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Apuntes de un viaje a Omán

El pintor Manuel García Linares dibuja y escribe su estancia en el Sultanato de la Ruta de las Especias y encuentra parecidos con Asturias pese a la diferencia de su paleta cromática, histórica y política

Apuntes de un viaje a Omán

Hace unos meses tuve la oportunidad de cumplir el deseo de viajar al Sultanato de Omán y aprovechar para visitar a unas amigas; más que amigas, familia, porque así son los omaníes, familiares.

Para mí Omán era un país desconocido y de leyenda, de las "Mil y una noches", de esos cuentos que se leían en los inviernos, llenos de misterios orientales, de sultanes, princesas y odaliscas; de genios, de lámparas y aventureros como Simbad el Marino. Tierra de oro, incienso y mirra, símbolos que nos llevan a la posible cuna de los Reyes Magos de Oriente, porque en esta tierra se respira magia, desde el café omaní o qahwa, hasta los dátiles Halwa.

Omán es una nación situada al sur de los Emiratos, entre Yemen y Qatar, en la península arábiga, en el golfo de Omán, al sur del estrecho de Ormuz, en el océano Índico, es lo que podríamos decir zona caliente", por la proximidad del Yemen, sin embargo el Sultanato de Omán se mantiene neutral en medio de todo conflicto, tiene una amplia y excelente costa con gran riqueza de pesca, aquí se respira paz y estabilidad.

El actual Sultanato de Omán, gobernado por el sultán Qabus ibn Sa'id Al Sa'id, llega a nuestros días precedido de una de las más ricas historias de la humanidad vinculadas a la ruta del incienso, las especias y la seda, sumido durante años en un letargo histórico, despertó con el actual sultán, quien generó dinámica y desarrollo, con autopistas y aeropuertos de gran actualidad, incorporando la nación a la dinámica moderna, te llama la atención la profusión de mezquitas, empezando por la Gran Mezquita de Qabus, que, como me decía mi amiga Fatma, es, como en Oviedo, la Catedral, luego hay otras importantes mezquitas, que serían el equivalente a San Juan o San Isidoro, y el resto, pequeñas mezquitas, como aquí las capillas, situadas tanto en gasolineras como en centros comerciales. Aquí aún existe fe y respeto, familia y tradición.

Muscat me recordó la primera vez que visité Puerto Rico; mares azul turquesa, playas inmensas de arenas blancas o doradas, palmeras, en su mayoría datileras, y edificaciones bajas, con aire colonial, de arquitectura actual, muy familiar para nosotros, también las viejas edificaciones de adobes recuerdan las que aún tenemos en algunos pueblos de León y Zamora; por supuesto, la temperatura similar al Caribe, donde en los meses de verano se alcanzan frecuentemente los 40 grados. Este calor no asustará a sevillanos, cordobeses o murcianos.

Omán contrasta con el gran poder de los Emiratos, Arabia Saudí y Qatar, imperios del petróleo y gran jungla de acero y cristal en un alarde de infinita grandeza faraónica, desafiando lo arquitectónicamente imposible, pero, aunque Omán también basa su economía en las reservas de petróleo y gas natural, lo hace con arreglo a sus posibilidades más modestas, en medio de una gran austeridad.

Cuando el viajero se acerca a Omán, lo primero que notará es el ambiente hospitalario de un pueblo afable, orgulloso de sus tradiciones, respetuoso con su sultán y deseoso de agasajar al forastero. Desde el recibimiento en una casa particular hasta la recepción de un hotel se convierten en un ritual protagonizado por el qahwa o café omaní y los dátiles; en otros lugares de Oriente Medio el qahwa o kahwa es una infusión de té verde, pero en Omán es el café, suave, un tanto amargo, que se tuesta, se muele y se mezcla con cardamomo, agua de rosas y azafrán. Este café sin azúcar acompañado por dátiles te lo ofrecen como muestra de bienvenida y se corresponde con la aceptación a esta cortesía.

Omán, que trata de incorporarse a la "globalización" turística del desarrollo occidental, es uno de los últimos lugares que preserva con más pureza sus tradiciones familiares, y sus sistemas de vida tratan de compaginar, en un difícil equilibrio, el cuatro por cuatro y el camello o el iPhone y el bloc de notas. Todo ello es un lugar ideal para una oferta de un turismo alternativo al mundo del estrés occidental, lugares como los desiertos o los oasis son los idóneos para el descanso y el relax. Creo que en Omán temen la llegada de un turismo masivo acompañado de alcohol y droga.

He pasado unos días en el desierto experimentando una sensación de placidez única; en la noche, el planetario natural sobre nuestras cabezas parecía colocar las estrellas al alcance de nuestras manos, esta misma sensación la había tenido en la cumbre de Aristébano, la diferencia es que en el desierto se puede vivir todas las noches con una temperatura ideal, y en Aristébano esto sólo se puede disfrutar en días contados con fuertes heladas, que permitan la ausencia de nubes. En el desierto de Sharquiya, coincidí con una familia alemana que me contaba cómo se acercaba a Omán cada vez que quería alejarse del estruendo de la gran ciudad, y lo compartía con Lanzarote, donde también encontraba la paz, sobre todo en la parte norte.

He visto en Nizwa un mercado de ganado, aunque, como en nuestros pueblos, poco a poco se va perdiendo; fundamentalmente, ganado vacuno y lanar, demostraciones de tradiciones con alfarería, labores con madera o juncos y otras muchas labores que me han recordado las que se practicamos en los pueblos, descubriendo así algunos de los orígenes de nuestra cultura. En costumbres y artesanía, nada era nuevo para mí.

Entrar en el oasis de Wadi Beni Jaled es llegar al paraíso y más disfrutando una deliciosa comida que había preparado en su casa de Bidiyah la familia de Fatma y Shams, allí visitamos a su madre; un hermano nos acompañó a ver una vieja fortaleza y un gran palmeral en donde, además de los dátiles, también recolectan plátanos y mangos. Los mercados de pescado y frutas son muy atractivos, junto al tradicional zoco, en donde vi la transformación del oro en atractivas joyas, algo que yo deseaba ver en Navelgas a la sombra del bateo.

Los beduinos, casi desaparecidos, con sus caravanas de camellos, me recordaban a los vaqueiros en sus trashumancias, con sus vacas y las reatas de mulas para el transporte hacia Madrid.

Las mujeres, en nuestros pueblos, vestían de negro por respeto a los difuntos y cubrían sus cabezas con pañuelos, también negros, las omaníes visten con gran elegancia las túnicas negras -muchas de diseños de grandes modistas- llamadas "abayas" y los hombres llevan unas túnicas de impoluto y deslumbrante blanco nuclear, de nombre "dishdasha", igualmente el oficinista que el pescadero o el camellero; me recuerdan aquellas sábanas tendidas "al verde", cuando había lavanderas en el río del pueblo. Todo un misterio.

Espero volver a Omán, porque, a pesar de las leyendas, tenemos mucho en común. Dicen que las mujeres llevan el velo porque lo importante es conocerlas por dentro, a los pueblos también hay que conocerlos por dentro y te sorprende lo parecidos que somos, el problema está en los malos dirigentes.

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