Tino Pertierra

El papel de los cuernos

Assayas no engaña. Puede despistar pero no engaña. En Dobles vidas entra a saco desde el primer momento: dos personajes en pleno ping-pong verbal. Y la película ya no se callará ni un segundo. Toda su fauna de burgueses con ínfulas intelectuales saca la artillería dialéctica almorzando, cenando, fornicando. Con una copa de vino en la mano se empapan mejor los mensajes. Y Dobles vidas los suelta a docenas.

El grueso de la historia se lo lleva las conversaciones sobre el presente aciago del mundo editorial clásico ante el empuje de la apisonadora digital. Unos defienden el papel del papel, otros asumen que hay que dejar paso a los nuevos tiempos, tan confusos que aquello que parecía llamado a enterrar a la imprenta, el e-book, se ha quedado en agua de rebajas ante la lectura en tablets y teléfonos móviles. Assayas es honesto a la hora de repartir juego, sin tomar partido por ningún bando y dejando que todos se explayen a su aire en defensa o ataque de usos y costumbres culturales. Como ninguno de los personajes cae bien (salvo la esposa del escritor pelmazo, la más lúcida, natural y sincera de todos los bustos parlantes), sus argumentos vienen y van sin que haya una victoria final clara y meridiana. La posverdad, el futuro de los periódicos, la vanidad enfermiza de las redes sociales, el desinterés compulsivo por la cultura de los jóvenes, el desencanto de las élites culturales... Muchos, muchísimos asuntos de gran calado borbotean sin descanso en una trama de aparente superficialidad en la que se cuece a juego lento esa tradición tan francesa de poner los cuernos y las cornadas a la orden del día, con escritores que desnudan su vida en sus novelas, editores que se acuestan con sus empleadas encargadas de manejar el demonio digital, actrices que detestan su trabajo en series chungas de televisión y asesoras políticas que ¡aún! respetan su trabajo. Sin llegar a ser vodevil, Dobles vidas pasa de unas camas a otras con inteligente mordacidad, destripa todos los terrones de azúcar sin piedad y pone al mundo intelectual ante un espejo de aguas turbulentas donde nadie sabe qué va a pasar.

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