Las ventajas de la ley Dhont

Hacía mucho tiempo que no asistíamos a un debut tan poderoso e ilusionante. El belga Lukas Dhont demuestra un talento desbordante no solo para convertir la cámara en una elegante y sagaz herramienta de exploración de personajes y escenarios, sino también para hacer de ella una extraordinaria vía de expresión de una intimidad atormentada y vibrante. Con un actor sencillamente portentoso como Victor Polster (no tardará mucho Hollywood en intentar atraerlo, al tiempo), un guión sin fisuras y un afortunado maridaje entre forma y fondo, Girl es una experiencia altamente estimulante y, sin duda, una de las películas llamadas a figurar en las listas de lo mejor del año.

Una niña tiene un sueño: quiere ser bailarina. Se enfrenta a un problema importante: nació siendo un niño. Primero se planteó como un documental pero ha terminado siendo una película de ficción tan veraz como sólida que atesora imágenes de belleza natural, sin afectación ni excesos esteticistas. Dhont no se enreda en mensajes sociales ni se deja engatusar por tentaciones dramáticas. La ley Dhont fija sus personajes en la justa medida de sueños e incomodidades, y les da esplendor con una caligrafía cinematografica primorosa.

Tras irrumpir en la cacharrería con Very Bad Things y ganarse cierto respeto entre buscadores de talentos abrasivos, Peter Berg mostró pronto sus cartas lastradas poniéndose al frente de espectáculos calamitosos como Battleship y Hancock o panfletos de muchos tiros como El único superviviente. Parecía que la confusa pero intensa Marea negra abría una vía de escape a propuestas menos roñosas pero fue un espejismo: Milla 22 usa un recurso muy de western ( El tren de las 3.10, por citar una obra maestra) con una persecución atropellada y ultraviolenta que la cámara de Berg y un Wahlberg pasadísimo convierten en una experiencia irritante.

Cazafantasmas o Espías son ejemplos de cómo Paul Feig se empeña en darle al humor un toque de acción desmadrada, aunque donde mejor maniobró fue en las gracietas salpiconas de o, en menor medida, La boda de mi mejor amiga. Un pequeño favor responde más a las artimañas de esta última y, cimentada en la química explosiva y altamente efectiva de Lively y Kendrick, construye una comedia bastante resultona que se decanta finalmente por la intriga a lo "Perdida" y pierde parte de la gracia sin arruinar del todo la diversión. No es para tirar cohetes y dura demasiado, pero para pasar el rato vale de sobra.

Compartir el artículo

stats