El mundo sobre ruedas

No cabe la menor duda de que Peter Jackson disfrutó en las fases de pre y post producción creando ciudades rodantes, aviones imposibles, armas raras, villanos con ojos de neón, heroínas de rostro herido o miradas rasgadas, contrastes con humanos pequeñitos y armatostes gigantes, escenarios futuristas que beben y viven del pasado, batallas donde las grúas imponen su ley visual. Y la duda no cabe cuando se trata de aplaudir esa mastodóntica demostración de fuerza como productor (quién dirija el cotarro es lo de menos, lo siento, señor Rivers). Lastima que, como en otras ocasiones, Jackson haya prestado tanta atención al envoltorio olvidándose (o descuidando, si somos generosos) el interior. Sin menospreciar la existencia de escenas de belleza tétrica o poética (una conversación entre nubes, una despedida entre llamas y fogonazos de flashbacks), Mortal engines arrastra las engoladas cadenas de una trama que empieza bien y se va cayendo a cachos hasta quedarse en los huesos, con diálogos pesados y personajes tan prensados que cuesta identificarse con sus cuitas, sobre todo un Robert Sheehan insípido en grado superlativo que arruina el 99 por ciento de los los planos. Weaving sin corona de elfo y Hera Hilmar consiguen dar cierta consistencia a sus arrugados papeles, pero no tanto como para sostener ellos solos este inmenso escaparate de virguerías digitales con ramalazos de inspiración steampunk rematado con una batalla aérea que parece una pariente pobre de "Star wars" y defunciones solemnes a lo Han Solo.

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