-Me llamo Manuel Francisco Javier Arnott Fernández y nací en Trubia en 1938. Soy el tercero de seis hermanos de familia acomodada. Crecí en un entorno cultivado.
- ¿Cuántos viven ahora?
-Cuatro. Mi hermano mayor, Juan, falleció en La Coruña y el que me seguía, José Luis, murió a los 4 años. Nos sacaba Oliva, una niñera, y quizá se haya pinchado en una cuadra y contraído el tétanos o haya sufrido una meningitis. Mi madre tuvo dos hijos más, Pepe, que es químico, y Nacho, que es ginecólogo, pero nunca lo superó.
- ¿Cómo lo vivió usted?
-Esos días me llevaron con los Fuentes, dueños de la fábrica de loza de San Claudio, Fuente Trubia y Minas de Quirós, con los que teníamos una relación familiar.
- ¿Cómo era su madre?
-María del Rosario, de Tineo, excepcional. Su padre había hecho una fortuna inconmensurable en México. Mi madre y su hermano Antón, médico, eran sobrinos de Rafael García, médico forense en Tineo y padre del magistrado de la Audiencia de Oviedo Rafael García del Casero, cuyo hijo es el actual alcalde de Navia.
- ¿Cómo era con usted?
-Sumamente cariñosa y de una educación exquisita. Tenía pasión por mi padre, que decidía todo. Al iniciar la carrera de Medicina mi tío Antón, vendieron la casa de Tineo por 15.000 duros y se fueron a vivir a Madrid, al hotel Barcelona, en la plaza de las Descalzas Reales. Mi tío Antonio y mi padre eran compañeros de carrera y por eso lo conoció.
- ¿Cómo era su padre?
-Manuel Arnott Tarrazo, médico de fuerte carácter, reconocido prestigio y porte british: alto, de ojos azules. Era muy rígido. Se hacía lo que él quería. Yo desayunaba y comía cada día sobre mesa autocrática. La relación con él no fue fácil. Haber sido el preferido de mi abuela paterna, Irayda, que le quitaba la razón para dármela a mí, me permitió adquirir la suficiente confianza en mí mismo para desarrollar mi potencial intelectual.
- ¿Por qué la pasión de su abuela?
-De bebé tuve una enfermedad que creyeron que moría esa noche. Mi abuela contaba que la pasé en su cuello. Salí adelante y me consideró un hijo más.
- ¿Cómo era la abuela?
-Muy culta y con tal carácter que oí decir en Trubia que si ella quería cambiar el curso del Nalón, lo cambiaba. Enviudó en 1914.
- ¿Qué edad tenían sus hijos entonces?
-Once y nueve años. La familia inglesa se portó de maravilla con ella, que se dijo "déjate de llorar" e ingresó a mi tío Juan en la academia de Ingenieros de Guadalajara, donde compartió carrera con los Díez-Alegría. Era talentoso, pero travieso y casi lo expulsan. Ella fue a ver al ministro de la Guerra y no pasó nada. Fue ingeniero de armamento y construcción. Mi padre fue a un colegio de huérfanos de hijos de médicos de militares, del que le quedó una pasión.
- Los Arnott son...
-De Escocia e ilustrados: médicos, notarios, profesores. Algunos venían a Luanco por el verano. Mi abuelo vino a la Fábrica Nacional de cañones de Trubia a los hornos de acero como ingeniero químico. Luego se instaló en Gijón y presidió el Sport Club de Gijón, del que luego salió el Sporting.
- Primeros recuerdos de Trubia.
-Aprendí los palotes con Margarita Aza, en La Bombilla, y luego en el grupo escolar de Bernardino Machín. Nos relacionábamos con todos los hijos de jefes y oficiales de la fábrica e íbamos al casino de ingenieros a jugar al billar, con tres bolas de marfil en una mesa de la casa Amorós de Barcelona. Torres, el encargado del casino, nos amedrentaba diciendo: "Si hacéis un siete vuestro padre tiene que llenarlo de billetes".
- Todo en torno a la fábrica.
-Fui monaguillo de roquete y traje con don Antonio, el cura en la iglesia castrense. Jugábamos en el probadero de los cañones del 8-8, donde había dos campos, uno de hierba y al final del otro unos bancos de arena a los que nos lanzábamos desde una liana. Era comisario Sabino Fernández Campo e hicieron una pista de tenis, de tierra batida, con caseta de vestuario, que era donde nos duchábamos. Hacíamos batallas de piñas.
- Hizo buenos amigos.
