Tino Pertierra

Llorar por no reír

Soledad enferma y enfermiza. Eutanasia activa y pasiva. Tentativas de suicidio. Redes sociales que pescan turbaciones. Infancia perpleja y doliente. Ancianidad corrompida. Infidelidad de andar por casa. Paternidades irresponsables. Una sociedad enferma que se aísla de la miseria que llega a sus playas.Tan soleadas. ¿Se puede construir una comedia con semejantes materiales sombríos? Solo si la hace Michael Haneke a su manera. Es decir: una comedia sin sonrisas. Ni gracia.Sin lágrimas tampoco. Con su especial sentido del humor, por llamarlo de alguna forma.

El mejor chiste es su título: Happy end. Final feliz: no lo hay. Curiosamente, si lo hubiera sería a costa de una muerte. Por activa y por pasiva. Con su invasora luminosidad y sus escenarios acogedores, la película más ligera en apariencia del cineasta es, también, una de las más pesadas de digerir. Tan abstracto y liviano ha querido ser que una buena parte de los personajes se quedan en el estereotipo, bocetos animados al borde de la inanición dramática. Quizá cansado de sí mismo tras forzar en su anterior Amor su marca de estilo al máximo, Haneke opta aquí por abandonar las sombras pero sin encontrar una solución distinta que no le haga repetir fórmulas que ya le hemos visto, pero mucho mejor realizadas, aunque haya hallazgos puntuales como esa escena filmada a distancia en la que el drama de los inmigrantes ocupa un segundo plano elocuente, o la conversación entre el anciano (escalofriante Trintignant) y el peluquero al que hace una proposición aterradora. Por contra, cuando se hace más explícita ese drama humano con cierto golpe de efecto en una fiesta de compromiso, los efectos se banalizan. No deja de ser gracioso que lo mejor de Happy end ocurra cuando entran en escena la inocencia malherida de la niña y el abatimiento malencarado del anciano que quiere morir. Cuando ambos personajes se juntan, la película recupera al mejor Haneke, capaz de conmover y horrorizar al mismo tiempo. Y el plano final, una demoledora radiografía de los tiempos que corren donde importa más grabar la vida que vivirla, es sencillamente memorable.

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