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Salud

Alergias

Quizá estemos pagando con reacciones alérgicas la higiene del medio, con la que evitamos la mortalidad por enfermedades infecciosas

Alergias

La impresión general es que cada vez hay más alergias. La rinitis parece que empezó a manifestarse con más frecuencia en el último tercio de siglo XIX y que llegó al máximo a mediados del siglo XX. Desde entonces no hay cambios. Actualmente, entre el 15 y el 20% de la población occidental la sufre. Sin embargo, el asma empezó a crecer a mediados de 1960, con el pico en 2000 parece que desde entonces declina. Todo ello con grandes variaciones geográficas.

Otra cosa es la alergia a los alimentos. Desconozco su evolución histórica, sí tenemos una idea de la frecuencia. Cuando se pregunta a los padres, hasta el 35% dice que sus hijos sufren algún tipo de reacción a los alimentos. La mayoría son pasajeras, se relacionan con leche, frutas ácidas o vegetales. En general se reduce a picor en la boca y garganta y puede verse un enrojecimiento local. No deberíamos llamarla alergia. La alergia propiamente dicha aparece en el primer o segundo año de vida y llega a afectar hasta al 8% de los niños. Se relaciona fundamentalmente con leche, marisco, cacahuete, frutos secos, pescado, huevos y soja. Con el tiempo, la mayoría de los niños desarrollan tolerancia, pero no es infrecuente que la alergia a los frutos secos permanezca. La alergia alimentaria en adultos es rara, quizá afecta al 1% de la población.

Uno se puede preguntar por qué aumentaron las alergias en el siglo XX. Como en toda enfermedad, hay que pensar en la trilogía agente-medio-huésped. Podemos descartar con total seguridad una modificación genética que nos haga más sensibles a los alérgenos. Pero sí se puede modificar la forma en que el organismo se hace en relación con el medio. La teoría dice que la higiene, de los alimentos, de la vivienda y del agua, evita la exposición a virus, bacterias y parásitos; esto unido a las vacunaciones conforma una manera de reaccionar del sistema inmunológico que disminuye la capacidad de tolerar proteínas extrañas. Además, mientras los niños en el siglo XIX convivían con animales y se exponían a sus detritus, ahora viven en ambientes interiores expuestos a otras sustancias químicas que pueden facilitar el desarrollo de alergia. Únase a esto la falta de ejercicio intenso: es posible que la expansión máxima y frecuente de los pulmones tenga un efecto protector.

Lo que se denomina alergia alimentaria es una reacción prácticamente inmediata que se puede manifestar como dermatitis atópica, asma, rinitis, dolor intestinal y diarrea o incluso anafilaxia. En algunos casos basta que haya partículas de ese alimento en el ambiente, otros necesitan más dosis. La anafilaxia, que es rara, puede ser mortal. Hay que estar prevenido. Lo mejor es evitar el alimento que produce alergia. Pero no siempre es posible, por eso conviene estar prevenido contra esta eventualidad. No es mala idea tener una jeringa de adrenalina precargada.

El diagnóstico se basa en la historia clínica, el examen físico y los test cutáneos. Consiste en inyectar una mínima cantidad del alimento y observar si a los 20 minutos, aproximadamente, se produce un habón. Si no reacciona, es raro que tenga alergia a ese alimento, pero si reacciona no es confirmatorio. Lo mismo ocurre con el test de sangre para detectar la inmunoglobulina implicada, se llama IgE. Algunos expertos prefieren completar el diagnóstico dando cantidades crecientes del alimento para observar la respuesta. Otra opción es eliminar el alimento, comprobar que desaparece la alergia y observar qué pasa si se reintroduce. Es una estrategia que tiene al menos dos inconvenientes; por un lado, las emociones: el temor puede simular una alergia. Por otro, el cuerpo que había aprendido a tolerar cierta cantidad de ese alimento se puede olvidar y reaccionar peligrosamente. Desconozco la base científica y la utilidad de esos análisis de laboratorio en clínicas privadas que investigan una larga batería de sustancias.

Hay otras alergias que no son inmediatas, que sólo afectan al intestino y tienen un carácter más crónico y larvado: son la enterocolitis, proctitis y proctocolitis inducida por proteínas que aparecen en los primeros meses de vida, y la celiaquía o intolerancia a gluten. La palabra intolerancia referida a alimentos abarca mucho más, desde el reflujo gastroesofágico, la dispepsia y las intolerancias a aditivos tipo sulfitos o glutamato hasta las deficiencias enzimáticas tipo ausencia o déficit de lactasa. En estos casos no está implicado el sistema inmunológico de manera directa.

Las alergias son más frecuentes en niños de padres alérgicos, en países ricos, en ambientes urbanos e industrializados y en familias pudientes. Puede tener que ver con el microbioma, la fauna intestinal. Es interesante la teoría de los parásitos intestinales, como las lombrices, tan frecuentes hace 50 años. Argumenta que secretan sustancias que amortiguan las respuestas intestinales para evitar ser expulsados, de manera que modulan el sistema inmunológico; se considera una coevolución. Hay grandes dudas sobre esa hipótesis. Quizás pagamos con alergias la higiene del medio con la que evitamos la morbimortalidad por enfermedades infecciosas.

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