Pocas obras del repertorio sinfónico se pueden ajustar mejor a los montajes escénicos de La Fura dels Baus. "Carmina Burana" es pura épica, una alegoría de los placeres terrenales recogida en un códice medieval al que puso música Carl Orff; pero el compositor alemán no pensó sólo en la partitura, sino también en un espectáculo que incluyera "imágenes mágicas", como reza el subtítulo de la obra. Y, en esto, "La Fura" lleva años demostrando su buen hacer, dejando su impronta en óperas, adaptaciones literarias y representaciones de mitos clásicos.

El estilo de este "Carmina Burana" es "furero" en su totalidad; juega con los contrastes, con los ritmos, con las intensidades y con repentinos clímax que logran un mayor efecto en la sorpresa. El espectáculo resulta envolvente, desde el inicio rompieron la lógica escénica para hacer del patio de butacas parte del escenario; el coro entró en penumbra por los pasillos de la platea entonando los primeros versos de la cantata y, desde allí, se entonó la primera aria. Sonaron algunos aplausos, pero pronto se impuso la sabia lógica de no aplaudir entre los 24 números que componen la obra.

La representación discurrió con mucha intensidad, sin pausas, buscando adentrar al espectador en ese mundo simbólico que "La Fura" representa con deliberada belleza plástica. Luces, visuales, vestuario y danza marcaron una escenografía que logró sus momentos estelares con la maquinaria escénica, que hizo volar a la soprano volar por encima de las primeras filas, y el tanque de agua que acabó convirtiéndose en vino.

En lo musical, luces y sombras. Una vez más, la amplificación se utilizó para paliar la escasez de efectivos; un coro a cuatro voces logró epatar con el "O fortuna" y mantuvo el tipo durante toda la obra, pero el reducido número de cantantes y el micrófono que amplificaba a cada uno de ellos destruyó la posibilidad de matices y enterró muchas veces las voces en el todo sonoro. Más difícil de entender (si no es por puro efectismo) es que las arias de los solistas se ejecutaran con los micrófonos a todo volumen, cuando los cantantes tenían fuelle de sobra para lucirse, más aún en un teatro con buena acústica, como el de la Laboral.

La "orquesta", como se anunciaba de forma pretenciosa en el panfleto, respondía más al complemento de un grupo de rock sinfónico de los años setenta, con especial protagonismo para la percusión y los dos pianos que sostuvieron el discurso musical de la obra. No en vano, hubo momentos en los que las adaptaciones de la partitura de Orff sonaban a un Mike Oldfield.

Funcionar funciona, y "La Fura" siempre ha tomado la decisión de primar la escena y la efectividad dramática de la obra sobre la fidelidad al texto, siempre ha impuesto su concepto y su estilo al material con el que trabaja. Quien acuda al teatro con la idea de escuchar la cantata de Orff es mejor que se quede en casa y su ponga un disco; ahora bien, se va a perder una versión personal, singular. "La Fura" es "La Fura", también en este "Carmina Burana".