Cosme Marina

Crítica / Ópera

Cosme Marina

Una "Carmen" muy gore

Una fallida puesta en escena maltrata el último título de la temporada de ópera de Oviedo

En el top ten de las óperas más representadas en todo el mundo figura, desde hace décadas, y de forma ininterrumpida, "Carmen" de Georges Bizet. Es no sólo la ópera francesa más conocida sino que también una de las pocas del país vecino que hacen frente a la "armada" italiana en igualdad de condiciones. Curiosamente desde 1997 no subía a la temporada de ópera del Campoamor en una producción del tristemente desaparecido Julio Galán y reparto encabezado por Doris Soffel y Luis Lima, entre otros.

La versión original de la obra, escrita por Bizet, entrelaza los textos hablados con los cantados. Por eso se estrenó en la Opéra-Comique donde fue un fracaso ante un público acostumbrado a propuestas más ligeras y que quizá no estaba preparado para la vuelta de tuerca que Bizet imprimió al género, abriendo también una puerta al verismo que llegaría más adelante. Habría que esperar al estreno en Viena para que la obra cogiese vuelo internacional. Pero el compositor muere repentinamente a los 36 años y no llega a ver el éxito de su creación. A su fallecimiento, su amigo Ernest Guiraud, también compositor, orquestó los pasajes hablados y los convirtió en recitativos. Fue, ni más ni menos, una estrategia para que la obra entrase de lleno en las casas de ópera y facilitar el trabajo a los cantantes que así eliminaban la necesidad de tener que profundizar dramáticamente en el texto hablado. Y, al mismo tiempo, fue una traición a la idea original del compositor que llega a nuestros días. De todas formas, muchos teatros hace ya décadas que han optado por la versión original frente al pastiche. No así en Oviedo. Hace más de veinte años Luis G. Iberni reflexionaba al respecto de cuánto deberíamos seguir esperando en la ciudad para asistir a una versión tal y cómo la escribió Bizet. Querido Luis, seguimos a la espera. Esta vez tampoco hubo suerte. Por otra parte casi mejor porque escuchando la dicción francesa cantada de algunos miembros del reparto, pensar en escucharlo hablado, hace entrar en pánico al más templao.

Tampoco hubo fortuna con la producción procedente de la Deutsche Opera del Rin. Carlos Wagner está teniendo estos años presencia abundante en la temporada de Oviedo y este es, de lejos, su peor trabajo. Es un despropósito de producción. Entiendo que "Carmen" es un título tan representado que tratar de buscar nuevas vías es complicado aunque, con talento, se puede conseguir. Por ejemplo lo hizo Calixto Bieito hace no tanto tiempo, en una modernización de la trama ejemplar. Wagner decide llevar la acción a un fundido en negro, como si estuviéramos en la oscuridad del puerto de Hamburgo en diciembre. Todo es negro zaíno y siniestro. El sustrato de "Carmen" es duro, la historia trágica, pero la fuerza de esa tragedia adquiere mayor vuelo en el contexto luminoso en el que se desarrolla. En una Sevilla de esplendor y mugre, de fiesta y de lucha, entre la fiesta de la tauromaquia, el contrabando y el estraperlo. El director de escena utiliza la iconografía goyesca para enfatizar su discurso narrativo. De nada sirve. Es un empleo epidérmico de la misma, sin profundizar más allá de la estampa y los topicazos de una España negra más vista que el tebeo y ya no cuela ni con despistados turistas japoneses. Quizá lo peor de este enfoque llega al final con un último acto absurdo en el que, según explica en el programa de mano, su responsable, "los elementos clásicos de la iconografía española se combinan con los de la tragedia griega" (sic). Pues va a ser que no. Lo único que el espectador percibe es un final de chiste, en un matadero central entre vísceras -inenarrable el "look matarifé" de Don José- que elimina la grandeza de uno de los cierres líricos de mayor intensidad dramática de la historia del género. Todo resulta tan forzado que, al final, la propuesta se hunde en la incoherencia y la trivialidad. No ayudan precisamente, una dirección actoral desafortunada y un vestuario que sienta como un bofetón a los intérpretes que, en algunos momentos, bordean el ridículo (¡Ay, el guardainfante, ay el traje de luces!, ¡arsa!). Un fiasco con todas las de la ley.

