El desierto de las tarteras

Veterano y combativo documentalista, Gerardo Olivares ha dejado muestras de su fascinación por algunos de los espacios naturales más fascinantes del mundo, con una afinidad muy especial por el Sáhara desde que en los años 80 atravesó el desierto en un Seat Panda. Una aventura muy propia de la época que le permitió conocer situaciones y personajes que alimentaron sus deseos de hacer una película en la que el aspecto más amable de la peripecia se engarzara con una visión nada turística de la realidad pura y dura del escenario. Con un solvente reparto en el que Jean Reno aporta un carisma de primer categoría, Olivares trabaja las hechuras de la más clásica road movie con evidentes pretensiones de explorar un humanismo confortable y hasta cierto punto ingenuo, con personajes que se buscan a sí mismos al tiempo que rastrean huellas ajenas.

El andamiaje dramático, con claros alegatos a la convivencia multicultural y a la unión fervorosa de las buenas gentes, tiene la suficiente entidad para que la proyección sea agradable, pero los excesos esteticistas de Olivares en plan documentalista ensimismado en la belleza de los lugares, así como su obsesión por colar música hasta la saciedad, lastran una obra que pierde fuelle cuando echa mano desde la superficialidad a mensajes graves y lo recupera en el cruce más jovial de desatinos sobre ruedas.

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