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Khashoggi, la cabeza del perro

El asesinato y descuartizamiento en Estambul del periodista disidente saudí se convierte en el crimen de Estado más escandaloso en décadas tras la astuta reacción del turco Erdogan

Recep Tayyip Erdogan.

La bronca precipitó la sentencia:

-¡TRAEDME LA CABEZA DEL PERRO!

Cuando Saud al Qahtani, 40 años, asesor de cabecera del príncipe heredero saudí, ordenó por Skype la ejecución inmediata del periodista disidente Jamal Khashoggi no imaginaba el alcance de la bola de nieve que echaba a rodar. Tres semanas después, el pasado martes, el mundo conoció esas cinco palabras y las convirtió en el crispante cascabel del mayor escándalo desatado en décadas por un crimen de Estado. El asesinato y despiece de Khashoggi, 59 años, en el consulado de Arabia Saudí en Estambul a primera hora de la tarde del 2 de octubre de 2018.

La orden de ejecutar a Khashoggi fue el rápido desenlace de un tormentoso interrogatorio, dirigido desde Riad por Qahtani, que pronto degeneró en furibundo cruce de insultos entre el consejero áulico y el periodista exiliado en EE UU desde 2017. Apenas reclamada la cabeza del hombre, el comando desplazado exprofeso desde Arabia, que incluía varios generales, inició sus labores. Khashoggi fue sometido a tortura por quince agentes del círculo de seguridad personal del heredero saudí, Mohamed bin Salmán (MbS). Uno de ellos, forense. Perdió cinco dedos entre alaridos hasta que, narcotizado, bajó el tono. Después murió, probablemente degollado.

Fue entonces cuando tomó las riendas el forense, Salah al Tubaigy, un curtido "experto" de la Dirección General de Seguridad saudí. Al Tubaigy protagoniza la anécdota macabra que, hasta destaparse la orden canina de Qahtani, lideraba el ránking de impactos de un caso que alía como pocos el morbo y una compleja trama de intereses geopolíticos: despedazó el cuerpo con una sierra en siete minutos mientras escuchaba música por auriculares. "Cuando hago este trabajo, escucho música. Vosotros también deberías hacerlo", recomendó a sus compañeros. A esas alturas, el cónsul ya había detectado que se estaba ejecutando una actividad muy comprometedora y se quejó. La respuesta del forense ilustra de qué hablamos cuando hablamos del asesinato de Khashoggi: "Si quieres seguir vivo al volver a Arabia, cállate". El pasado viernes, la Policía turca aún no había encontrado la cabeza del periodista.

Khashoggi había sido acompañado hasta la puerta del consulado por su pareja, Hatice Cengiz, con la que proyectaba casarse, deseo que lo llevó a la legación en pos de un certificado de estado civil. Antes de entrar, le entregó sus dos móviles, uno sincronizado con su reloj inteligente, también enlazado con la nube. Tras cuatro horas y media de espera, Cengiz alertó a la Policía de la desaparición de su prometido. Casi a la misma hora, media tarde en Estambul, parte del comando asesino abandonó Turquía en vuelo privado. Los últimos en salir del país fueron dos agentes, uno de los cuales, barbudo como Khashoggi y de similar complexión, dejó el consulado vestido con la ropa y las gafas del difunto.

Con ese disfraz, el agente se paseó por Estambul para asegurarse de que las cámaras callejeras registraban su presencia. Era la argucia, un tanto infantil, ideada para desligarse de la desaparición de Khashoggi. No sólo las grabaciones no resisten un somero análisis facial -y, encima, el periodista calzaba zapatos, mientras que el agente iba en deportivas- sino que la coartada se vino abajo al descubrirse una grabación del asesinato, al parecer un audio. Su origen no está comprobado. Podría ser el reloj de Khashoggi o un rutinario "pinchazo" turco en el consulado. Pero, en todo caso, ha resultado capital para el crecimiento del escándalo, gracias a un astuto juego de filtraciones administrado gota a gota por Erdogan, el presidente turco. En ellas se ha basado el relato precedente.

La primera respuesta saudí tras estallar el escándalo es airear su coartada y negarlo todo. La posición oficial, expresada ante las autoridades y medios de EE UU, sostiene que Khashoggi salió a pie del consulado, territorio saudí que se veta a la policía turca. Pero los saudíes no han medido bien las consecuencias de ejecutar su venganza en Turquía y han sobreestimado la protección que brinda la extraterritorialidad del consulado. Tal vez les hayan cegado operaciones israelíes como la captura del nazi Eichmann en Argentina (1960) o el rescate de rehenes judíos en el aeropuerto ugandés de Entebbe (1976).