-El mejor, Joaquín Yepes Argüelles y, como él, quería ser aprendiz de la fábrica de Trubia, pero mi padre me dijo que tenía que hacer el ingreso y estudié allí hasta los 14 años en que vinimos a vivir a Oviedo. La fábrica daba la opción a los aprendices a hacer el Bachiller dos días a la semana y una beca, el premio "Elorza", que cubría una carrera superior. De ahí salió Manolo Álvarez, director general de Ensidesa, el militar Vázquez Sarasola...
- ¿Por qué vinieron a Oviedo?
-Mi hermana Margarita ya estaba interna en Gijón. Los otros cuatro íbamos a tener que estudiar carrera universitaria. Acusé el cambio al principio, pero me integré. Fuimos a vivir a Hermanos Pidal, estudié en los Maristas e hice amigos entrañables.
- ¿Qué chaval era usted?
-Dócil, con mucho amor propio y revoltoso, pero ni pendenciero ni maledicente. Fui un estudiante regular, pero sabía lo que quería. Hice bien el Bachiller y fui uno de los cuatro que sacamos el selectivo en junio.
- ¿Qué adolescencia tuvo?
-Muy buena. Jugar al fútbol, café en La Granja y cine a las 7. Jugábamos al futbolín en La Gran Taberna, los sábados organizábamos bailes en La Hortensia, en la calle de los Pozos. Mi pandilla era Ignacio Flórez Saro; Ricardo Fernández Lucio, ejemplo de amigo; Paco Alamán, Manolo Blanco, Jesús Collín, Alfredo Martínez, Quique Rubín, Genucho Botas...
- ¿Sabía qué quería ser?
-Médico, de todas, todas.
- ¿Qué le pareció Madrid, donde estudió?
-La Meca. Mi problema fue que no estaba destetado y al verme allí, ancha es Castilla. Eran los cincuenta y me alojé en una pensión de patrona y estudiantes en Chamberí. Los domingos comía en casa de Santiago Roig, director de Fábrica de Mieres y creador de Uninsa. Me sacaba Pepe Luis Gasset, hijo de José Gasset, médico director provincial de Asturias, que era novio de Gus, una hija del cardiólogo Paco Vega. No conocía a nadie y eso me provocaba timidez. Añoraba mucho Oviedo, mi casa, mis cosas. Pasé meses muy tristes. No me centraba. Aprobé con nota las anatomías, las fisiologías y la histología, porque cuando hacía una cosa la hacía bien. La facultad era muy dura y por dentro notaba la frustración de defraudar a mi padre.
- ¿Tenía miedo?
-Sí, al fracaso y a mi padre, a quien respetaba tanto que nunca le pedí un duro. Me lo daba mi madre. Viví bien y el dinero pudo haber sido perjudicial.
- ¿Salía por Madrid?
-Al Centro Asturiano y a ver las compañías de revistas a las entradas de "clap". Iba al fútbol, a seguir al Metropolitano y al Real Madrid porque jugaba Chus Herrera, que había sido compañero de clase. Con dos de Oviedo, José Antonio Moreno Rayón, "el Morenito", y Valentín Entrialgo, que no tiene más que cualidades, fuimos a aprender a bailar boleros a la academia Vicky, en la puerta del Sol. Te daban unos tiques, te ponían un pañuelo en la mano, por si sudabas, y bailabas con señoras de 40 o 50 años. Una vez "el Morenito" quiso colarse y el portero le dijo: "Llevo 40 años y no se me coló ninguna persona".
- De novia, ¿nada?
-María Victoria, mi mujer. Vine de Madrid por Navidades en 1962, fui con unos amigos a Gijón, quedamos en el Hernán Cortés y luego fuimos al Club de Regatas. Mis amigos de Gijón eran Juan Atorrasagasti, Antonio Mortera y Javier García Rendueles, "el Tronchu", sobrino de Juanín Busto y el barítono con la voz más bonita que oí.
- ¿Tuvieron una relación epistolar?
-Pasé más de un curso llevando la carta diaria a Correos y llamando desde Telefónica una vez a la semana. No tuve otra persona que ella en la vida y le estoy muy agradecido.
- No acabó la carrera en Madrid.
-Cuando mi padre vio que suspendía, dijo: "Para casa, un plato y una cama y busca trabajo donde sea". Lo pasé muy mal.
Segunda entrega mañana, lunes:
"Mi padre no pagó mi matrícula y cuando acabé le llamé y le dije 'soy médico, como tú'"