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Todas las derrotas de Rato

El declive del exministro gijonés comenzó mucho antes de su dimisión en Bankia, en mayo de 2012, y de su deriva procesal

Todas las derrotas de Rato

El declive de Rodrigo Rato, que se consumó el jueves con su entrada en prisión por el escándalo de las tarjetas corporativas de Caja Madrid y Bankia opacas al Fisco que se utilizaron para costear gastos personales, comenzó muy poco después de haber alcanzado la cúspide del poder político y económico como superministro de Economía y Hacienda y vicepresidente segundo del Gobierno. Desde entonces, y aunque prolongó durante dieciséis años una trayectoria estelar, su órbita -en torno al poder y al dinero- describió un itinerario de derrotas, y cada victoria aparente fue la antesala de una caída mayor.

El primer aviso se produjo en mayo de 1997, al año justo de haber llegado al Gobierno. El mundo empezó a rendir pleitesía a España por el crecimiento económico (en realidad la recuperación del PIB había comenzado cuatro años antes, tras el fin de recesión de 1992-1993) y el presidente del Gobierno y del PP, José María Aznar, negó a su amigo y correligionario la condición que se le había empezado a atribuir entonces como "padre del milagro español". "El milagro soy yo", declaró Aznar a "The Wall Street Journal".

En esa época, muchas empresas de la familia Rato pasaban por dificultades: algunas -caso de Rebecasa- fueron disueltas tras una larga crisis y otras se enajenaron.

En 2000, tras las segundas elecciones que ganó el PP, la pérdida de influencia del político gijonés (aunque nacido en Madrid en 1949) fue más que evidente: tras el relevo de Francisco Álvarez-Cascos como vicepresidente primero, Rato, que era el llamado a promocionar para cubrir la vacante en tanto que vicepresidente segundo desde hacía cuatro años, vio frustrada esta aspiración (Aznar designó a Mariano Rajoy) y además su ministerio se desdobló y Rato continuó sólo al frente de Economía y perdió el control sobre Hacienda.

La guerra de Irak en marzo de 2003 supuso un hito en su ejecutoria declinante. Rato, que era celebrado por el éxito de su gestión económica (el PIB y el empleo crecían, no había restricciones crediticias, las grúas no tenían pausa en su vertiginosa actividad edificatoria y la economía se financiaba con endeudamiento externo), se opuso a la participación y apoyo de España al bombardeo e invasión de Irak en una reunión de crisis en la Moncloa. Cuando salió esa noche de la residencia presidencial llamó a sus colaboradores inmediatos para comunicarles que acababa de "jugarse" su futuro político.

Esto, los informes que le llegaban a Aznar desde su entorno de confianza sobre las supuestas "amistades peligrosas" de Rato en el mundo empresarial y financiero, algunos escándalos como el "caso Gescartera" en 2000 y la separación conyugal del ministro en 2002 (su mujer, Ángela Alarcó, se había hecho íntima de Ana Botella, esposa de Aznar, por la estrecha relación de ambos matrimonios desde los tiempos de la oposición al felipismo) supusieron el descarte del político asturiano por Aznar para sucederlo como presidente del PP y candidato a la Presidencia del Gobierno. También obró en su contra que, a diferencia de Rajoy, Rato controlaba resortes del partido, tenía afines bien colocados en la estructura territorial del PP (los llamados "ratistas", sobre todo en Madrid) y que en todas las encuestas difundidas aparecía como el preferido de los afiliados y votantes del centro-derecha.

Aznar comunicó su decisión a los tres aspirantes (Rato, Jaime Mayor Oreja y Rajoy, que fue el elegido a dedo por el presidente) en un encuentro en la Moncloa el sábado 30 de agosto de 2003.

Nueve años después, en 2012, Aznar afirmó en sus memorias que Rato había tenido su oportunidad cuando en la Navidad de 2000, en Baqueira Beret, le comentó que "debía pensar seriamente si quería ser el próximo líder del PP y el candidato". Según el relato de Aznar, Rato no le manifestó su interés en el cargo hasta agosto de 2003, cuando la decisión ya estaba tomada. Pero es imposible que Aznar fuese el único español que no se hubiese enterado de que ocho meses antes, el 5 de enero de 2003, Rato se había postulado como aspirante a la sucesión. Lo hizo en declaraciones a "ABC" que fueron reproducidas por todos los medios de comunicación españoles sin excepción y por algunos extranjeros.

Rato había sido educado por su padre desde la adolescencia para que hiciera carrera en la política, con la ambición de que algún día acabase dirigiendo la derecha española. Su descarte por Aznar cercenó la aspiración que había pilotado su vida hasta entonces.

La derrota electoral del PP en marzo de 2004 convirtió al hasta entonces ministro, vicepresidente segundo del Gobierno y vicesecretario general del PP en mero diputado en Cortes.

La vacante en la gerencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) abrió una opción en la élite mundial para Rodrigo Rato. La tarea para situarlo al frente del organismo multilateral fue ímproba. Se emplearon a fondo José María Aznar -quien apeló a los controvertidos favores que había prestado al presidente de EE UU, George Bush, y a algunas relaciones en Europa- y el presidente del Gobierno, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, quien logró convencer al presidente francés, Jacques Chirac, y, con su ayuda, al canciller alemán, Gerhard Schroeder, pese a que ambos se negaron en un principio a impulsar la candidatura del español. Rato también movió hilos y recurrió, entre otras, a su buena relación con el laborista y entonces ministro del Tesoro británico Gordon Brown.

