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No hay enemigo pequeño

Virus, bacterias, hongos e invertebrados parásitos están detrás de las mortandades que registran diversas especies de la fauna asturiana, como el corzo, el rebeco, el salmón y el cangrejo de río

No hay enemigo pequeño

La expresión "no hay enemigo pequeño", que advierte de la conveniencia de no despreciar nada, por insignificante que pueda parecer, cobra pleno significado cuando se aplica a virus, bacterias, hongos e invertebrados causantes de enfermedades y mortandades. Lo sufren en sus carnes algunas especies de la fauna asturiana: el corzo afectado por el llamado "gusano de la nariz"; el rebeco cantábrico, víctima de la sarna sarcóptica transmitida por un ácaro; el cangrejo de patas blancas, casi extinguido por una infección fúngica; el salmón atlántico, que desarrolla una necrosis ulcerosa ocasionada por otro hongo, y los anfibios que están siendo exterminados por hongos y bacterias (en conjunción con circunstancias adversas).

El caso del corzo está de actualidad, por la constatación de una fuerte caída demográfica reciente (del orden del 47 por ciento en una década, entre 2007 y 2017, según datos oficiales), en conexión con la extensión de la mosca del corzo o gusano de la nariz ("Cephenemyia stimulator"), detectada por primera vez en España en 2001 y hoy muy difundida. La infección del salmón viene de lejos; su expansión por Europa se produjo a principios de los años setenta del siglo pasado, cuando la UDN ("Ulcerative Dermal Necrosis", en inglés) ocasionó una reducción generalizada en los stocks salmoneros. Este síndrome, en el que confluyen el hongo "Saprolegnia diclina" y un tipo de bacterias ("Aeromonas") que provocan una infección dérmica, registró una incidencia máxima en 1986 en el río Sella, donde el 60 por ciento de los individuos presentaba ulceraciones en la piel. Este pico se asocia a un episodio de abundancia de salmones, que propician la propagación de parasitosis e infecciones.

La mosca del corzo no mata a los animales parasitados (el díptero pone sus huevos en las fosas nasales y las larvas se alojan en las vías respiratorias hasta que completan su desarrollo y se dejan caer al suelo para iniciar un nuevo ciclo), pero respiran con dificultad y eso merma su capacidad de huída, por lo que favorece su depredación y su caza. La parasitosis del corzo es casi exclusiva de este cérvido. En cambio, la sarna sarcóptica, transmitida por el ácaro "Sarcoptes scabiei", afecta a diversos mamíferos (herbívoros y carnívoros), si bien en Asturias su principal víctima ha sido el rebeco cantábrico. Un brote descubierto en Aller en 1993 (contagiado por cabras) ocasionó una elevada mortalidad inicial en la "zona cero", y luego se estabilizó mientras, paralelamente, la sarna se extendía por la cordillera y alcanzaba los Picos de Europa. Esta parasitosis permanece en las poblaciones infectadas y registra rebrotes cíclicos cada diez o quince años.

Mucho más devastador ha sido el efecto de la afanomicosis, la enfermedad provocada por el parásito "Aphanomyces astaci", en las poblaciones de cangrejo de río europeo, hoy casi desaparecido de los ríos asturianos. La introducción y difusión de este hongo están directamente unidas a las del cangrejo rojo americano, que actúa como huésped pero no se infecta, ya que es capaz de encapsular las esporas. El cangrejo de patas blancas no tiene esa defensa y, una vez el hongo se enquista, el crustáceo está sentenciado.

No obstante, los peor parados en su encuentro con los transmisores de enfermedades son los anfibios, que afrontan un declive global desencadenado por infecciones producidas por iridovirus ("Ranavirus") y hongos (quitridios). Los "Ranavirus" (que también pueden infectar a reptiles y peces) han provocado mortandades masivas de anfibios al menos desde 1965, en diversas partes del mundo. Son muy resistentes y altamente infecciosos, una combinación letal. Estos virus originan necrosis internas y solo en ocasiones dan lugar a síntomas externos, como hemorragias y úlceras. Con frecuencia, los ejemplares infectados desarrollan también infecciones bacterianas secundarias. Los quitridios, conocidos como parásitos de plantas e invertebrados, solo recientemente se han revelado también como patógenos de los anfibios, con una incidencia directa en el declive global de sus poblaciones.

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