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Desde Roma (y IV)

Columna y Mercado de Trajano

Treinta metros de mármol de Carrara se aúpan hacia el cielo para contar las victorias bajo el mandato del primer emperador nacido en Itálica

La torre románica de Santa Francesca Romana. M. T. Á.

Mirando la Columna de Trajano se entiende muy bien una frase que leí hace tiempo que, más o menos, decía que en Roma se formulaba el antídoto eficaz contra todo valor efímero, contra todo lo que es pasajero, fugaz. O como bien apuntaba Goethe, "aquellas personas construían para la eternidad".

Ciertamente impresiona comprobar el estado de esta columna, mandada erigir hace más de mil novecientos años por Trajano, el primer emperador romano nacido en Itálica. Treinta metros de mármol de Carrara que se aúpan hacia el cielo para contar las victorias del Imperio bajo su mandato. Más de ciento cincuenta escenas diferentes en espiral y unas dos mil quinientas figuras acompañan al emperador en los distintos momentos que glosan la conquista de la Dacia.

Los bajorrelieves constituyen un importante documento histórico, un auténtico manual que ha sido minuciosamente estudiado para obtener detalles de cómo se vestían, qué tipo de armas utilizaban y también sobre las tácticas usadas en las batallas.

La columna está hueca y en su interior cuenta con una escalera de caracol, de ciento ochenta y cinco peldaños que dan acceso a una terraza desde la que se contemplan unas vistas excepcionales de la ciudad. Goethe, que vivió dos años en Italia, fruto de los cuales nació un libro, "Viaje a Italia", en el que el lunes 23 de julio de 1787 escribe: "Subí por la tarde a la Columna Trajana para gozar de la magnífica vista que desde allí arriba se ofrece. Con la puesta del sol, el Coliseo tiene un aspecto soberbio, el Capitolio se ve muy de cerca, detrás el Palatino y a continuación la ciudad".

Goethe no quiso perderse la oportunidad de presenciar Roma desde la terraza de la Columna Trajana y ver de cerca la escultura que la corona. Una escultura que al principio fue un águila, después se colocó la estatua de Trajano y en el siglo XVI el Papa Sixto V la cambió por una de San Pedro. Fue este mismo pontífice, conocido por su labor urbanística y de saneamiento de la ciudad, quien dispuso ubicar a San Pablo en la columna de Marco Aurelio, en la plaza Colonna. Como dice Verdugo Santos en "La reinterpretación cristiana de los monumentos de la antigüedad en la Roma de Sixto V", el Papa mandó realizar el cambio en un intento de remarcar el papel de los apóstoles, "gloriosos príncipes de la tierra (...), lámparas o faros de la fe, columnas de la Iglesia".

Desgraciadamente, hoy no se permite el acceso al interior de la Columna Trajana. Una columna que además de ser reflejo de la gloria del emperador, recordando sus conquistas, fue un exponente del ingente trabajo realizado para adecuar el lugar, y que según la placa que figura en ella, su altura, de 30 metros, es la misma de la colina que allí existía y que fue necesario vaciar para construir todo el Foro de Trajano, situado en la parte norte de los foros. Así se puede leer en la placa: "Para mostrar la altura que alcanzaban el monte y el lugar ahora destruidos para obras como esta".

La historia nos dice que fue Julio César el primero que quiso agrandar el foro existente. El Imperio romano cada día se expandía más y los asuntos a tratar eran tantos que se necesitaban mayores instalaciones.

Más tarde, el emperador Augusto construyó un nuevo foro. Lo mismo hicieron Vespasiano, Nerva y Trajano, que encargó el proyecto del suyo a Apolodoro de Damasco.

En diversas ocasiones he visitado y recorrido con auténtico placer las ruinas de los foros de César, Nerva y Vespasiano. Pero en los de Trajano y Augusto nunca había estado, posiblemente debido a que durante años estuvieron cerrados. Son los situados a la izquierda cuando vas por la Vía de los Foros Imperiales en dirección al Coliseo. Sí los había fotografiado muchas veces porque las estatuas de Augusto y Trajano con sus foros al fondo resultan muy atractivas, en especial la de Trajano, recortada, al caer la tarde, sobre un iluminado edificio semicircular.

El Foro de Trajano (el más grande de todos) contaba con basílica, biblioteca, templo, columna y un edificio de planta semicircular destinado al mercado, que ha sido restaurado y desde 2007 se ha convertido en la sede del Museo de los Foros Imperiales. En él se pueden contemplar maquetas, restos de esculturas, utensilios, infinidad de detalles recuperados en las excavaciones y que formaron parte de los foros. Los vídeos que se proyectan en las distintas salas nos permiten situarnos en el centro político y neurálgico de la ciudad de Roma y ver cómo eran sus edificios institucionales.

Al visitar este museo uno percibe la sensibilidad artística y el buen gusto de los italianos, al ver cómo han cuidado hasta el mínimo detalle. Por poner un ejemplo, los ascensores se encuentran prácticamente escondidos para que no entorpezcan la visión de conjunto, en la que sin duda aparecerían como un elemento disonante.

La visita, por todas estas razones, resulta muy interesante, pero es que además reviste un atractivo muy especial al permitir a los visitantes discurrir por la Vía Biberática, que conserva el empedrado original, y por la que se tiene acceso al intrincado laberinto de tiendas y tabernas que comprendía este mercado, considerado el primer centro comercial cubierto de la historia.

El edificio consta de seis niveles. Todo él construido con ladrillos y aprovechando, después del corte de sus laderas, los espacios que brindaba la colina. Se han entremezclado ambientes en los diferentes niveles hasta alcanzar un total de ciento cincuenta locales, muchos de ellos conexionados entre sí, aunque se encuentren en distinto nivel.

Los que dan al exterior cuentan con amplios ventanales desde los que se puede disfrutar de unas vistas maravillosas. En uno de ellos, como si de un cuadro se tratara, aparece enmarcada la torre románica de Santa Francesca Romana.

Y en la parte de arriba de este singular edificio, un pequeño jardín. Sorprendida miro a un árbol cuajado de frutos.

-É un melograno, signora -me dice el guía-, para ustedes un granado

No sé quién ha dicho que en Roma se liberan los sentidos, pero estaba en lo cierto.

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