocina, también. No me dé usted espuma de jamón, yo quiero el jamón. Deme lo bueno. Muchas veces la gente dice: "Es que yo no entiendo". No, no. Tú tienes ojos, tú tienes paladar. No creo que haya que ser un entendido. Por supuesto que hay artes que están más codificados y que pueden resultar más interesantes cuanto más te interesas y conoces, pero al final entra por nuestros sentidos.

- ¿En qué está investigando ahora?

-Una de mis últimas investigaciones, en la que llevo trabajando años, es una pintora del siglo XVII, Michaelina Wautier. Hasta el 2 de septiembre se le dedicó en el MAS (Museum aan de Stroom) de Amberes la primera retrospectiva, para cuyo catálogo se me ha solicitado participar. Es una pintora que descubrí hace ya unos años y en la que llevo trabajando ya hace un tiempo. Y es un caso realmente sorprendente. Primero está el hecho de que es mujer. Eso ya es extraordinario. En el siglo XVII las mujeres pintoras casi siempre eran hijas o hermanas de pintores y se dedicaban a una categoría considerada menor como era la naturaleza muerta. Hace diez años la había clasificado también como una mujer más que hacía naturalezas muertas. Muy buenas, pero naturalezas muertas. Pero mi interés por ella fue creciendo cuando, trabajando sobre un cuadro en un convento belga que me parecía de muy buena calidad, empecé a pensar en quién podría ser su autor y me vino a la cabeza esta mujer porque, en el primer plano, había un cesto con una naturaleza muerta. Ahí empecé a tirar del hilo y resulta que esta mujer es un caso único. Hay cuatro pinturas suyas en la colección del archiduque Leopoldo Guillermo, que hoy están en el Kunsthistorisches Museum. Es la única constancia que durante mucho tiempo se tuvo de la existencia de esta mujer. Son cuatro obras inventariadas en 1659 bajo su nombre. Entre ellas hay una bacanal gigantesca, con más de catorce personajes de tamaño natural, en la que ella se autorretrata semidesnuda, mirando al espectador. Es un caso único de una mujer que se autorretrata con el seno desnudo como una bacante, es algo muy raro. Vemos entonces que no sólo se dedicaba a las naturalezas muertas, también a la gran pintura de historia y al retrato, al mismo nivel que cualquier hombre. Es una pintora de primer orden. He encontrado más cuadros suyos y he estado publicando algunos. Es realmente sorprendente. Estar en la colección del archiduque Leopoldo Guillermo no es cualquier cosa. No te explicas por qué el nombre de Michaelina se ha olvidado.

- ¿Qué tiene?

-Es muy buena pintora y muy sorprendente. Combina influencias de todo tipo, parece que todo le interesa. Al margen de su herencia flamenca tiene una componente italianizante, otra cercana al clasicismo francés. Algunas de sus obras están mal atribuidas a otras escuelas porque es desconcertante. Practica todos los géneros de la pintura, muchas técnicas y todas las domina. No me reconozco especialmente profeminista, pero el hecho singular de que sea una mujer e imaginarla en ese momento dedicándose a ese oficio multiplica mi interés. Sobre todo, porque logra mucho con sus obras. Si fueran malas, no me interesaría aunque fuera mujer. Es fascinante porque todavía queda mucho por descubrir. Su producción está aún por construir y seguiré trabajando en ello.

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