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La mirada de Lúculo | Crónicas gastronómicas

La guerra del bistec se recrudece

Animalistas abren las hostilidades en Francia, donde los carniceros han tenido que defender sus propiedades contratando servicios de protección; la discusión alimentaria se reanuda con violencia

La guerra del bistec se recrudece

En Francia ha estallado la guerra del bistec y como sucede con cualquier paranoia existe un riesgo de contagio. El frente vegano abrió las hostilidades declarando el "zoocidio" y los carniceros han respondido con una contraofensiva para defender sus actividades. La mayor crudeza del conflicto se registró en Lille y en la región norte del país. A principios del verano, varias tiendas fueron destrozadas, ventanas rotas, sangre falsa rociada en las paredes. Los tenderos escribieron en vano al Ministerio del Interior pidiendo protección policial contra los ataques imprudentes de veganos. Pasaron a la acción. El presidente del gremio de los pasteleros del norte, Laurent Rigaud, pidió a una empresa privada que se encargara de la protección de los carniceros con guardias jurados delante de sus establecimientos. La mayoría de los profesionales intenta ahora frenar la espiral de violencia.

El ultraanimalismo es una de las tendencias radicales de moda. Lo integran fanáticos del veganismo con una alta estima de sí mismos que parten de conceptos equivocados o de verdades a medias para intentar imponer sus tesis al resto del mundo partir de un "modelo perfecto" que, sin embargo, no lo es. Para ellos basta cambiar un factor tan elemental como la dieta y así se solucionarán los problemas de aquellos que mueren de inanición, el planeta estará a salvo y, de paso, los animales. Aunque el supuesto motivo de la intolerancia animalista se base en la compasión, la justicia y la sostenibilidad, es fundamental disponer de mejor información para entender cuáles son las causas reales que provocan el hambre en el mundo o la destrucción del medioambiente. Una dieta vegetariana no es la mejor opción para abordar estas cuestiones. Y tampoco el sacrificio de los animales, dependiendo de qué método se utilice, supone una única y exclusiva opción para poder seguir consumiendo carne.

Los expertos dicen que el 25 por ciento de nuestra energía va a parar al cerebro y para que este órgano trabaje como debe necesita grasas y proteínas. Con una dieta estricta basada en alimentos de origen vegetal no consigues ninguna de las dos cosas. Lo único, un montón de azúcar. Si se prefiere decirlo así carbohidratos complejos, pero cada molécula de ellos acabará por convertirse en simples azúcares.

Los remilgos de estos talibanes de la alimentación cabalgan a lomos de la crueldad y el daño al medio ambiente. Sin embargo, no es posible para la agricultura o ganadería moderna mantener a los animales de una manera tradicional y amable cuando el consumo depende de cadenas industriales sin el menor respeto alimentario. Un altísimo porcentaje de los pollos y de los cerdos que se comen son criados en granjas masificadas donde las condiciones podrían horrorizar al humano más insensible. Hay quienes muestran horror hacia las cabezas de cerdo y se sienten, sin embargo, higiénicamente protegidos por los cortes de carne disfrazados de las bandejas. Son unos hipócritas. Para empezar, ¿cómo se puede pretender que tomemos en serio la preocupación de algunos por los animales cuando compran zapatos de cuero? ¿De dónde creen que procede la piel?

Matar animales para comer puede que no sea agradable, pero ahí están el olor de las salchichas chisporroteando en una sartén, la corteza umami carbonizada de un buen bistec, los tiernos pedazos color rosa de una pierna de cordero. Esto es lo que hemos comido siempre los carnívoros a falta de una explicación satisfactoria de que se puede vivir placenteramente devorando sólo hojas y alfalfa. Por lo que me concierne no soy un carnívoro excluyente. Procuro dosificar y cada vez como menos carne por motivos estrictamente gastronómicos y para seguir una dieta adecuada. Creo que un chuletón de medio kilo de la mejor carne roja es una pieza a compartir entre unos cuantos y para comer muy de vez en cuando.

Lierre Keith, una vegana arrepentida por los problemas de salud que produce ese tipo de dieta, ha contribuido eficazmente con su libro El mito vegetariano a echar por tierra muchos de los conceptos vagos alrededor del vegetarianismo excluyente. Keith mantiene que la mayoría de los veganos abandona y que otros hacen trampas para insistir en que lo siguen siendo. Aclara que son muy pocos los fundamentalistas de la alimentación que están dispuestos a entender que la agricultura es la práctica más destructiva que el ser humano ha perpetrado. "Bajo la perspectiva de un vegetariano o de un vegano, una dieta basada en productos que nacen de la agricultura parece la mejor manera de avanzar. En su seno no se cuestiona toda la devastación que ha provocado. Lo que ellos buscan son soluciones simples a un problema muy grande y sistémico", explicó a raíz del éxito obtenido por su libro y los aldabonazos de advertencia que sugiere.

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