En el cursillo acelerado que estos días lleva a cabo la población para adaptarse a vivir bajo la sombra del coronavirus, la cuestión de la expresión corporal de las emociones y los ritos de trato social merece un capítulo aparte. También requiere su propio entrenamiento. La prohibición de abrazarnos, besarnos y darnos la mano está fomentando el uso de un variado abanico de soluciones para suplir con creatividad las carencias comunicativas que imponen las normas de distanciamiento social de la nueva normalidad.

A estas alturas de la pandemia, algunos rituales de nuevo cuño parecen ya normalizados y se han incorporado a nuestras rutinas diarias, como el choque de codos para sustituir al estrechamiento de manos en los saludos, gesto que hemos visto hacer a rostros conocidos y mandatarios mundiales. En la ciudad originaria del contagio surgió también el "Wuhan shake", alternativa de salutación que consiste en establecer con los pies el contacto que no podemos mantener con las manos.

Sin que exista aún un protocolo definido para relacionarnos sin tocarnos, todos hemos improvisado estos días soluciones espontáneas para expresar con nuevos gestos lo que antes comunicábamos mediante el contacto físico. Ante la imposibilidad de acercarnos al otro, las tradicionales muestras de cordialidad están siendo sustituidas por abrazos y besos al aire, así como por choques de palmas sin roce. Las manos que antes se estrechaban, ahora se colocan sobre el corazón en señal de afecto y el saludo occidental ha sido reemplazado a menudo por el oriental, consistente en inclinar ligeramente la columna y la cabeza.

Soluciones creativas. "Muchos de estos recursos surgen de manera espontánea en los encuentros, y está bien que sea así. La creatividad debe ayudarnos a encontrar remedios a las limitaciones que nos ha impuesto el virus. Las formas cambian, pero las emociones que expresamos con esos gestos son las mismas de siempre", señala el antropólogo Agustín Fuentes. La reflexión es aplicable a soluciones como la cortina de abrazos, consistente en hacer cuatro agujeros a una lona transparente y colocar en ellos otros tantos guantes de plástico para que a ambos lados puedan cruzarse los brazos. Son abrazos profilácticos, pero abrazos al fin y al cabo.

En nuestro día a día, la mascarilla es el artilugio que más está impactando a la hora de dialogar emocionalmente con el entorno. La mayor parte de la expresividad de la sonrisa reside en la boca, pero ahora la llevamos tapada, por lo que transmitir y percibir ese gesto cordial resulta más difícil.

Difícil sí, pero no imposible. "En realidad, la parte del rostro que nos revela si una sonrisa es sincera o falsa no es la boca, sino esas famosas patas de gallo que nos salen alrededor de los ojos cuando sonreímos. Los ojos nunca engañan, y ahora seguimos llevándolos a la vista", advierte la psicóloga y experta en comunicación no verbal Alicia Martos, quien invita a reforzar las sonrisas enmascaradas achinando los ojos con más énfasis del habitual y usando las cejas para subrayar el gesto.

En las últimas semanas han empezado a circular diferentes modelos de mascarillas transparentes. El recurso sirve para librar del aislamiento a las personas sordas, que de esta forma pueden leer los labios, pero no es previsible que su uso sea masivo. Para el resto de la población llegan tiempos de mayor relevancia de los ojos como instrumento de comunicación. "A falta de otros recursos para expresar cómo nos sentimos, tendremos que prestar más atención a la mirada. Algunas pueden llegar a ser tan intensas como un abrazo", reconoce la experta.