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FÉLIX ALONSO ARENA | Escultor y pintor

"Llegué a Oviedo con madreñas de clavos y me daba vergüenza ir por la calle Uría"

"Mi madre encendió la cocina con mis dibujos de San Fernando porque eran todo desnudos y el cuartel de la Guardia Civil estaba delante de casa"

Félix Alonso Arena, en su estudio de la casa de Sevares. LUISMA MURIAS

-Nací el 6 agosto de 1931 en Villamayor. Soy el cuarto de seis hermanos muy seguidos. Mi padre tenía una taberna y mi madre era ama de casa y hacía algo de comercio.

-Su padre, Félix Alonso.

-Era de cerca de Toro, Zamora. Estaba siempre en el bar. Cuando empezaron a ayudarme y gané mis primeros concursos, mi padre aceptó que me dedicara al arte. Le mandaba fotografías de mis obras, se las enviaba a la familia y desaparecían.

-Su madre, Inés Arena.

-Me tiraba el barro a la calle porque ensuciaba. Tuve que empezar a hacerlo a la orilla del río hasta que una inspectora de Enseñanza le dijo que me dejara hacerlo en casa. Muchos años después quemó todos los dibujos que hice en San Fernando para encender el fuego porque había desnudos y el cuartel de la Guardia Civil estaba delante de casa... Antonio López me pidió cambiar uno suyo por uno mío, pero no me quedó ni un fraile que hice.

-¿Tenía algún antecedente artístico?

-Había habido un tallista en la familia, pero no lo conocí. Lo mío se les hacía raro.

-¿Alguien le ayudaba?

-Mi hermano me compraba colores para que pintara las imágenes. El cura, Ángel Corripio, me daba los catálogos de empresas valencianas que hacían santos de toda España. Me llevaba muy bien con él. Ya en Madrid saqué el primer premio de dibujo y de escultura y solo aprobado en Liturgia y me riñó el cura por eso. No volví más a verle.

-¿Eran de iglesia en la familia?

-No.

-La guerra le cogió con 5 años.

-En Villamayor no hubo nada y empecé a la escuela a los 6 años.

-¿Cuándo empezó a pintar?

-A esa edad. A los 10 o 12 hice la Santa Cena de Leonardo Da Vinci. También empecé a hacer cosas de barro pronto. A los 10, modelaba figuras de iglesia de medio metro. Entonces me descubrió una inspectora extremeña, Julita Rivera, que se interesó por mis dibujos. El maestro le dijo que hacía en barro los santos de la iglesia y me mandó ir a casa a por ellos.

-Fue muy importante esa mujer...

-Le dijo al maestro que me tuviera todo el año dibujando para enseñar lo que hacía en Oviedo. Ni salía al recreo. Me gustaba mucho.

-¿Qué tipo de crío era?

-Muy tímido. En Madrid perdí algo la timidez, luego volví y ahora me creo normal.

-¿Volvió la inspectora?

-Un día de vacaciones, para aprender cómo trabajaba el barro. Hice una pella de barro, la alargué, trabajé el pelo, saqué la nariz y luego hice ojos y boca ayudándome con un palillo. Me preguntó quién me había dicho lo del palillo y le contesté que nadie, que lo usaba porque lo necesitaba. Fue para Oviedo, llamó a Paulino Vicente y a Víctor Hevia y vinieron a verme. Paulino dijo que él se encargaba de enseñarme dibujo y Hevia que me enseñaría escultura en Artes y Oficios. A los 14 años salí de la escuela y fui a Oviedo.

-¿Cómo lo pagó?

-La inspectora fue al Ayuntamiento y dijo: "Hay que ayudar a este chico, que es extraordinario, dibuja muy bien". Me sacó media beca. Al terminar el año saqué el primer premio de dibujo y de escultura y fue toda contenta y pidió otra beca.

-Nunca había salido de Villamayor.

-No. Llegué en el ferrocarril de Económicos con 17 años. Mi madre me mandó con madreñas de clavos y no me atrevía a ir por la calle Uría. Las dejaba fuera de casa de Paulino Vicente. Al principio fui a casa de una de Cáceres en el Naranco, pero quedaba muy lejos y pasé a la pensión de uno de Villamayor en la calle Magdalena, donde se comía mal.

-¿Cómo era Paulino Vicente?

