El juguete se queda sin pilas

Les presento a Travis Beacham, Emily Carmichael, Kira Snyder, Guillermo del Toro y Steven S. DeKnight. Figuran como guionistas. Sería interesante, y divertido, saber cuánto ha trabajado cada uno de ellos en una película de escritura tan escuálida, facilona y pueril. La primera Pacific Rim no era perfecta (aunque Del Toro proporcionaba una diversión nostálgica más vigorosa e imaginativa que su acuosa La forma del agua) pero era un respetable juguete en planos de un cineasta que se lo pasaba en grande poniendo a pelear a monstruos y sus robots. Logró un éxito tremendo en el mercado asiático y eso es lo que alimentó la idea de una secuela en la que se prescinde de cualquier estorbo argumental, se dejan fuera los ingredientes más dramáticos y se va directamente al grano, lo que da lugar a una atolondrada carrera de obstáculos en la línea de los insufribles Transformers de Michael Bay aunque con un metraje más comedido.

Quienes no gusten de estos espectáculos en los que los efectos digitales son dueños absolutos de la función harían bien en llevarse una almohada al cine para echar una cabezadita: ante tanto tonto derroche de luchas con destrucciones urbanas al por mayor cuesta mantener la atención en una pantalla estruendosa donde importa un rábano lo que les pase a unos personajes planos embutidos en una trama de tres al cuarto y con algunas explicaciones seudocientíficas que producen sonrojo.

Si a eso añadimos un reparto que deja mucho que actuar ( John Boyega es mejor que el inexpresivo Charlie Hunnam pero eso no es decir mucho, y Scott Eastwood solo tiene valioso el apellido) y la ausencia potente de Idris Elba, el resultado no puede ser más desolador.

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