Pablo Tuñón

De una pequeña guerra nació un Alma de periodista

El principio, alto y fin de una bailarina guerrillera que encontró en el reporterismo un soplo de vida que ahora insufla a los demás

Principio, alto y fin. "Porque principio, alto y fin es nuestra vida: nacemos, vivimos y morimos". Sin esos tres ingrediente, no hay "una historia que agarre".

El principio le llegó a Alma Guillermoprieto de sopetón con la guerra en Nicaragua: allí se fue, a petición de un amigo editor en Reino Unido, sin un duro, durmiendo en el suelo de la habitación de colegas. Sabía mucho de danza, poco de periodismo. Fue aprendiendo a golpe de acción: "No hay mejor manera de iniciarse en el reporterismo que una pequeña guerra: hay muchos colegas, los veteranos no quieren ir porque tienen familia y hay una oportunidad para reporteros jóvenes; contratan a quien sea, como a mí".

Allí se curtió. Enviaba sus notas sin saber si quiera qué medio era "The Guardian", que las publicaba. Unos primeros días bendecida "por la suerte del principiante". Luego llegaron los errores. Los que curten. Consiguió permiso para entrevistar al dictador Somoza -"un mediocre"- para regocijo de sus jefes. Pero ni llevó preguntas escritas ni anotó respuestas. "¿Qué tienes?", le preguntaron tras el encuentro con el mandatario. "Nada", respondió ella. Así, la mexicana, que mantiene al hablar la gestualidad corporal de su etapa de bailarina en Cuba, se fogueó en el periodismo.

Y a su vida llegó el alto: el reporterismo que le gusta, el que sabe hacer. "Contar la marginalidad", apunta ella. "Uno parte de saber quién es y para qué sirve", reflexiona. "The Guardian", "Washington Post", "The New Yorker"... Todos ellos publicaron sus grandes reportajes. De gran crudeza algunos, como el de la masacre del Mozote, en El Salvador. "De esas experiencias no se pasa página. Imposible. Pero uno, como reportero, parte de la ética, de su integridad, y no lo deja colgado, a la mitad, sino que está para contar todo hasta el final", explica. Lo toma como un cometido. Sin grandilocuencia. "Yo no escribo para que el mundo sea mejor mañana. Yo escribo para dejar constancia de cómo es el mundo hoy y quienes tengan posibilidad de cambiarlo sepan cómo está", aclara. Y así pasó cuatro décadas Alma Guillermoprieto.

¿Y su fin? Con la crisis y la irrupción del soporte digital cambió el panorama. "Los 'freelance' de narrativa de largo formato fuimos las primeras víctimas", cuenta. Pero se resiste a caer en el pesimismo. Tiene su diagnóstico: "Los periodistas tenemos estrés postraumático; sentimos afectadas nuestra identidad y nuestra economía familiar por lo que ha pasado. Pero hay que sobreponerse". Y culmina con su optimista vaticinio: "Nos asustamos tanto que dimos la batalla por perdida desde el principio con las redes sociales. Pero claro que tienen algo de positivo, todo un mundo por descubrir. Claro que el periodismo tiene futuro, y lo percibo en los jóvenes". Eso sí, no duda en que el soporte de papel quedará en la mínima expresión y el oficio ya no se hará como antes.

Ahora ha encontrado su sitio difundiendo su mensaje de vida y periodismo en talleres con jóvenes, los que fundó Gabriel García Márquez. Como el que transmitió ayer en el Centro Niemeyer a medio centenar de periodistas (muchos no tan jóvenes, ¿cosas del éxodo juvenil?). La premio "Princesa" de Comunicación, la periodista que tenía que olvidarse de su alma de guerrillera para contar los conflictos iberoamericanos respetando la ética profesional, definió así el periodismo: "ir con un cuaderno por el mundo haciendo preguntas impertinentes".

Y, sin querer, recibió algo de esa "medicina" al ser cuestionada por la situación de su México natal (había hablado de varios países latinos, pero no del suyo). Respondió más dubitativa y, al final, lanzó una advertencia: "Esto es un encuentro entre colegas". Como si no quisiese que trascendiese nada. Pero, como ella dijo, el periodismo es como la vida. Y las lecciones de periodismo, como las de la vida, hay que contarlas.

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