Tino Pertierra

Lo importante es amar

La música como arte que sugiere, explica, evoca, envuelve y domina. La música como espejo de un amor a lo largo del tiempo. Música folclórica que facilita una impostura para salvar el cuello, música patriotera para honrar el deshonroso tirano, música de jazz humeante con la que trazar el camino de un reencuentro de pieles ateridas, música de rock para liberarse y reclamar caricias, música caliente para derretir corazones. Cold war es un musical en toda regla que se ciñe a las modulaciones de una mil veces contada historia de amor más grande que la vida (podría verse como una revisitación en voz baja de Doctor Zhivago o Casablanca o también cómo la réplica europea de La La Land) pero Pawlikowski, que ya nos había dejado boquiabiertos con Ida, no hace concesiones al sentimentalismo. Quizá por eso emocione tanto esa escena sobrecogedora en un asqueroso servicio público, hombre y mujer con los ojos cerrados, mujer y hombre derrumbados sobre el suelo, mujer quitándose la peluca negra que oculta su cabello dorado, hombre rapado y desolado, plano hierático que lo expresa todo en silencio que grita. "Sácame de aquí..." Cold war, en imprescindible formato 4:3 y esencial blanco y negro que agiganta la nieve y amedrenta a las sombras, es una obra de encuentros, desencuentros, descubrimientos, rescates y sacrificios. Es inevitable que termine como termina: hay cruces de destinos en los que solo queda la opción de cambiar de sitio para disfrutar de mejores vistas, asumiendo que la vida no te da salidas cuando has conocido a la mujer o al hombre de tu vida. Ese amor doliente que pasa por infiernos y se empeña en huir del paraíso es, también, un forma audaz de reflejar la historia de un país, Polonia, que no sabe ser libre, feliz y valiente. Un país invadido, humillado y castigado por los tiranos y al que la partitura se la escriben otros. Hay traiciones en Cold war (sobrevivir tiene precios muy altos), delatores y claudicaciones custodiadas por nombres de locales premonitorios: "El eclipse". Hay dicha y hay dolor, a veces al mismo tiempo.

La elipsis como herramienta narrativa prioritaria, los silencios como lenguaje principal, las miradas como paleta de sensaciones imposibles de verbalizar y dos actores ( Joanna Kulig y Tomasz Kot) que se aman con una convicción que (les) quita el aliento. Wiktor y Zula: es un honor haberos conocido.

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