-Estuve con él el primer año. Me dio clases muy bien, me enseñó a medir y a dibujar del natural y me llevé muy bien con él. Me daba clases en su casa, en la calle Campomanes, y no en el estudio, porque quería que fuese escultor. Pintor ya era él. Él hizo que fuese escultor. Yo pasaba el día trabajando. Una vez me pidieron que fuera a la cola de los plátanos y me negué porque perdía media mañana. Estaba empeñado en no perder una hora y no me daba cuenta de que me daba las clases gratis.

-¿Y Víctor Hevia?

-Quiero más callar. No quería que ingresara en San Fernando.

-¿Qué tal le fue en la Escuela de Artes y Oficios de la calle Rosal?

-El director, Mariano Monedero del Río, me quería mucho. Llamaba a Mariano Barriales, que modelaba muy bien y trabajaba de escayolista, para que tuviera algo de competencia. Él podía venir muy poco a clase y yo estaba todo el día. Las clases eran por la tarde, pero el director me dio permiso para ir por la mañana. En un taller de escayola me enseñaron a hacer escultura del natural.

-¿Seguía obsesionado?

-Sí. En la escuela había poco barro. Hacíamos bustos y yo quería hacer una estatua. Me quedé escondido toda la noche, dejé barro preparado, hice la armadura y copié un "Moisés" de Miguel Ángel de un metro. La aboceté y la deshice. Quería ver que podía con ella. Los del Fontán vieron que hubo luz toda la noche, lo dijeron y en la escuela echaron la culpa a los dos bedeles. Después de unos días descubrieron que había sido yo. Dos años después, en Madrid, ese "Moisés" me salió en el examen de fin de curso y gané el primer premio porque ya sabía hacerlo.

-Marchó antes de tiempo de la Escuela.

-Sí, fui a Madrid para ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando por oposición y obtuve la beca para los cinco años. Tenía una voluntad tremenda de ir. Un cura de la Catedral, al que acudí porque creí que tenía influencia en la Diputación, me dijo: "Déjate de ir a Madrid. Dios quiere que te quedes aquí". Quería que me conformara. Y yo, no, no. No volví a verlo.

-Se plantó en Madrid en 1950.

-Tenía 900.000 habitantes. Había estado dos veces en la fase nacional del concurso de Falange Española, que seleccionaba al mejor aprendiz de España de cada especialidad, hospedado en un hotel cerca de la Puerta del Sol. Nos ponían un trabajo y nos daban quince días para hacerlo. El primer año saqué el tercer premio. Al siguiente obtuve el segundo premio. El primero se lo dieron a un valenciano que había acabado el ejercicio un día antes y que, por edad, era el último año que podía presentarse. Pero fue un ex aequo porque me pagaron como el primer premio. Al siguiente año ya no me presenté.

-¿Estaba bien ese sistema?

-Sí. Era justo. Los campeones trabajábamos unos con otros. Fue internacional.

-Vamos a su llegada a Madrid

-Estuve estudiando algo de Bachiller y haciendo un dibujo de un metro que pedían para ingresar en julio en San Fernando.

-¿Con qué dinero?

-Con el de los premios de Falange y media beca de la Diputación. Ese año la Diputación dio la beca a César Montaña, que ya estaba en Madrid, y tres medias becas. Yo gané la de escultura y fui a Madrid con Arturo Menéndez Vaquero, de Langreo, que ganó una de pintura. Su familia tenía una pensión en la plaza de la Ópera, donde comía mucho mejor. Allí estuve cuatro años.

-¿En Madrid salió más?

-No. Trabajar y trabajar. La Academia terminaba a las 9 de la noche y corría al Círculo de Bellas Artes, donde podía dibujar una hora más, hasta que cerraba. Por la mañana acabábamos a la 12 y yo iba al Museo de Escultura del Casón del Buen Retiro a dibujar. Eso sumaba muchas más horas de dibujo y más posibilidades de ganar los primeros premios, que nos llevábamos siempre Antonio López y yo.

-¿Qué tal se llevaban?

-De maravilla. Me enseñó el canon de Policleto, el de las ocho cabezas que mide el cuerpo. Él iba por pintura y yo por escultura y no chocábamos. Antonio era muy bueno. Había empezado a los 6 años con su tío pintor. Al principio también trabajaba muchas horas; después, no. Era muy seguro. Cuando todos empezábamos a dibujar ante la modelo, él quedaba observando. A la media hora empezaba a dibujar y nos pasaba a todos.

Segunda entrega, mañana, lunes:

"Antonio López y yo trabajábamos siempre y el domingo posábamos desnudos uno para el otro"

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