Cosme Marina

Crítica

Cosme Marina

El último Mozart

Magnífica función de un título en el que brilló especialmente la mezzo Daniela Mack

En las dos últimas décadas del pasado siglo la Universidad de Oviedo consiguió un liderazgo importante en la organización de actividades musicales con la ayuda de algunos ayuntamientos del Principado. Uno de esos proyectos fue la Semana de Música que acabó transformado en el Festival de Música de Asturias y que fue un ente decisivo para la profesionalización en la organización de conciertos en la región. De la mano de Emilio Casares y Luis G. Iberni se apostó por poner el foco en propuestas musicales infrecuentes en nuestros teatros. Una de ellas fue el estreno en el Campoamor de "La Clemenza di Tito" de W. A. Mozart. En aquel tiempo la temporada lírica de Oviedo aún seguía en el bucle de reiterar los mismos títulos de manera continua -en vez de Amigos de la Ópera eran una especie de Amigos de cuatro óperas- lo cual impulsaba una atonía cultural más que evidente. Quizá por el impulso de diferentes estrenos a cargo de la Universidad, la ópera ovetense cambió y empezó a incorporar novedades a la temporada, algo que, a día de hoy, forma parte de la normalidad de un ciclo que, por historia y realidad actual, se mueve entre los principales del estado con elevados estándares de calidad.

De hecho, este reestreno de "La Clemenza di Tito" en el Campoamor ha supuesto un éxito rotundo en todos los ámbitos y, puede que, a falta del último título, se convierta en el mayor acierto de la temporada en curso. No duden en acudir al teatro a disfrutar de una gran ópera realizada con rigor y criterio que prestigia a nuestra vida cultural con una oferta homologable a cualquier ciudad europea de muchos más recursos demográficos y económicos que la capital del Principado.

La representación tuvo un nivel alto, musical, vocal y escénicamente hablando. Se produjo ese milagroso y tan necesario equilibrio que precisan las óperas mozartianas para lograr unos resultados convincentes y que no se atasquen en la mera corrección formal, o sea en el aburrimiento. Una ópera como "La Clemenza" mal ejecutada es un tostón, bien hecha, como ha sucedido aquí en Oviedo, te permite tocar el cielo. Pocos autores, a lo largo de la historia de la música, tienen las llaves de la genialidad tan en su mano. Hay en su última ópera una voluntad clara de transmitir un mensaje. Mozart ha descrito como nadie las pasiones humanas, nuestras debilidades y grandezas, y la capacidad que tenemos para ser indulgentes ante los fallos de los demás que no dejan de ser un espejo de los nuestros. Aquí además, da una lección de lo que él entiende por el buen gobierno, de la necesidad del que tiene el poder de encontrar resortes de solución de los conflictos sin generar otros nuevos. La clemencia no es para Tito debilidad, lo hace más grande, le da un plus de autoridad moral que empequeñece a sus enemigos. Vence la voluntad de servicio frente a las decisiones impulsadas por las pasiones y la batalla entre lo privado y lo público se decanta con claridad por el bien común. Todo ello desde una mirada ilustrada y masónica.

"La Clemenza" es, en este sentido, una ópera en la que la acción no es precisamente trepidante. Sus caminos narrativos son otros y por esto precisa de una puesta en escena clara que refuerce la trama, que ayude y no genere confusión al público. Esto es lo que logra con plenitud Fabio Ceresa en esta producción de la Ópera de Lausanne que bebe en un estética "decó" y con alguna escena en la que el oropel y los dorados nos sumergen en algunos de los filmes setenteros más kitsch de Tinto Brass. Un vestuario y una escenografía opulentos firmados por Gary McCann, reforzados por una sensacional iluminación de Ben Cracknell, son los soportes en los que se mueve una acción muy trabajada actoralmente en la que cada pieza del puzle está perfectamente encajada. La serenidad de Tito, la impulsividad de Annio, la pulsión y el arrepentimiento de Sesto, el sosiego y la ingenuidad de Servilia y la bipolaridad de Vitellia, de la venganza al miedo, a la búsqueda de un perdón vergonzante; todo ello lo expone Ceresa en cada personaje con una pulcritud no despojada de cierta ironía en algunos pasajes que le viene muy bien a la obra.

El elenco funcionó de manera precisa, sin demasiados altibajos, aunque, eso sí con alguno de sus integrantes muy por encima del resto. Concretamente una. La mezzo argentina Daniela Mack que interpretó un Sesto de alto voltaje expresivo y vocal. ¡Qué belleza tímbrica, qué emisión tan bien ponderada! Es una delicia poder ver interpretado este rol con tan alto grado de autoridad y eficiencia, con una línea de canto tan exquisita y en estilo mozartiano. Fue, sin duda, la cima de una velada que contó con otras intervenciones destacadas pero no al mismo nivel. Carmela Remigio, en nuestra temporada muy vinculada a citas mozartianas, empezó un tanto insegura, no demasiado acertada, pero enderezó el rumbo según avanzó la función. En el segundo acto su aportación fue especialmente brillante en la célebre "Non più di fiori", con adecuados registros dramáticos. Un tanto corto se quedó el Tito de Alek Shrader al que le faltó un poco más de entidad vocal para redondear un personaje en el que se entregó pero en el que deja ver carencias, especialmente en el registro agudo en el que se estrecha el caudal de su emisión casi hasta hacerse inaudible. La Servilia de Alicia Amo tuvo su punto fuerte en una prestación vocal chispeante, de gran naturalidad expresiva y funcionó muy bien, apoyada en una prestación actoral muy vibrante el Annio de Anna Alàs i Jové, al igual que, desde la seguridad, el Publio de Josep Miquel Ramón.

En la consecución de un balance adecuado fue esencial el trabajo del maestro Corrado Rovaris al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Rovaris lee muy bien las obras de Mozart, sabe hacerlas llegar en su punto justo, reforzando las diferentes líneas expresivas de la partitura de manera diáfana. Esta forma de trabajar es más exigente pero es la que consigue sacar un mayor rendimiento cuando todos trabajan en la misma dirección. Por ejemplo el Coro de la Ópera de Oviedo, magnífico en sus cortas y decisivas intervenciones o la siempre eficacísima Husan Park al fortepiano. Entre todos se logró una noche de ópera especialmente afortunada. Quedan aún tres ocasiones para disfrutarla. Es un magnífico regalo de Navidad.

Mozart, quién sino, fue un punto de inflexión. Consiguió que la alocución inicial en asturiano recibiese por fin más aplausos que pateos. Les palmes qu'esixen respetu a la llingua empiecen a apoderar a les pates censores que traten de fundila. Ye un síntoma de que les últimes muries tán cayendo. ¡Viva Mozart!

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