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Alberto Mendívil | Pintor

"Fui un rebelde finolis, buen look y chicas guapas"

"En Ibiza vivíamos en el campo, sin agua ni luz, en una casa con arcos y palmeras y arriba tenía el estudio; era un mundo muy solidario, nos llamábamos 'La Tribu'"

El pintor en su época de París.

Alberto Mendívil es un pintor madrileño con raíces en Grado, de donde es su familia paterna y donde lleva establecido desde 1999. Veinte años en la villa moscona, donde se siente muy feliz y mantiene una vibrante actividad pictórica en su estudio "33820", que es también la sala de reuniones para sus amigos. Una vida llena de cambios y una evolución constante que le llevó a vivir, entre otros, en París, Ámsterdam, Andalucía, Madrid, Ibiza y Los Ángeles. Su obra, abstracta, está archivada en el Museo Reina Sofía y en el Bellas Artes de Asturias y fue el ganador del XVII Premio Internacional de Dibujo de la Fundación Miró. Un artista que no se encasilla en ningún estilo pictórico y que tampoco pone título a sus obras. Deja que sea quien mira quien imagine una historia, un lugar o una emoción.

Nacimiento en Madrid. "Nací el 5 de abril de 1948 en la Maternidad de O'Donell, siendo hijo de Luis Alberto Mendívil, de Grado, y Carmen Rodríguez, de Granada. Y soy el mayor de cinco hermanos, Menchu, Luis, Paloma y Reina. Mi abuelo era Martín Mendívil, 'Martinón', que fue teniente de alcalde de Grado, y tenía una tienda de telas en la plaza. Me crié en Madrid y fui a muchos colegios, como al Sagrada Familia (Safa), del cual me expulsaron y no tengo ningún buen recuerdo. Era un niño rebelde y revoltoso. Después empecé en academias, el Liceo Escolar... Y era muy delgado y con un padre militar nunca me faltó el deporte. Me llevó a atletismo y al gimnasio, me gustaba el baloncesto pero soy asmático, no tengo fondo. A los veinte metros gano, a los treinta me afuego".

Veranos muy felices en Grado. "Desde que tenía un año venía a casa de mis abuelos. En Grado descubrí el mundo, la naturaleza y el agua".

La pintura, un instinto. "Mi padre pintaba y dibujaba, tenía un trazo impresionante y era su lado más épico y hedonista. Yo pintaba libros, en cuadernos y me salían cosas raras, me decían. La pintura no fue una vocación, fue algo natural".

Primera exposición, en la villa moscona. "Fue en 1967, organizada por el Ayuntamiento con otros cinco. Eran unas marinas y me las compró Ramón 'El Pesao'. Éramos varios, José Antonio Granda González, Blanca y Santi Ramos, no recuerdo los otros".

"Nos reuníamos para pintar, leer, filosofar, compartíamos lo que hacíamos en una panera, tendríamos 13 años, no éramos un grupo político, ni rojos ni nada, pero se corrió la voz y salió un reportaje en LA NUEVA ESPAÑA. No había derecho de reunión y me hicieron ir a Oviedo a la Policía, fui acojonado, me acompañó Lucindo Fernández Mendívil y ya llevaba el pelo largo y patillas, pero quedó en una anécdota".

Adolescencia en los sesenta. "Era muy activo, me gustaba la pintura, las chicas, la literatura, el atletismo y el rock and roll. Empecé a tocar la batería y ya tenía claro que o músico o pintor, como David Bowie. Aquí había dos canales y los mayores que iban al extranjero traían influencias. Era un rebelde finolis, buen look y chicas guapas. Probé el hachís a los 15 años y me eché unas risas por la Castellana, no sabía ni lo que era. Sin embargo, no bebí hasta los 27. Empiezo a leer otras cosas, en España estaba la censura, y empiezo también a tener otras compañías, me acerco al mundo libertario anarquista. A esa edad, a los 15, mi imaginación ya volaba a otros lados y empecé a conocer personajillos y me entró el rollo del escapismo. Intuía que aquí no funcionaban las cosas y que todo estaba en Europa".

