Tino Pertierra

Sentenciados

De pronto, la respetada jueza rompe el protocolo y, ante la mirada atónita del respetable público, canta lo que nadie espera. Es un mensaje privado a sí misma: un reconocimiento de un fracaso, la huella de una emoción contaminada por la tristeza. Ese momento, convertido por la gran Emma Thompson en un instante de inolvidable emotividad, guarda la verdadera esencia de una película en la que el guionista Ian McEwan (autor de la magnífica novela original, a la que no saca todo el provecho). Porque "El veredicto" (título español demasiado reduccionista) no es tanto un crónica de tribunales con asuntos peliagudos con dilemas morales de primer orden como un recorrido por el desorden íntimo de una mujer que llega al último tramo vital sumida en un estado permamente de decepción. Con un matrimonio que hace aguas por culpas propias y ajenas, y un sentimiento adormecido de frustración por no haber podido ser madre, Fiona Maye se enfrenta de pronto a uno de los casos más complicados de su carrera: un adolescente con leucemia se niega a hacerse una transfusión de sangre al ser Testigo de Jehová. Apoyado / influido por sus padres. El conflicto llega cuando Maye decide visitar al enfermo en el hospital y ese encuentro abre una vía inesperada de conocimiento, o quizá de reconocimiento entre dos almas con muchas penas en común. Cuando ella canta a Yeats, en el muchacho nace una realidad alternativa que no sospechaba, una forma de fe distinta y no invasiva. Terrenal. A partir de ahí, la historia toma un camino donde la realidad matrimonial de la jueza (un marido infiel que se va, que vuelve) se alterna con la conflictiva y al tiempo sentimental relación que mantiene con ese chico sentenciado a morir que se aferra a ella con una pasión que la desborda.

Es una pena que el formidable trabajo de Thompson, bien secundada por un reparto competente, no se corresponda con una dirección a su altura. El pulcro y grisáceo trabajo de Richard Eyre corta el vuelo a una historia que demandaba más vértigo emocional.

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