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JESÚS MARTÍNEZ ÁLVAREZ | Constructor jubilado, fundador de la empresa Jesús Martínez

"En los 70, hice accesos a casi todos los pueblos del Occidente"

"Mi formación es práctica, no teórica, tanto es así que tuve grandes problemas con ingenieros que planteaban cosas absurdas de realizar"

Jesús Martínez, en su casa, a la orilla del Navia.

"Mi nombre es Jesús Martínez Álvarez, nací el 30 de abril de 1930 en un pueblecito llamado Valle, en el concejo de Villayón, el cuarto de nueve hermanos y en el seno de una familia humilde dedicada a la agricultura".

Así empiezan las memorias que hace unos años escribió el constructor Jesús Martínez, fundador de la afamada empresa del mismo nombre y en la actualidad jubilado y vecino de Navia. Aunque no llegó a publicarlas, decidió poner negro sobre blanco su trayectoria de hombre que se hizo a sí mismo, brillante estudiante, emprendedor y amante del diálogo.

Recibe a LA NUEVA ESPAÑA en una gélida pero preciosa mañana del mes de enero, vestido impecable, como lo es su trato. Sentado en el despacho de su domicilio de Navia, un caserón que se asoma a la ría de la localidad, comienza a relatar un periplo vital que le ha permitido ser testigo privilegiado de la evolución del occidente de Asturias, la tierra que le vio nacer y crecer como persona y empresario.

Dirigió durante tres décadas su propia empresa de construcción, Jesús Martínez Construcciones, y desempeñó los más variados cargos, desde alcalde de Navia en la década de los setenta hasta presidente de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE).

Infancia dura. "Mi niñez fue de semiesclavitud, como la de casi todos los de aquella época. Eran años de plena pobreza, después vino la guerra y la cosa fue a peor porque no había nada y se pasaba muy mal. En mi casa teníamos seis vacas y tres cerdos. Yo quería estudiar y hacer carrera, pero no había más opción que ir al Seminario, así que ingresé con 12 años".

Transporte en camión. "El examen de ingreso se hacía en el palacio de Donlebún, en Barres, y me trasladé desde Boal en un camión que transportaba madera para embarcar en Ribadeo. Iba sentado en la caja del camión, encima de los troncos. Al llegar pasé en lancha desde Castropol a Figueras.

"Aprobé el examen y el 29 de septiembre ingresé en el Seminario de Tapia. Salí de Navia en el autocar de Sánchez con una maleta de castaño llena de ropa y comida, lacón en concreto. El autocar trasladaba a los jóvenes a la fiesta de San Miguel, de La Caridad, y yo me subí con la intención de encontrar transporte hasta Tapia, pero no lo conseguí y tuve que ir caminando. Llegué a las dos de la mañana y lo recuerdo un día triste, porque llegué muy cansado y muy tarde".

De Tapia a Oviedo. "En el Seminario estuve siete años aunque nos fueron cambiando de centro, primero en Tapia, después pasé a Donlebún, Valdediós y acabé en Oviedo. A Valdediós tuvimos que llevar nuestro propio colchón y los de la zona alquilamos un autobús para trasladarlos todos. Allí me tocó ser portero y gestionar los paquetes que recibía todo el mundo.

"Yo era muy buen estudiante, para mí estar allí era como vivir de vacaciones, el problema era volver a casa. El Seminario era muy completo porque estudiábamos de todo, aunque la disciplina era durísima. Sacaba notas muy buenas y una vez hasta me encargaron poner el examen para los demás.

"Aunque al principio no tenía claro si quería ejercer o no como cura, tras siete años decidí marcharme. A los 19 años dejé el Seminario con el fin de hacer Medicina, pero como mis padres no podían pagar la carrera tuve que desistir. Con idea de hacer algo de dinero para cuando fuera a la mili, me dediqué a plantar pinos.

"Hice la mili en Medina del Campo, donde, después del curso de cabo, me designaron responsable de la oficina topográfica y del economato, puestos que fueron claves para el desarrollo futuro de mi vida".

Salto de Salime. "Me incorporé a trabajar en la empresa Agroman, recomendado por el capellán del salto, don Manuel Gutiérrez, al que conocí en el Seminario.

"Llegué a Grandas en septiembre de 1950, dos años después de que empezaran las obras del embalse. La primera impresión al llegar fue algo difícil de explicar: ver aquellos poblados, aquel movimiento en las obras, para mí era algo impensable, era una obra impresionante.

"Me nombraron encargado del economato, ubicado en el poblado de la segunda planta (El Campín), donde estaban las cocinas y los pabellones de los obreros. Me ocupé de varias labores, la primera y más importante, el suministro diario de las cocinas. También era el encargado de descontar las comidas del pago semanal de las nóminas y de llevar el control de las ventas diarias a las familias de la obra.

"Allí aprendí a beber whisky. Para beber y no emborracharse, era costumbre pedir una copa de aceite para que flotara sobre el alcohol y no se subiera a la cabeza. En la oficina trabajábamos siete personas con la categoría de peón especializado, así que se nos ocurrió ir a reclamar a Oviedo, donde se rieron de nosotros. Volvimos al tajo y nos castigaron picando las juntas de adoquín de la presa y, a continuación, recibimos el boletín de despido, que aún conservo, con fecha 5 de marzo de 1955".