Tampoco desde el foso la cosa estuvo para tirar cohetes. Debutaba como director Sergio Alapont -fue durante unos años miembro de Oviedo Filarmonía-. Viene desarrollando una importante carrera como director pero aquí en esta "Carmen" no todo funcionó como debiera. La función se inició con unos tempi desaforados y todo el primer acto estuvo plagado de desajustes foso escena. Afortunadamente se fue reconduciendo la situación y el resto de la velada ya transcurrió en una corrección discreta. Podríamos decir que funcionó pero no se consiguió extraer la exuberancia de una partitura riquísima en matices y que aquí, en diversos pasajes, fue un tanto plana e inexpresiva. Irregular fue también la prestación del Coro de la Ópera de Oviedo, sobre todo en lo que se refiere a las voces masculinas. Mejor los números de conjunto y adecuado y desenvuelto el coro infantil de la Escuela de Música Divertimento.

En el reparto hubo un poco de todo, como en botica. Si bien las voces femeninas ofrecieron mayor nivel desde el punto de vista estilístico. Magnífica la Carmen de Varduhi Abrahamyan que ya ha defendido el rol con éxito en teatros como la Ópera de Zurich o el Bolshoi de Moscú, entre otros. Canta con intención e interpreta con garra un personaje que requiere de la fuerza expresiva que ella le aporta. La mezzo armenia, de rico y denso timbre, transita sobre las aristas de un rol tan rico con aplomo. Curiosamente un sector de los asistentes pateó su actuación -cosa rara en un público que tiene unas tragaderas como una bocamina y que ha sido manso y lechoncito con otras intervenciones en el pasado de juzgado de guardia-. Quizá el pretendido tono flamenco de la taberna de Lilas Pastias les animó al taconeo o el fascio-pateo a la alocución inicial en asturiano acabó, como predije, en flamenco desacompasado. Éxito importante y merecido obtuvieron Alejandro Roy y María José Moreno. El tenor asturiano cantó con su entrega y honestidad habituales. Su emisión potente y bien timbrada hizo brillar a un Don José un pelín hierático, escénicamente hablando, y que sin duda puede ganar enteros si el cantante incide con una veta más lírica en pasajes como "La fleur que tu m'avais jetée". Lirismo a raudales derrochó la melancólica Micaela de María José Moreno. Exquisita en el canto y en la dicción. En sus manos el personaje adquiere carácter especial, una madurez que llega a través de una vocalidad limpia, cristalina. Una verdadera delicia. Buena prestación, asimismo, la del barítono asturiano David Menéndez como Escamillo -aunque la escena no le ayudase precisamente-. Resolvió el rol con eficacia y solvencia de medios vocales. El resto del elenco cumplió adecuadamente. Anna Gomà y Sofía Esparza fueron, respectivamente, una Mercedes y una Frasquita resueltas y Paolo Battaglia, José Manuel Díaz, Javier Galán y Albert Casals resolvieron sus cometidos sin problemas.

En septiembre volverá la temporada con "El ocaso de los dioses", "Rinaldo", "Un ballo in maschera", el programa doble "I Pagliacci" y "Una tragedia florentina" y "Lucia di Lammermoor". El azar quiso que una ópera de ambientación sevillana supusiese el último título de Javier Menéndez como director artístico del ciclo de Oviedo, después de tres lustros de trabajo en el mismo. Deja Menéndez un buen legado, especialmente con hitos significativos en su primera etapa que quedarán en la historia del teatro Campoamor. Seguro que también en Sevilla logrará enderezar el rumbo de un teatro importante que lleva unos cuantos ejercicios a la deriva. ¡Suerte, y al toro!

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