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De la "piedra Rosetta" del código genético a la Biología de Sistemas

Ochoa estaba poseído por "la emoción de descubrir"

De la "piedra Rosetta" del código genético a la Biología de Sistemas

Cuando se cumplen 25 años del fallecimiento del Nobel luarqués cumple analizar por qué su obra está en los fundamentos de la Biología más actual.

La trayectoria científica de Severo Ochoa es transparente, nos ha dejado los testimonios justos para entender su aventura intelectual por los caminos de la Biología experimental. Todo empezó con su acceso a la Facultad de Medicina en 1923. Tras darse cuenta de que lo suyo no era la Ingeniería Industrial sino la Biología acude a la Universidad Central buscando estudiar con Cajal. Ochoa llegaría a comparar a D. Santiago con Newton, Galileo o Pasteur, pero no pudo ser su alumno, el sabio aragonés ya se había jubilado. La figura de Cajal era para Ochoa la de alguien que había configurado avances definitivos en el conocimiento, progresos de los que fundamentan una disciplina científica.

De mis conversaciones con Ochoa pude concluir que le movía el mismo interés por encontrar respuestas definitivas a cuestiones fundamentales, en eso cifraba lo que llamó "la emoción de descubrir". Pues bien, con la perspectiva del cuarto de siglo transcurrido desde su fallecimiento nos podemos preguntar qué fue de su contribución principal a la Ciencia, fruto sin duda de su dilatada trayectoria. En qué se puede basar la vigencia de su pensamiento que, junto con el de otros científicos pioneros, llena una etapa esencial en los cincuenta y los sesenta del pasado siglo.

"En 1954 me pareció que era un buen momento para volver a la fosforilación oxidativa", relata Ochoa en su autobiografía científica. Había cuestiones pendientes para entender la formación biológica de ATP, el vector energético de los seres vivos, y la francesa Marianne Grunberg-Manago recibía el encargo de experimentar, en el laboratorio de Ochoa de la Universidad de Nueva York, para entender por qué mecanismos se genera el mencionado ATP. En pocos años de intenso trabajo los hallazgos alcanzados no tenían que ver con las previsiones iniciales. Los extractos de células utilizados catalizaban una reacción que cautivó la atención de su grupo. Se trataba de una enzima que unía los nucleótidos para generar ácido ribonucleico (RNA). ¡Por primera vez se demostraba que una macromolécula portadora del código genético se podía generar en el tubo de ensayo!

Como suele ocurrir, cuando el hallazgo hace referencia a los fundamentos de la vida -en este caso, cómo los genes codifican proteínas- la imaginación se desborda pensando rápidamente en lo que nos espera a partir de ese momento. Qué nuevos hallazgos van a surgir, qué tecnologías e intervenciones propiciarán. Se abría el paso del in vivo al in vitro para manejar con precisión fenómenos biológicos, entenderlos e intervenir en su desarrollo.

En efecto, en 1959 la Fundación Nobel reconocía lo excepcional del trabajo de Severo Ochoa junto con su discípulo de años antes, Arthur Kornberg, como dos destacados investigadores que habían abierto el campo de la síntesis in vitro de ácidos nucleicos. De la enzima descubierta por Ochoa, bautizada como polinucleótido fosforilasa, pronto se supo que no intervenía en ese proceso en la célula viva, pero resultó una herramienta fundamental para descifrar el código genético. Se habló con justicia de la "piedra Rosetta" del código genético. Varios grupos, incluido naturalmente el del propio Ochoa, se aplicaron a una carrera apasionante: descifrar el lenguaje que hace que el ribosoma sintetice las proteínas correctas, las que están codificadas en los genes. Apenas cuatro años de esfuerzos bastaron para conocer esos tripletes, bloques de tres bases enlazadas en los genes, cada uno de los cuales significa una palabra, un aminoácido, que aporta a la proteína correspondiente. Es código universal de la vida porque funciona en toda la escala biológica. Otra vez el Nobel asturiano en el centro de hallazgos científicos de valor general.

El recorrido hasta hoy ha sido impresionante, hablamos ahora de Biología de Sistemas porque aspiramos a conocer, de manera integrada, el funcionamiento de la totalidad de los genes en cada célula en cada organismo; en definitiva, conocer el genoma y sus detalles y su complejidad. Y ello desde los organismos más elementales hasta el ser humano. Para ello manejamos una inmensidad de datos (big data en la terminología adoptada) descriptivos de todos los fenómenos biológicos. El recorrido de la Biología (la Biomedicina en su acepción de lo que concierne a la salud humana, que es casi todo) es ahora el inverso, de lo que fue la aproximación reduccionista de estudiar cada gen a integrar esa información en una imagen que sea coherente. El sustrato esencial para entender la vida biológica es ese lenguaje codificado en un código genético, con cuyo desciframiento sin duda soñó Severo Ochoa desde el momento en el que tuvo en sus manos una reacción fundamental, la síntesis de ácido ribonucleico en el tubo de ensayo.

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