Capataz forestal. "Después del despido me incorporé como capataz de la Forestal, para sustituir a mi hermano Jose. Vivía en Cabanas Trabazas, a unos tres kilómetros de Boal, pero, como el trabajo era a destajo y era una brigada joven, me sobraba mucho tiempo para el ocio, así que iba todas las tardes a Boal, andando o a caballo.

"En uno de esos viajes conocí a la que es mi mujer, Otilia Gómez Oliveros. Nos casamos en 1956. Ese año entré a trabajar en la presa de Doiras con la empresa Marcial Rodríguez Arango.

"Me mudé a Doiras con mi mujer y allí nacieron nuestros dos hijos. Como mi suegra y mi mujer tenían una panadería en Boal decidimos alquilar un horno en Doiras y montar una panadería, sobre todo para suministrar pan al comedor de la obra. Me levantaba a las dos de la mañana para amasar dos sacos de harina a mano y después hacía diez horas diarias en la oficina del salto.

"Aún me sobraba tiempo para ir a Silvón a dar clases particulares a unos niños. En aquella época mi hermano estudiaba Magisterio y me animé a hacerlo a distancia, aunque no llegué a ejercer como maestro más que quince días, en La Mortera (Valdés). También hice Graduado Social a distancia".

De Doiras al Gran Suarna. "A partir de 1960 empecé a coger el mando de la empresa hasta el punto de que empiezan a conocerme por Jesús de Arango. Cuando se acabó la obra en Doiras me mandaron al salto de Selviella, en Belmonte de Miranda, y de allí, en agosto de 1961, al salto del Gran Suarna.

"Había que hacer todo tipo de accesos para el embalse e hicimos las carreteras sin ningún plano, con ayuda de un aparato que se llama clisímetro. Mi formación es práctica, no teórica, tanto es así que tuve grandes problemas con ingenieros que planteaban cosas absurdas de realizar. Por eso le recomendé a mi nieto estudiar ingeniero de caminos, para poder discutir de tú a tú.

"Además de las carreteras, había que hacer el túnel de desviación de las aguas del Navia, con 360 metros de largo. El día que unimos las dos bocas hicimos una gran cena. Era el no va más. El túnel existe aunque no valga para nada. Aunque se suspendiera la obra, mereció la pena lo que hicimos para dotar de carreteras a aquellos pueblos".

Se convierte en empresario. "En 1963 empezamos a trabajar en la obra para dar accesos a la presa de Arbón, que construía Agroman. Hasta entonces las obras se hacían a pico y pala, y aquel año compramos la primera pala mecánica. En 1968 me propusieron hacer una pequeña carretera de Villayón a Berbegueira. Primero me negué y al final acepté. La mujer me echó una gran bronca temiendo que quedara sin trabajo. Busqué un socio que se hiciera cargo bajo mi dirección y al año siguiente, en 1969, fundé mi propia empresa, Jesús Martínez".

Accesos a pueblos. "Compré una pala y alquilé otras tres y a principios de los setenta empezamos a hacer carreteras, aprovechando unas subvenciones de 100.000 pesetas que concedía el Instituto Nacional de Reformas y Desarrollo Agrario (IRYDA).

"Entonces éramos muy pocas empresas y, como por aquí no había nadie más que yo, me ocupé de casi todas las obras de la época. No quedó prácticamente ningún pueblo, por pequeño y remoto que fuera, que no tuviera su pista para llegar en coche. Dejé hechos los accesos a todos los pueblos de la zona. Estos trabajos contribuyeron decisivamente al desarrollo de la zona occidental, remota y desconocida hasta entonces. Tenía unos 25 obreros y ningún capataz porque yo vigilaba todo. Era todo gente de aquí y se portaba muy bien. Siempre les dije que yo quería rendimiento y responsabilidad".

Sociedad anónima. "En 1980, teniendo en cuenta el creciente desarrollo de la empresa, las dificultades que acarreaba la empresa individual y la necesidad de ir preparando la sucesión para mis hijos, se creó la Sociedad Anónima Jesús Martínez. La plantilla pasó a cien trabajadores, se compró más maquinaria y empezamos a trabajar en toda Asturias, compitiendo con todo tipo de empresas.

"Construimos una nave en Cartavio y compramos terrenos en el polígono de Jarrio para montar una planta de aglomerado en caliente. Además abrimos una cantera en Illano, 'La Carisa'.

"En esa época trabajamos en la carretera de Navia a Grandas, haciendo el tramo Illano-Grandas y con posterioridad el Navia-Boal, que aún hoy sigue sin tener un solo defecto. A partir de mediados de los ochenta me acompaña mi hijo Francisco Jesús, que empieza a formarse para llevar el peso de la empresa. En 2001, después de casi veinte años de trabajo para otras empresas y treinta y tres dirigiendo la propia, la traspasé a mis hijos".

Liquidación con la crisis. "A partir de 2002 es la época del gran crecimiento en infraestructuras, se hicieron todas las autovías y coincide con el auge de la construcción de viviendas, lo que hace que las empresas empiecen a crecer sin límites.

"Cuando llega la gran crisis, consecuencia de ese crecimiento ilimitado, las medianas empresas se fueron a freír monas y sólo resistieron las grandes. Tuvimos que aplicar un expediente de regulación de empleo (ERE) y liquidar la empresa en 2014. Teníamos más de doscientos trabajadores. Me supuso un disgusto fabuloso porque, después de estar luchando toda la vida, que te pase eso sin tener culpa...".

Segunda entrega, mañana, lunes:

"Hay que hacer las obras bien aunque pierdas dinero, sin prestigio no vales nada"

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