¿Religión de débiles?

El ejemplo de las monjas agustinas asesinadas en Argelia, recientemente beatificadas, en el que pueden mirarse creyentes y no creyentes y ver en él la mirada dulce de un amor que es más fuerte que la muerte

Jean Birnbaum es un periodista francés que dirige, desde 2011, "Monde des livres", la sección bibliográfica del diario "Le Monde". Acaba de publicar un libro que lleva por título "La religión des faibles. Ce que le djihadisme dit de nous" (La religión de los débiles. Lo que el yihadismo dice de nosotros). Es la continuación del que sacó a la luz en 2016 sobre el mismo argumento: "Un silence religieux. La gauche face au djihadisme" (Un silencio religioso. La izquierda ante el yihadismo).

El 13 de junio de 2016, Larossi Abballa ejecutó, en nombre del Estado Islámico, a una pareja de policías, Jean-Baptiste Salvaing y Jessica Schneider, que se hallaban juntos, en su propio domicilio, en París, en presencia del hijo de ambos, Matthieu, que tenía, en ese momento, tres años. El asesino explicó los motivos que lo indujeron a hacerlo en la grabación que difundió a través de las redes sociales. La perorata duró un cuarto de hora aproximadamente y concluyó con la cita de un hadiz mahometano: "El creyente es un espejo para el creyente. Lo protege de la ruina y guarda su espalda". Y añadió, refiriéndose a los infieles: "Vosotros hacéis todo lo contrario: nos exponéis a la desgracia".

La sentencia islámica evocada por Larossi Abballa fue recibida por Birnbaum como si se le hubiera entregado un talismán y, desde la observación del mutuo reflejo especular, ha emitido un diagnóstico de lo que está aconteciendo en la Europa que tiene que habérselas con el yihadismo. Es el que figura en los dos libros arriba mencionados.

La pregunta que el autor se formula ante ese espejo al que aludía Abballa es ésta: ¿Qué imagen de nosotros mismos nos reenvía la confrontación con el radicalismo islámico imperante en Europa? Según él, la de una creencia débil. Y afirma esto refiriéndose, no al cristianismo, en el que se funda nuestra civilización, sino a esa suerte de religión laica que es la izquierda más intelectual de Occidente, en la que Birnbaum se inscribe.

La izquierda que no denunció deliberadamente los crímenes del estalinismo, ahora tampoco lo hace con los causados por el terrorismo islámico, aseverando, por una parte, que el islamismo no tiene nada que ver con el islam (el denominado "nada-que-verismo"), y, por otra, que el yihadismo es una reacción al colonialismo y a las vejaciones infligidas a Oriente por parte de Occidente, no sólo en los territorios históricos del islam, sino también en las ciudades de Europa en las que los musulmanes acusan al sistema de no dispensarles una consideración equiparable a la de otros grupos étnicos o religiosos.

Mas el yihadismo no ataca a Occidente por lo que haya hecho en el pasado o esté haciendo en el presente, sino simplemente por lo que es. No aspira a integrarse en el marco de convivencia democrática, ni tampoco a constituirse en una fuerza más en el conjunto de aquellas que componen la sociedad plural, sino que se propone como objetivo único, incuestionable e irrenunciable, el erigirse a sí mismo en la sola alternativa posible respecto a todas las demás existentes o previsibles.

Conviene, a este respecto, recordar las palabras de Bin Laden en la "Declaración del Frente islámico mundial para la yihad contra los judíos y los cruzados" de 1998: "No os desaniméis ni estéis tristes, ya que seréis vosotros los creyentes, los superiores, quienes ganaréis". En sus proclamas no dejaba nunca de contraponer la bravura de los "leones" musulmanes, cuya fuerza es la fe en Alá, a la de los "mulos" afeminados de Occidente, castrados por esa "religión pagana" que es la democracia.

Sin embargo, en ese mundo feble de creencias y sistemas de organización social, emergen algunas figuras que, precisamente por ser víctimas de la violencia yihadista, se yerguen vigorosas en su aparente debilidad. Así, por ejemplo, los diecinueve mártires de Argelia, beatificados el pasado 8 de diciembre en Orán. En el grupo había dos agustinas misioneras españolas: Caridad Álvarez y Esther Paniagua. De ésta, que trabajaba en un hospital de Argel, los pacientes musulmanes decían que era "su ángel".

El por entonces embajador de España en Argelia, Javier Jiménez-Ugarte, les había pedido que abandonasen, por su seguridad, el lugar en el que trabajaban. Tras haber reflexionado y orado para saber qué era lo que debían hacer, decidieron quedarse, para seguir atendiendo, en los centros de la Media Luna Roja, a los niños, mujeres, ancianos y enfermos en general que precisaran de su ayuda. Eran conscientes de que, con esa decisión, ponían en grave riesgo sus vidas. Y así fue: las asesinaron, cuando iban a misa, el 23 de octubre de 1994.

La misión diplomática española se mantuvo abierta durante todo aquel período de terror y sangre derramada. Si las personas que prestaban su servicio en ella hubieran salido del país, todo el mundo lo habría comprendido. En cambio, permanecieron en su puesto. Y el embajador Jiménez-Ugarte dio razón del porqué: "El mérito lo tienen las agustinas. Conocíamos el discernimiento que habían hecho y que habían decidido quedarse. Por eso nos quedamos nosotros también. Pienso que si hubiesen decidido marcharse, yo hubiese recomendado cerrar el consulado".

Y ante aquella determinación valiente de las monjas, y dada la difundida opinión de que la religión es un refugio para inseguros, o una superstición a abatir, o una estructura de dominio sobre las conciencias, cabe preguntarse: ¿era, la suya, una religión de débiles? Ciertamente, no. Ellas eran más bien el espejo, aquel del que hablaba Larossi Abballa, en el que todos podían, y pueden aún, mirarse, creyentes y no creyentes, católicos y musulmanes, y contemplar, en él, la mirada dulce de un amor que es más fuerte que la muerte.

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