Lo ves deambulando por los pubs londinenses, recogiendo maletas en Heathrow, traduciendo con lujuria el lenguaje de cuerpos prohibidos. Se parece a él, tiene esa dentadura irrenunciable, ese andar desinhibido, ese mismo descaro sobre el escenario. Si no fuera por su envergadura, podría pasar por un clon, por una réplica digna de un concierto homenaje. Pero le falta algo más, algo intangible que no se puede replicar: llamémoslo "presencia". Sobre las tablas, Freddie Mercury era como el tren del vídeo de "Breakthru": un mercancías a toda pastilla, derribando muros y fronteras, siempre al borde del descarrilamiento. Fuera del escenario, no había raíles capaces de sostenerlo.

La gran lacra del "biopic", de las películas biográficas, en su concepción más norteamericana es la querencia por la mímesis. Hay una búsqueda incesante del parecido físico, de la apariencia, que deja escaso margen al actor para afrontar una interpretación creativa. Y sin embargo, algunos han logrado, sustentados por ese corsé, actuaciones realmente memorables.

"Bohemian Rhapsody" lleva al paroxismo esta tendencia. El parecido de los intérpretes con sus referentes reales, empezando por la banda y abarcando a casi todos los secundarios, es remarcable. Apenas Lucy Boynton se escapa de esa dinámica y limita su parecido con Mary Austin a un tinte, pero en su caso da igual: en cada plano refrenda ese magnetismo natural que enseñó en "Sing Street".

Pero la clave, obviamente, es R ami Malek, enfrentado a su particular Everest en la recreación de una personalidad tan contradictoria y apabullante como era la de Freddie Mercury. Y lo cierto es que el intérprete está francamente bien y logra un complejo equilibrio entre la fuerza desbocada del cantante sobre el escenario, y su fragilidad fuera del plano mediático. Ante una figura tan carismática como la de Mercury, Malek se ciñe el corsé cuando se trata de recrear actuaciones emblemáticas, especialmente en el "Live Aid", y reserva sus momentos de lucimiento para las escenas más íntimas, especialmente las que comparte con la espléndida Boynton, cómplice perfecto en esos planos.

Pero esa intuición que demuestran sus intérpretes, ese equilibrio, no se contagia al resto de la producción. Acaso constreñida por sus conocidos problemas durante la producción -con la salida a destiempo de un Bryan Singer acosado por el #MeToo y su sustitución por el no acreditado Dexter Fletcher-, "Bohemian Rhapsody" evita los riesgos y ofrece una biografía canónica, "blanca", de Mercury. Desde sus primeros planos, mostrando la llegada al cantante a Wembley para su histórica aparición en el "Live Aid", la película se articula como el particular "viaje del héroe" de Freddie, remarcando su ascenso, caída y redención final tras la reconstrucción de sus vínculos afectivos y familiares. Por el camino, se omiten muchas aristas, también muchos amantes, y apenas se araña en su compleja relación con Paul Prenter ( Allen Leech), villano oficial del filme y de la historia de la banda. En este esfuerzo por evitar riesgos, incluso se introduce un episodio apócrifo que, a buen seguro, tiene mucho de real: la salida de "Queen" de EMI por la negativa de un directivo, el ficticio Ray Foster ( Mike Myers) a promocionar "Bohemian Rhapsody" como single de "A Night at the Opera".

El otro pero del filme es su recreación del "Live Aid". Pese al esfuerzo de los intérpretes y al empeño de producción, esas secuencias, determinantes en la película, carecen de la fuerza del original: vistos hoy, aquellos veinte minutos de "Queen" sobre el escenario de Wembley siguen siendo más espectaculares, más emocionantes, que la reconstrucción fílmica. Singer o Fletcher, quien haya sido el responsable de esa parte del rodaje, debería tomar nota de lo que hizo Juan José Campanella en un estadio para "El secreto de sus ojos".

Pese a estos defectos, "Bohemian Rhapsody" mantiene la dignidad en todo momento. Los momentos de la banda en el estudio, cuando se muestra cómo iban construyendo sus canciones más icónicas, son especialmente lucidos. Y la selección de canciones es magnífica, aunque con un repertorio como el de "Queen" no se podía esperar otra cosa. Al final, "Bohemian Rhapsody" es como una nueva entrega de los míticos "Greatest Hits" del cuarteto inglés, combinando canciones y momentos de zozobra y calma en la historia de la banda. Un filme hecho por y para fans, pero que también puede agradar a un espectador neutral.