Cine

Disturbios

No es casual la elección de Nicolas Cage como protagonista desquiciado y desquiciante de Mamá y papá: cómo va a serlo si llevamos lustros asistiendo a su imparable descenso a los infiernos cinematográficos hasta convertirse, título a título, en una autoparodia de sí mismo que no le hace ascos a los guiones más andrajosos. Brian Taylor necesitaba a alguien así para dar a su gamberrada un toque de distinción crepuscular y testicular con el que convertir el típico sueño americano en una pesadilla de suburbio apocalíptico.

Supongamos que sustituimos a los zombis que se apoderan de las calles después de una epidemia de origen desconocido por padres y madres empeñados en aniquilar a sus hijos. El horror arrancado de cuajo de los hogares: las personas que supuestamente más te quieren pasan a ser tus peores enemigos. Asesinos en potencia con el rostro retorcido por gestos de odio y las manos convertidas en garras de exterminio. Es decir: convertir el hartazgo que puede sufrir cualquier padre ante los desmanes de un hijo en un virus que conduce a la peste más inesperada y salvaje de todas. Quien te trajo al mundo quiere sacarte de él a martillazos, a cuchilladas, a puñetazos. Como sea.

Mamá y papá juega sus mejores cartas en el planteamiento de humor negrísimo que transforma el habitual desayuno americano en el umbral de un campo de batalla. De pronto, un cojinazo inofensivo arranca una mirada inquietante rodada con cámara torcida. De repente, un pie aparta sin contemplaciones un inocente camión de juguete. Una mesa de billar artesanal descoloca la carambola de la vida: los sueños perdidos, las derrotas acumuladas, los amores anquilosados. Sin hijos, tal vez las cosas hubieran sido distintas.

Cuando Mamá y papá estalla, el horror pasa a primer plano y Taylor intenta darle a su película una trascendencia que la desdibuja y atasca. Intentar ser el Kubrick de El resplandor es una misión imposible que reblandece las costuras de la historia y, aunque haya un clímax bestial con tres generaciones intentando matarse, la película pierde la orientación hasta llegar a un callejón sin salida con un desenlace que merece una rascadura de cabeza.

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