Preparar la maleta. "Había otros mundos y estaba tan desesperado por irme que quise ir a un kibutz en Israel, que te levantaban a las cinco de la mañana a golpe de metralleta. El problema era el pasaporte, y mi padre se negaba a darme facilidades, quería que fuese abogado o médico. Y tenía el Bachiller sin acabar, me falta el PREU. Es mi madre la que intercede por mí y templa el terreno entre los dos. Consigo con un amigo del colegio ir a Vitoria, pinté una casa entera de una familia de industriales con colores estridentes que conseguía en desguaces de aviones. Me voy a Bilbao un mes y vendo obras pequeñas a 400 pesetas y me forro, hago un pequeño capital y cojo el tren. Me hicieron un gorro para meter la melena y pasar la frontera. Me convertí en prófugo del Ejército español, declarado prófugo siendo hijo de militar. Me convocaron y no fui. Es el mayor disgusto que se pegó".

París, 19 69. "Lo primero que hice al llegar a París fue dejar las cosas en la consigna y me fui al Louvre. Pude ver 'La Gioconda' sin cristal, parecía que casi la podías tocar. Me quedé alucinado. Descubrí todo un mundo. No podía ir a la Embajada y para conseguir la carta de residencia hablé con mi abuelo y me envió mil pesetas, que de aquella era un dineral. Vivía en una habitación con baño común en la buhardilla de un edificio, en el distrito 16. Me puse a buscarme la vida, vendía a 25 o 50 francos en la calle en el Barrio Latino obra abstracta y trabajaba de bayeta, limpiando en el banco CIC. Pintaba casas, pequeños encargos, sobrevivías con muy poco. Había trabajo el que quisieras, pero pagado en negro. Me matriculé para aprender francés y como no tenía el PREU, sólo pude asistir como oyente en Bellas Artes en el D'Ulm. Con dos carnés de estudiante ya podía comer en los restaurantes universitarios. Era genial, me encontré a Lennon y Yoko Ono y recuerdo las pintadas de 'Prohibido prohibir'".

Asalto a los cielos de Europa. "Encuentro un grupo anarquista español, había reuniones los sábados y tengo contactos que me influyen, gente honesta, solidaria, y me introduzco en lecturas de Bakunin, Durrell, Miller, Bukowski, los latinoamericanos... Me di cuenta de que la vanguardia no estaba en París, las escuelas eran iguales que en España, necesitaba algo más, pero me faltaba técnica, y me pongo a buscar talleres para aprender pero no encuentro nada. El París de buscarse la vida, currar y al caer la tarde juntarse en el Barrio Latino, estaba lleno de ambiente, era un hervidero de cultura, rebeldía. Y las relaciones, desde luego no era España, te cogía una chica por la calle, y tú con 19 años, te llevaba a su casa y bla, bla bla... Y no te dejaba ni el teléfono. Ahí conozco a Julio Cortázar y lo veía casi todos los días, y yo leyendo 'Rayuela', París, 'La Maga'... Y nunca hablé con él. Cuando el estado de excepción que decreta Franco hay una gran movida de gente, París se queda inundado de estudiantes españoles, sin un duro y perseguidos políticamente. Y les echabas una mano. Y yo estaba en busca y captura y tenía que tener mucho cuidado con el papeleo en la Embajada y me daba pánico, la amenaza de El Aaiún... y pensaba 'me hago apátrida'".

Viaje a Holanda, primera exposición individual. "Fui en autostop y Bélgica no me gustó nada. Fui a Ámsterdam y aquello fue la libertad, había policías sin pistola. Volví a París y ya estoy pensando en Ámsterdam. 'Los provos', un grupo anarco, me encontraron un trabajo. Estuve viviendo en una cueva con ellos, te trataban fenomenal y sólo hablaba español y francés, de inglés y holandés ni papa. Trabajé en Amstel y viví en varios sitios más, hasta en un barco. Sigo pintando y vendiendo los fines de semana en la calle, donde me encontró un señor que me dice que tiene una galería, Sfinx, y estuve por temporadas de dos o tres meses, tenía que volver París por el rollo de los papeles. Conozco a Rembrandt, Van Dyck..., que me abren un apetito por pintar de una manera increíble, me influyen en el coco y entro en museos constantemente. De repente estoy muy delgado y azul, toso mucho y sudo. No me encuentro bien y decido volver. Para abrirme camino, como era prófugo, para que no me coja la Policía, hablo con mi padre y le prometo que voy a hacer la mili. Estaba tuberculoso".

