Wendy Beckett

La religiosa británica, nacida en Sudáfrica, se convirtió en una divulgadora de referencia de la Historia del Arte

Entre los aforismos que escribió Franz Kafka, figura éste: "No es necesario que salgas de casa. Quédate en tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, sólo espera. Ni siquiera esperes, quédate en absoluto silencio y soledad. El mundo se te ofrecerá para que lo desenmascares, no puede evitarlo; arrobado, se retorcerá ante ti".

Esto fue precisamente lo que le sucedió a Wendy Beckett el día en el que la BBC llamó a la puerta de la roulotte en la que vivía como ermitaña para proponerle que participase en un programa sobre historia del arte. Lo que ella no imaginaba era que, al aceptar la invitación y mostrarse ante los espectadores tal y como era, natural, sencilla, encantadora, comunicativa, perspicaz y culta, iba a convertirse en una de las personas más populares de la televisión británica.

Había nacido, en 1930, en Johannesburgo, aunque creció en Inglaterra y Escocia. El deseo de consagrarse a Dios la condujo a ingresar en la congregación de Hermanas de Nuestra Señora de Namur. Durante los años de estudio en Oxford, en donde cursó Literatura inglesa, debió de exhibir unas cualidades extraordinarias para las letras, porque J.R.R. Tolkien, autor de, entre otras obras, "El Señor de los Anillos" y "El Hobbit", y miembro de la junta que la evaluó para obtener el grado académico final, le pidió que se quedase en la Universidad.

Sin embargo, Sister Wendy regresó, después de pasar un tiempo en Liverpool, a Sudáfrica. Allí ejerció como profesora, en las obras docentes de su congregación, hasta que unos ataques de epilepsia la indujeron a abandonar la enseñanza y a reconsiderar el modo de vivir su entrega a Dios en la Iglesia, pues estaba muy deseosa de silencio, soledad y oración.

Regresó a Inglaterra, dejó la regla conventual de las de Namur, entró en el orden de vírgenes consagradas y se instaló en una roulotte aparcada en el jardín arbolado de las carmelitas de Quidenham, en Norfolk. Sobrevivía con lo mínimo y dedicaba la mayor parte de su tiempo a la oración. Las monjas le daban la comida. Eso sí, le gustaba mirar postales y láminas de calendarios con fotografías de obras de arte, que iba archivando. No usó jamás un ordenador.

Escribía, en hojas de papel aprovechadas al máximo, sus impresiones sobre las representaciones artísticas, que, extendidas en el exiguo espacio de su habitáculo, contemplaba con admiración, y no manejaba otra bibliografía que no fuese la que le proporcionaba la furgoneta-biblioteca que circulaba por las inmediaciones del monasterio.

Publicó, en 1988, su primer libro: "Contemporary Women Artists" (Mujeres artistas contemporáneas). Empezó también por entonces a colaborar con algunas revistas que le solicitaban artículos sobre arte y temas afines. Todo el dinero que recaudaba por estos trabajos se lo entregaba a las carmelitas en cuyo solar había hallado humus para su morada.

Hasta que, un buen día, el productor y director de series sobre arte, Nicholas Rossiter le propuso que fuera ella misma la que comentase en pantalla las obras de arte de la Britain's National Gallery que le pareciesen especialmente significativas. Esto sucedió a comienzos de los 90. La religiosa opuso la dificultad de que no había ido al cine desde 1945 y que hacía décadas que no entraba en un museo. Pero si lo que le pedían que realizase podía ser útil a los demás, estaba dispuesta a acometerlo por amor a Dios, a la Iglesia, al prójimo y al arte. El éxito fue rotundo. Después, se lanzaron a rodar la serie, en varios capítulos, "Sister Wendy's Odissey", que siguieron 3,5 millones de telespectadores. Luego vinieron "Sister Wendy's Grand Tour" y "Sister Wendy's Story of Painting". Están en YouTube.

Wendy Beckett falleció a finales de diciembre de 2018. Tenía 88 años. En su vida nunca aminoró el cultivo de lo que constituía el centro de su existencia: la oración. Y aunque las carmelitas le construyeron, cuando ya era una mujer famosa, una cabaña con agua, cuarto de baño y algunas comodidades, siempre se mantuvo pobre y libre, y con una limpieza de ojos y de corazón tan grande, diáfana y pura, que podía ver, como pocos, a través del detalle sublime que se esconde en toda obra de arte, la magnífica belleza que proviene de Dios y que sólo en Él halla su culmen y perfección.

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