Erdogan, que rivaliza con Arabia y Egipto por liderar el islam suní en Oriente Medio y que, con las cárceles llenas, es acusado de franco autoritarismo desde el fallido golpe de 2016, no desaprovecha la oportunidad de golpear a los saudíes a la vez que se apunta un tanto en defensa de la soberanía turca y de los derechos de los disidentes. Sin embargo, y aunque la relación diplomática con Riad está dañada, tiene que operar con cautela para no comprometer los vínculos económicos bilaterales, preciosos para una debilitada Turquía que, todavía en agosto, sufrió una seria crisis de su divisa.

Así pues, Erdogan espera con paciencia desde el martes hasta el fin de semana pero, a la altura del sábado día 6, ya ha filtrado el asesinato. Después aumentará la presión con detalles como el despiece con sierra y auriculares o la grabación de la ejecución. El miércoles 10, se publican imágenes del comando saudí en Estambul que permiten identificar a miembros del entorno del heredero. Y entonces, Erdogan recibe el premio a su táctica. Llegan las primeras reacciones internacionales de peso: acusaciones de Reino Unido, firme aliado de Arabia, y primeras dudas de Trump. Una fisura en el escudo saudí que, el fin de semana del 13 y el 14, se agranda hasta volverse abierta crisis diplomática: EE UU no descarta que Riad esté detrás del asesinato y amenaza con castigos. Reino Unido, Francia y Alemania piden una investigación saudí creíble. Riad envía investigadores a Turquía y permite a la policía local acceder al consulado, aunque poniendo todo tipo de trabas y después de limpiar a fondo el edificio y repintar estancias para dificultar la localización de restos de ADN o, tal vez, de disolventes de restos.

Habrá que esperar al miércoles 17 para que Arabia, cuyo cónsul en Estambul ha regresado la víspera a su país, admita por primera vez pruebas "poderosas" de hechos que exigirán "el trabajo de la Justicia". La bola de nieve puesta en marcha por la orden canina de Al Qahtani está a punto de transformarse en alud: el sábado 20, de madrugada, la agencia oficial saudí asume la muerte "accidental" de Khashoggi, que achaca a una pelea a puñetazos, y anuncia la detención de 18 personas, los 15 agentes del comando y tres funcionarios consulares. También varias destituciones, entre ellas la de Al Qahtani y cinco generales de Inteligencia.

Esta versión es corregida horas después por fuentes saudíes en EE UU que hablan de estrangulamiento. Finalmente, el ministro de Exteriores saudí atribuye el "error monumental" a "una operación no autorizada" y asegura desconocer tanto el modus operandi como el paradero del cuerpo. El Ministro se cuida bien de insistir en que MbS, heredero y hombre fuerte del régimen, desconocía la operación. Trump lo apoya al quejarse de que se obliga a MbS a demostrar su inocencia.

Sin embargo, estas tardías explicaciones son acogidas con escepticismo general. El heredero está tocado y desde Arabia llegan noticias de movimientos de palacio para desplazarlo. Alemania suspende el domingo 21 la venta de armas a Arabia e insta a la UE a imitarla, lo que abre un imaginativo debate en España sobre cómo compaginar Derechos Humanos y preservación de puestos de trabajo. El lunes se destapa el recurso a un burdo doble tras el asesinato. El martes se inaugura en Riad el foro conocido como "el Davos del desierto", ideado tiempo atrás para presentar a MbS ante el mundo y saldado, por un lado, con la ausencia de relevantes empresas y de los directores del Banco Mundial y del FMI, y, por otro, con la firma de contratos por 45.000 millones (4,5% del PIB español) sólo en la primera sesión. Una pista entre muchas -petróleo, yihadismo, estabilidad- para entender la cautela a la hora de contrariar a Arabia.

Ese día, mientras la cadena "Sky News" asegura en falso que al fin ha aparecido la cabeza de Khashoggi, Erdogan redondea su paciente jugada proclamando que su muerte ha sido "un crimen político, premeditado y salvaje", a la vez que reclama juzgar en Turquía a los 18 y detalla cómo se perpetró toda la operación. Es en esa jornada, la del pasado martes, cuando, de refuerzo, se filtra a la prensa que Qahtani había pedido "la cabeza del perro". La Policía la busca el jueves sin éxito en un pozo de 25 metros situado en los jardines de la residencia del cónsul.

Mientras la investigación avanza, mientras el deteriorado MbS, señalado como responsable por la Eurocámara, rompe al fin su silencio -aunque minimiza el crimen como "incidente repulsivo" - y mientras la fiscalía saudí acaba admitiendo que la muerte fue premeditada y no accidental, Erdogan advierte a Riad de que aún tiene más pruebas, a la vez que exige saber dónde está el cuerpo y quién dio las órdenes. Y sigue moviendo sus fichas. La última, imaginativa, que redondea su idea de atacar a Arabia a través de las grandes potencias, es anunciar que entregará todos los datos de las pesquisas turcas a la instancia internacional que decida emprender la investigación que la ONU aún no se ha atrevido a poner en marcha. ¡Guau, qué jugada!

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