La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

ANA MENÉNDEZ FERNÁNDEZ | Hostelera, confitera y dueña del café Casino de Cornellana

"En la vida hice una cosa: luchar por la familia y el bar"

"Trabajar a una edad temprana me hizo sentir integrada; me dejaban opinar, me hacían partícipe de todo: es algo que recuerdo con ilusión"

Ana Menéndez, en la cafetería Casino de Cornellana. A. M. SERRANO

Dice Ana Menéndez Fernández (La Oteda, Tineo, 1952), hostelera y toda una referencia en Cornellana, que no hay nada más importante que la familia. Tinetense de origen, salense de adopción, esta hermana pequeña de una modesta familia tuvo que enfrentarse con 2 años a la que sería la mayor desgracia de su vida. Si lo recuerda, todavía hoy se emociona. Da igual que tenga 66 años y que, si echa la vista atrás, la suya represente una existencia de éxito en lo profesional y en lo personal en una zona de Asturias complicada: la rural. "La muerte de mi padre me marcó muchísimo. Fue algo muy duro. Imposible de olvidar. Nos quedamos (por su madre y su hermano, nueve años mayor que ella) muy solos".

Sus padres inauguraron un ultramarinos y bar, "centro social" y "El Corte Inglés" del pueblo, en La Oteda. El padre también hacía madreñas y era el encargado de viajar a Tineo por aquellas complicadas carreteras de la Asturias de los años cincuenta, para comprar los víveres y materiales que se ofrecían más tarde en la tienda y bar familiar. En 1954, un accidente de tráfico acabó con su vida. "Fue justo al pasar Obona. En el coche, de nueve plazas, viajaban 19 personas. Chocó contra un camión de Grado. Allí se quedó mi padre", cuenta con precisión y lágrimas en los ojos Ana Menéndez. A partir de entonces, todo cambió en aquel ultramarinos que con mucho esfuerzo, constancia y afán por progresar, se había convertido en el sustento de la familia Menéndez Fernández. "Luchamos, no quedaba otra". Fue la madre de Ana la que más valor tuvo: para esta mujer su progenitora fue una trabajadora incansable y un referente. Alguien de quien copió "casi todo". Ella continuó al frente del negocio con sus hijos y mantuvo, aunque velada, la alegría en una familia que durante años vivió con mucha pena. "Teníamos una radio grande y todo el pueblo acudía al bar. Allí se jugaba la partida e incluso se hacía la manteca", recuerda Ana Menéndez. La pequeña de la familia no tuvo más remedio que trabajar mientras con pocos años, 5, se matriculaba en la escuela de Francos. Con 9, se marchó a Tineo "a la academia". Vivió con una sobrina de su madre en la capital del concejo. Pero siempre volvía a La Oteda. "Con 9 años ya estaba detrás de mostrador. Recuerdo que para llegar a la barra y servir, utilizaba una silla", señala. También tiene grabado el dispensador de aceite. "No sé por qué me acuerdo mucho de ese servicio; de cuando tenía que echar el aceite en botellas pequeñas", dice. Tostar el café también le trae recuerdos de infancia duros, pero también felices. "No puedo decir que no fui feliz. Fue una etapa dura porque estuvo marcada por una muerte tan cercana..., pero trabajar a una edad temprana por el bien de la familia me hizo sentir integrada; me dejaban opinar, me hacían partícipe de todo y es algo que recuerdo con ilusión y que también, como la muerte de mi padre, me marcó para siempre", señala.

Cuando ella tenía "11 o 12 años", la madre y el hermano dejaron La Oteda y se instalaron en Tineo. Regentaron primero el bar El Chigrín, durante "3 o 4 años, hasta que derribaron el edificio por ruinoso". Se trasladaron a una cafetería ubicada justo en la calle de enfrente, cafetería Alba. Fue allí donde conoció al que se convirtió en su marido, Manuel Fernández Rodríguez, de Rodical (Tineo). Se casó con 17 años, en 1969, y "cosas de la vida", en 1970 toda la familia se trasladó a Cornellana para regentar el Casino. "Mi hermano y mi marido viajaban bastante y conocieron este establecimiento de paso", cuenta Ana Menéndez. El Casino, detalla Ana Menéndez, era de una familia muy conocida de Salas que decidió dejar la hostelería. "No sé si contar cuánto pagamos de traspaso", dice. Mira con una sonrisa a su alrededor y, al final, decide: "1.250.000 pesetas". "Sí, mucho dinero. Teníamos algunos ahorros y el resto lo pagábamos al propietario por cuotas", explica.