La designación de Rato el 4 de mayo de 2004 fue un hito sin precedentes para la diplomacia española y para la proyección internacional del país. Nunca un español había ocupado un cargo de tanta relevancia.

Rato se instaló en Washington, colocó una pequeña bandera de Asturias en su despacho y se dispuso a emprender una nueva etapa en su vida. Tenía 55 años, se había convertido en un dirigente internacional con rango de jefe de Estado y comenzaba un periodo como actor de relevancia global. A partir de entonces firmó y reclamó ser tratado como Rodrigo de Rato. Pero lo que parecía un triunfo fue otra derrota.

En julio de 2015, un año después de su llegada al Fondo, el influyente "International Herald Tribune" difundió un informe muy negativo sobre la gestión del gijonés. El diario se hizo eco del malestar en el seno del FMI con una gestión que se juzgó desorientada y sin rumbo, y en la que se acusó a Rato de malgastar su tiempo en viajar, de frecuentar España en exceso y de estar más pendiente de la política española que de los desafíos de la economía global. En el FMI se dijo que no se sentía involucrado en la institución y que lo único que codiciaba era el cargo de presidente del PP y candidato a jefe de Gobierno. Años después se reveló que había dedicado muchas gestiones desde Washington a reorientar sus negocios e intereses financieros y que había realizado movimientos de dinero hacia paraísos fiscales mientras estuvo en el Fondo.

Por causas nunca desveladas, el exministro anunció su renuncia al frente del FMI el 28 de junio de 2007 y la materializó el 1 de noviembre. Fue, junto con el de Michel Camdessus (1987-2000), uno de los dos más breves mandatos en la historia del organismo, constituido en 1944 tras la cumbre de Bretton Woods.

La dimisión inesperada -que suscitó estupefacción a ambos lados del Atlántico- la hizo pública ocho días después de que entraran en crisis los primeros fondos de alto riesgo del banco estadounidense Bear Stearns vinculados a las titulizaciones de los llamados créditos basura. Meses antes, en varias conferencias, había descartado cualquier riesgo financiero internacional y atisbo de crisis, y, como los dirigentes de otras instituciones internacionales (caso de la Reserva Federal), había participado de la complacencia general con la bondad del ciclo, la desregulación y el virtuosismo de la ingeniería financiera en la dispersión del riesgo.

La crisis internacional de 2008 desacreditó a su vez, con el pinchazo de la doble burbuja crediticia e inmobiliaria española, el modelo rutilante que había dado en llamarse "milagro español" y del que Rato había sido impulsor a partir de 1996. Ésta fue otra adversidad para la figura política y gestora del antaño ministro.

Un informe interno difundido por el FMI en febrero de 2011 sobre el mandato de Rato fue devastador. El dictamen acusaba al organismo, entre otros reproches, de que bajo la dirección del español no vio llegar la crisis y que Rato había propuesto como modelos a seguir los sistemas bancarios de EE UU e Islandia. Ambos implosionaron y tuvieron que ser rescatados. Y la crisis bancaria islandesa arrastró además al Estado, que tuvo que pedir un plan de asistencia al FMI.

Ya de vuelta en España, Rato se involucró como conferenciante sobre tendencias macroeconómicas y como asesor de instituciones financieras. La guerra abierta por el control de Caja Madrid (entonces la segunda caja de ahorros más importante de España) y el cese de su presidente Miguel Blesa, forzado por el PP madrileño -bajo control de Esperanza Aguirre-, le abrió la oportunidad de erigirse en banquero. Rajoy, con su tradicional indefinición, paralizó en primera instancia su designación, sugerida por Aguirre a petición de Rato, pero cuando la presidenta madrileña apostó por Ignacio González -su vicepresidente en el Ejecutivo de la Comunidad- como segunda opción para frenar las aspiraciones de control sobre la caja del sector rival del PP madrileño, comandado por Alberto Ruiz-Gallardón, Rajoy recibió a Rato en su despacho de la sede nacional del PP y le dio su respaldo para presidir la entidad. Rato, sin experiencia bancaria alguna, pasó a convertirse en el cuarto banquero más importante de España en enero de 2010.

Fue el último de los grandes triunfos de Rato que devinieron en rápidas derrotas. La crisis financiera e inmobiliaria golpeó a Caja Madrid, como a otras entidades; la fusión con otras seis cajas para crear Bankia no resolvió el problema, la salida a Bolsa para capitalizarse fue insuficiente ante las crecientes exigencias de capital regulatorio y el deterioro que arrastraba la entidad, y en 2012 el FMI y el BCE alertaron al entonces Gobierno de Rajoy de que el problema más urgente de España era Bankia y le impusieron dar un golpe de mano, sustituir al presidente por un bancario profesional, proceder al rescate de la entidad y pedir la asistencia internacional a la Troika (UE, BCE y FMI).

A partir de entonces la vida de Rato entró en una deriva judicial por el caso de las tarjetas, la crisis de Bankia, su gestión al frente del banco y su salida a Bolsa, y también por su patrimonio personal en paraísos fiscales, posibles manejos contractuales y otras operaciones dudosas (hoy bajo investigación) en su empeño por reconstruir el entramado empresarial familiar. Ahora ha entrado en prisión para cumplir cuatro años y medio por el primero de los sumarios. Pero su declive no empezó con su dimisión al frente de Bankia el 7 de mayo de 2012, sino mucho antes. Las estrellas siempre son engañosas. Siguen proyectando luz muchos años después de haberse apagado.

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