Tino Pertierra

El olor de un hombre bueno

¿Una película sobre un hombre bueno (un santo sin peana) al que respetan incluso los lobos porque despide el olor de esa bondad tan inocente que resulta peligrosa para el resto del mundo? ¿Una película que arranca con maneras de neorrealismo a todo color con aldeanos que viven como esclavos (¡agradecidos!) a las órdenes de la malvada "reina de los cigarrillos? ¿Una película que, súbitamente, se transforma en una suerte de arponazo bíblico (Lázaro resucita) con ribetes del Rip Van Winkle que permanece dormido durante muchos años sin envejecer para regresar luego a un mundo que sí ha envejecido? ¿Una película que golpea duro a una sociedad egoísta, ignorante y cruel al tiempo que salva de la quema a una buena persona capaz de sacrificarse por el único y extravagante amigo que tiene, aunque sea a costa de enfrentarse nada menos que al sistema bancario injusto y despiadado?

Lazzaro feliz maneja la trilita de sus ingredientes provocadoramente emotivos con una asombrosa capacidad para convertir arquetipos en personajes muy, pero que muy humanos, y con un delicadísimo talento para hallar poesía allí donde otros solo ven eriales. Basta ese indescriptible momento en el que la música se escapa (¡literalmente!) de una iglesia para seguir a Lazzaro (hay que verlo y oírlo para creerlo, qué pasada) para resumir las virtudes de una película que aborda la bondad sin monsergas buenistas o apaciguamientos moralistas. Lazzaro feliz apunta con su tirachinas roto a los poderosos que se aprovechan de las gentes ignorantes, dispara contra el gran fraude capitalista y concluye con un final que te rompe el corazón de tanto encogerlo.

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