Casino empezó su andadura con nuevos gerentes un mes de mayo, cuando Ana Menéndez estaba embarazada de su primera hija. "Abríamos a las seis de la mañana. Yo tenía barriga de cinco o seis meses", explica. Vuelven a saltarle las lágrimas. Todavía hoy pagan un alquiler por ese negocio que tanta experiencia, éxito y anécdotas dio a la familia. "La hostelería es una forma de vida", señala. "Dejas muchas horas aquí, tal vez tiempo que debería ser de ocio, pero también conoces a mucha gente y creas muchos lazos, y eso, hay que valorarlo". El bar se reformó en 1980 para cambiar la ubicación de la barra, hacerlo más espacioso y continuar, en definitiva, con la expansión que pedía el negocio. Dice Ana Menéndez que para lograr el éxito en este sector no hay más fórmula que trabajar. En Cornellana, el Casino tuvo grandes épocas. Días de abrir a las seis de la mañana y cerrar a las cinco. ¿Cómo se logra? "Con ayuda y estando aquí, al pie del negocio", dice con una sonrisa de la que pocas veces se separa.

Ana Menéndez tuvo con 18 años a su primera hija. La segunda llegó cuando Ana Menéndez tenía 21 años y la tercera y última, cuando contaba con 28. "Me hubiera gustado dedicar más tiempo a mi familia, a mis hijas, pero no fue posible". En los años setenta, Cornellana era un referente para el mundo de la pesca y, en concreto, del salmón. El dictador, Francisco Franco, solía acudir a la cita salmonera y eso dio mucha publicidad al río Narcea y a las pujas del Campanu (entonces el primer salmón pescado en el Narcea de la temporada). "La pesca dejó mucho dinero en Cornellana. Daba mucha vida. Venía mucha gente de fuera y había muchos gancheros. Los hostales estaban llenos de pescadores", recuerda. Ana Menéndez hace un esfuerzo memorístico y puede ver "los campanos de tres ríos en estas mismas mesas". A las seis de la mañana, el Casino era un hervidero de gente. Tampoco faltaban los medios de comunicación. "Recuerdo que salíamos en la tele, en la cadena pública, y nos llamaban hasta de México para decirnos: ¡Os hemos visto en la tele!".

La cercanía del negocio familiar a la carretera nacional que lleva a Salas y La Espina también dejó anécdotas en la vida de Ana Menéndez. La primera que se viene a la mente tiene que ver con un parto. "El taxista paró y aquí nació el 'neno'". Antes, cerca del bar que regenta había una farmacia y eso hizo de señuelo para el taxista, pero las primeras personas que salieron a atender a la parturienta en tan decisivos momentos fue "mi madre, mi marido y yo". En una de las últimas ediciones de la Feria de Muestras de Tineo, un hombre se acercó al expositor que Ana Menéndez lleva cada año, con casadiellas y carajitos, entre otros dulces de su actual obrador, a la cita comercial. "Me saludó y me dijo: ¿sabes quién soy? Nací en el Casino.

Su bar fue parada obligada durante muchos años. Aquella forma de relacionarse con la gente ("aquí tomaban el café alcaldes, gente importante y personas que llegaban de otras parte de España") forjó el carácter Ana Menéndez. Abierta, cercana y humilde. Así la reconocen los que están a su lado. También constante, muy tenaz y visionaria. Fue ella la que quiso diversificar el negocio cuando se acercaba la apertura de la carretera de la costa, esa vía que tanta vida se llevó de Cornellana. Abrió un obrador que todavía funciona hoy. "Empezamos a vender los dulces que hacía mi madre con la receta de la abuela de Somiedo", explica. También regentaron una sala de fiestas en Ujo. Allí se asentó su hermano, que conoció a su futura esposa y, finalmente se fue a vivir a Mieres, donde abrió un bar. "Falleció recientemente", dice Ana Menéndez con lágrimas en los ojos.

