Tensiones chuscas

Dirección ampulosa para un thriller ramplón

La cumbre de Asesinos inocentes llega cuando Miguel Ángel Solá, un profesor universitario que encarga su propio asesino para que su mujer, enferma crónica, se quede con el dinero del seguro, grita, desesperado: "Pero, vamos a ver, ¡es que no hay aquí nadie que me quiera matar!". Es uno de esos momentos de humor negro, quizás uno de los tonos cinematográficos más difíciles, que a uno le alegran. Lástima que la película no transite directamente por ese equilibrio, por el cachondeo de comedias juveniles de tonos oscuros y prefiera centrarse en exponer su intriga ultraboba y buscar los mejores planos de los ojos de Maxi Iglesias, el rebelde sensible one more time.

Pero lo peor de todo es que las vergüenzas de esta historia que no va a ningún lado quedan más al aire todavía al creerse Bendala el Joel Schumacher de los años 80 y optar por un look ampuloso, con unos claroscuros y un diseño de producción deluxe que nadie à la page escoge ya; sin olvidarnos de una banda sonora superintensa de Pablo Cervantes, que debió de suponer que estaba musicando un thriller apocalíptico y no una cosa sobre adolescentes que transcurre, en su 80 por ciento, en un bar irlandés. Que Miguel Ángel Solá entregue una de las peores interpretaciones de su carrera y que sobrevuele el invento el espíritu chusco de los peores guiones de Kevin Williamson no redondean precisamente la cosa. Al final, la mejor definición la ofrece la casi siempre -aquí no- estupenda Aura Garrido: sus caras de despiste y sus muecas de interés forzado por lo que está ocurriendo son impagables, como si la actriz hablara con sus ojos directamente al espectador para decirle: "No, si yo también sé que esto es tremendo".

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