Regreso a España, a un hospital militar. "Mi padre se portó genial y me puso una condición, cortar el pelo y la barba, que la tenía por el ombligo. Y me mete en el hospital militar Generalísimo Franco. Me hice un estudio ahí y tenía buen rollo con una monja especial y con ideas avanzadas. Me ayudó mucho. Recibo visitas en el hospital, en la sierra de Madrid, venían mis amigos y chicas. No daban un duro por mí y en nueve meses me recuperé. Luego fui a Alicante a un piso de mi abuelo unos meses en verano a secar, como diría un asturiano. Socialmente estaba mal visto y cuando estaba ya curado, aunque no era explícito, notaba que la gente tenía miedo. Es una enfermedad muy literaria, leí 'Pabellón de reposo' de Camino José Cela".

Conoce al amor de su vida. "Al final no hice la mili y monto un estudio en la calle Monederos, en Usera, donde mi padre tenía una empresa con el marqués de la Vega de Anzo. Tenía la condición de mi padre de que se podía presentar en cualquier momento y empezó a ablandarse conmigo y ver que yo estaba volcado con la pintura. Encuentro al amor de mi vida, Celia, una gallega mágica, con belleza interna y externa, y me apoyaba mucho. Hacía pintura abstracta y era difícil colocarla en galerías o museos y ella entendió mi rollo. Celia me cambió y me influyó mucho, es mi gran musa. Todo el mundo decía que estaba superenamorado".

Un año en Rota. "Ella hacía Ciencias Políticas y yo pintaba y nos casamos. Con el dinero de la boda nos largamos a Rota (Cádiz), en furgona. Allí restaurábamos muebles que comprábamos en el rastro y los vendíamos. Había ambiente español y americano por la base militar, un músico andaluz se podía comprar una guitarra Fender o Stratocaster. Y pinté muy poco en esa época. Dábamos soporte a los americanos desertores, era la guerra de Vietnam y les dejábamos quedarse en casa. Celia y yo lo pasamos de puta madre en esa época, con 23 y 25 años. Pero al año volví a Madrid por la enfermedad de mi madre. Es mi ciudad, pero no me encuentro, hay mucho mamoneo y estaba deseando marcharme".

A Ibiza en 197 6. "Ya había estado dos veces y era explosivo, payeses y la internacionalidad de toda la gente joven, no se llamaban 'hippies', se llamaban 'los peluts', en mallorquín. Gracias a nosotros, los que hicimos esa fama de la isla, es con lo que se han hecho ricos, pero ellos también ofrecían una generosidad y tolerancia a tope. Ni hablaban castellano. Nos llevábamos muy bien, una conexión de los asturianos con los payeses increíble. Hay una coincidencia, una empatía. Me desarrollé y la venta era otra cosa, no importaba, ahora es al contrario. Vivíamos en el campo sin agua ni luz, en una casa con arcos y palmeras y arriba tenía el estudio. Para hacer café había que sacar agua del pozo. Era un mundo muy solidario, nos llamábamos 'La tribu'".

Etapa vital, artística, hedonista y bella. "Estábamos en contra del sistema pero dentro del sistema. Hay sólo un sistema, el capitalista, nos guste o no. Puedes ser comunista pero vives en el capitalismo. Entonces me voy al campo y vivo con lo mínimo. La vida es volver a la naturaleza, allí estuvimos trece años. Conozco a Alfonso Oliver, que me influyó y estuve años dibujando. Era muy rural y tranquilo, con mil lenguas, una Babel. Íbamos a fiestas, a la 'party' (en inglés), eran alucinantes pero tampoco confundirlo con esa épica de la que tiran. Abrías la casa, unos llevaban unas cosas y otros otras, había música y podía empezar un viernes y acabar un lunes. Y a la playa a nadar a quitar la resaca. Los días eran larguísimos. En los ochenta empezó a cambiar, llegan galerías y boutiques. Había 'yuppies' disfrazados de 'hippies', con dinero".

No hay meta, la meta es el camino. Cae en mis manos 'La práctica del arte', de Tàpies, y empiezo a ahondar en el taoísmo, que me ha influido mucho. Pero ni soy taoísta ni anarquista, soy Alberto, va un poco de eso. Me dejo llevar por las influencias, que fluyan, pero luego actúo yo".

Segunda entrega mañana, lunes:

"Detesto el mamoneo que hay en al arte"

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