En 2002 murió su madre y el imperio pasó a sus manos. "La vida no me fue mal", cuenta la reconocida hostelera. Hace seis años, inauguró otra confitería en Oviedo y en temporada alta sus negocios dan empleo a 17 personas. Ana Menéndez no se quiere jubilar porque dice que no sabe hacer otra cosa que estar en el bar. "Crecí con ese ruido, lo llevo en las venas, ¿qué hago yo si no?", reflexiona. Tiene siete nietos. El mayor, de 21 años, está pasando una temporada en Finlandia gracias al programa "Erasmus". "Ahora el teléfono es una maravilla", dice Ana Menéndez, quien muestra orgullosa los wasap que recibe de su nieto. También cuida de los que son más pequeños. Tiene dos nietas, mellizas, de cuatro meses, y siempre acude a la llamada de su hija, en este caso, la menor. "Es una madre increíble", cuenta. "Yo tengo la pena de no poder dedicar a mis hijas tanto tiempo", añade. En su época, la crianza era otro campo de batalla. "No quise que se dedicaran a la hostelería porque lleva mucho tiempo, quería algo mejor para ellas y si quería otras cosas, no había más remedio que salir de Cornellana", dice. "Pisar la carretera", concreta.

Su hija mayor empezó a estudiar inglés con 5 años. Con 9, "se fue a Manchester a vivir un mes con una familia". "Hay que ponerse en mi lugar; entonces no había teléfonos, ni podías llamar siempre, ni hacer una videoconferencia, pero se le daba bien el idioma y la profesora de la academia me animó", cuenta. Eso sí, la niña repitió experiencia y quería volver todos los veranos. "Así que creo que, pese a tomar esa decisión arriesgada cuando sólo tenía 9 años, hice bien". Para ella, no hay nada más importante que la familia. En su vida sólo tuvo un camino: velar por el bienestar de los suyos y hacer éxito en su negocio para mantener, precisamente, a su familia numerosa. A la entrevista acude soñolienta. Estuvo por la noche cuidando de sus dos nietas mellizas. Cuando se enteró de que venían dos, y no un bebé, "no saben muy bien si dije 'dos, dos, dos' o Dios, Dios, Dios'", cuenta risueña.

Llega a Oviedo, donde viven dos de sus hijas, en 20 minutos, y vive con la tranquilidad que da haber hecho "lo que se debía hacer" en cada momento. "En la vida hay que tomar decisiones y hay que arriesgar", dice. Volverá todos los días a su negocio porque no hay mejor bálsamo que el sonido de la cafetera o una conversación amable con la persona que acude fielmente a su casa de cafés, vermús, pastas y comidas.

Su marido está pendiente de sus pasos y, durante la entrevista, escucha y mira de soslayo. También aparece una de sus hijas, "la del medio", que no duda en destacar algo de su madre: "la constancia". "Si hay un juguete que nadie sabe o tiene la paciencia de armar, ella está dale, dale, dale, como si son horas, hasta que lo monta", dice. En el obrador, una trabajadora que lleva en su negocio 20 años, saluda a Ana Menéndez. Leticia Calzón se emociona si alguien le pregunta cómo es su empleadora :"Como una madre". En su negocio, por cierto, abundan las mujeres.

- ¿Se encontró con trabas en su vida profesional por ser mujer?

-Sí. Para empezar, yo siempre intento rodearme de mujeres. Es cierto que no soy estrictamente feminista porque hay muchas cosas de ese movimiento que no me gustan, con las que no estoy de acuerdo. Pero las mujeres tuvimos y tenemos que pelear mucho. A mí me costó mucho salir adelante por ser mujer. Valoraban menos tu opinión. Recuerdo que en las confiterías trabajaban hombres, y eso de que mandara una mujer...

- ¿Puede contar alguna mala experiencia?

-Sí. Ocurrió en una empresa de paquetería. Buscaba envases para los dulces. Yo tenía la idea clara, sabía lo que quería. Recuerdo que lo expuse a los trabajadores de aquella empresa, conocida, por cierto, en Asturias. Al salir del despacho, sentí las risas: 'Qué dirá ésta'". Les dejé 2,5 millones de pesetas en la compra de envases. Más tarde, cambié de firma. Yo tengo la satisfacción de no haber faltado a nadie al respeto en mi vida, y eso me llena de orgullo".

Segunda entrega, mañana, lunes:

"Los bares son universidades de la vida"

Compartir el artículo

stats